Primera versión en Rebelión el 5 de junio de 2005

Es realmente siniestro, pero consiguen que parezca entrañable. Un monarca, representantes del gobierno, príncipes de Falsimedia, y algunos cientos de paniaguados y alabarderos se reúnen para la entrega del premio Cervantes.

Dicho de otra forma, los timoneles del naufragio, cómplices mudos de la depredación y el saqueo globalizados, se convocan a sí mismos escudados tras el autor de un símbolo universal de la derrota del ser humano.

Cuatrocientos años es el tiempo que necesitan los poderosos para transformar una obra literaria que les pone en evidencia en motivo de autopromoción.

¿Convendrá que recordemos a estas alturas quién fue Miguel de Cervantes, o mejor quién no fue Miguel de Cervantes, qué ser amputado y  negado anduvo triste por el mundo bajo ese nombre?

Descendiente de hombres obligados a abjurar la fe de sus padres, soldado del imperio, mutilado, cautivo y esclavo, encarcelado, hidalgo siempre pobre. Una existencia más como la de millones y millones en esta triste historia nuestra. Juguete de ambiciones imperiales, fe fanática, feudalismo, odiosa burocracia, incompetencia…

El único privilegio de Miguel de Cervantes ante la muchedumbre anónima que vamos en el mismo barco fue su talento para reflejar la derrota de todo idealismo en una fábula inmortal. Cuatro siglos después, la gloria literaria le hace ser reclutado, como prócer insigne, por aquella misma mentira contra la que él se rebeló.

Es necesario que tratemos de olvidar el montaje, que regresemos siempre a las desventuras del loco y el simple que vagaban perdidos por los caminos de una España que es todavía la nuestra, con sus duques, sus galeotes, sus bachilleres sabihondos y sus falsos encantamientos.

Porque cuatrocientos años de erudición no han conseguido empañar la frescura de un relato en el que estamos retratados como en ningún otro, y leyendo esas páginas irónicas y profundas comprenderemos que, aunque la derrota es tal vez inevitable, la locura de soñar otro mundo es lo único que merece la pena.

Considerando nuestra historia, no es de extrañar que los frutos literarios más granados se den aquí cuando un alma lúcida sabe reflejar toda su crudeza. El autor del Lazarillo, Cervantes, Galdós, Valle, Machado… nos conmueven porque pasaron el espejo de su genio por nuestro amargo pasado.