Primera versión en Rebelión el 27 de mayo de 2008

Ciertamente, el paso del tiempo consolida a Joseph Roth como uno de los valores fundamentales de la literatura en lengua alemana de la primera mitad del siglo XX. La honda dimensión humana de su obra, marcada por la cadena de contrariedades y frustraciones que marcaron su vida hasta su temprana muerte, unida a su valor literario, contribuyen sin duda a que lo veamos hoy como uno de los cronistas más brillantes de las conmociones de aquella época, y hacen también que el interés por sus libros no deje de crecer. Varias editoriales del ámbito hispánico, Acantilado principalmente, pero también Minúscula, Anagrama, Siruela y algunas más, están empeñadas en la laudable tarea de poner en las librerías la obra narrativa completa de Joseph Roth. Una novedad reciente en este sentido ha sido la recuperación por Acantilado de la excelente traducción de Tarabas debida a Feliu Formosa y que ya había publicado Seix Barral en 1983. Esta novela vio la luz por primera vez en la editorial Querido de Amsterdam en 1934.

De origen judío, Joseph Roth nace en 1894 en Brody, una pequeña ciudad de la Ucrania occidental (no lejos de Lviv), que por entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Tras estudios en Lviv y Viena y el paso por un regimiento de tiradores del ejército austriaco durante la Gran Guerra, ejerce el periodismo y viaja con frecuencia como corresponsal del Frankfurter Zeitung, residiendo sobre todo en Berlín, Viena y París. Al mismo tiempo, comienza una carrera literaria de la que no podemos dejar de mencionar aquí una obra de 1924, La rebelión, que acaba de aparecer también en el catálogo de Acantilado con traducción de Feliu Formosa. Andreas Pum es un mutilado de la Gran Guerra que se gana la vida en Viena con un organillo, y el relato resulta una crónica de la transformación de su carácter, el de un conservador que odia cualquier signo de discrepancia con el poder, cuando un ridículo incidente en un tranvía destruye la precaria felicidad que había conquistado y da con sus huesos en la cárcel. Comprende entonces Andreas la injusticia que gobierna el mundo y desarrolla una aguda solidaridad con todos los que sufren, unida a una amarga visión de la universal estupidez: “Puede que no fuera un ser humano. O estaba enfermo, con el corazón dormido. Porque puede darse una cosa semejante. El corazón está sumido en un profundo sueño, late y late, pero es como si hubiese muerto. Mi pobre cabeza no tenía ideas propias. Porque la naturaleza no me ha dado un gran discernimiento, y mi pobre inteligencia fue engañada por mis padres, por la escuela, por el sargento, por el capitán y por los periódicos que me daban a leer.” Es éste un proceso de sensibilización con el sufrimiento que culmina en frases lúcidamente blasfemas: “¿Tienes miles de asuntos entre tus manos y no aciertas a resolver uno solo? ¿Qué clase de Dios eres tú?”, “No quiero tu misericordia. Mándame al infierno.”

De su producción de esta época tiene especial interés también La tela de araña (1923), donde explora los orígenes del nazismo. Esta novela fue publicada por entregas en el diario socialdemócrata Wiener Arbeiter-Zeitung, y la última de ellas apareció unos días antes de que en Múnich se produjera el “Putsch de la cervecería”, primer intento de Hitler de hacerse con el poder. Tras estos trabajos narrativos, el éxito, algo tardío, le llegará a Joseph Roth con Job (1930) y La marcha Radetzki (1932). La primera contiene la historia de una familia judía de Europa Oriental que emigra a los Estados Unidos, y con las resonancias bíblicas y el carácter alegórico que apuntan en el título, es sobre todo una reivindicación del derecho del ser humano a una noble y simple felicidad más allá de los patrones culturales que le son impuestos. La marcha Radetzki muestra el ocaso de una familia en el final del Imperio Austro-Húngaro y transmite el sombrío estado de ánimo de su autor ante el derrumbe de un mundo que él consideraba su patria.

En 1926, Joseph Roth es enviado por el Frankfurter Zeitung a la Unión Soviética para que aporte a los lectores del diario su personal visión de la Rusia roja. Estos artículos acaban de ser editados en España con el título de Viaje a Rusia (Minúscula, traducción de Pedro Madrigal), y componen un libro de sumo interés en que un observador agudo y amistoso nos regala una instantánea de un momento clave de la revolución, de recuperación económica debida a la NEP por un lado y por otro de comienzo de luchas por el poder tras la muerte de Lenin. Roth recorre el país y comenta muy favorablemente las soluciones halladas a la cuestión nacional, casi resuelta incluso en el Cáucaso, y a la discriminación de los judíos; observa el progreso de la moral sexual y los cambios en el papel social de la mujer, que suponen una revolución dentro de la revolución, el avance de la educación y a la Iglesia y la religión puestas por primera vez en su lugar: “En la Rusia soviética no se persigue a la Iglesia. Sólo se lucha contra su poder e influencia. (…) No se castiga la credulidad, sólo se trata de erradicarla.” Le decepciona sin embargo el acartonamiento de la prensa y el resurgimiento de una cierta mentalidad burguesa, que traiciona sus esperanzas de que la revolución pudiera alumbrar un nuevo espíritu en las relaciones humanas. En conjunto su impresión es la de que el impulso revolucionario parece haberse agotado: “Si escribiera un libro sobre Rusia, éste tendría que describir una revolución ya apagada, una llama que se consume, restos de brasas y mucho fuego artificial.”

A partir de 1933, Joseph Roth, exiliado del nazismo, peregrina por diversas ciudades europeas y termina instalándose en París, donde pobre y alcoholizado fallece en 1939. Iliá Ehrenburg en sus memorias lo recuerda así en esta última época: “En 1937 llegué a París por unos días procedente de España. Al pasar por la calle Tournon vi a Roth en un café. Me llamó. Tenía mal aspecto. Se comprendía que luchaba por vivir, pero se mostraba muy cortés, como siempre, con la pajarita de la corbata bien anudada. (…) Hablaba con coherencia, sólo sus manos temblaban. Me preguntó qué tal por Madrid; me escuchó atentamente y luego me dijo: ‘Actualmente, envidio a todo el mundo. Usted, en efecto, sabe lo que tiene que hacer. Yo ya no sé nada. ¡Demasiada sangre, cobardía y traición… !’”  Ehrenburg recuerda como Roth bebía continuamente y mostraba un estado de ánimo sombrío. Sabemos que en esta época cooperaba activamente con los que luchaban por la restauración de la monarquía austro-húngara, pero el auge del nazismo dibujaba un panorama demasiado sombrío.

Puede decirse que Tarabas repite a la inversa el esquema de Job, pues aquí el principio de la narración nos presenta a Nikolaus Tarabas, un joven ruso, en 1914 en Nueva York, donde ha buscado refugio tras involucrarse en actividades revolucionarias en su país. El hilo del relato nos va a mostrar la evolución del carácter de su protagonista en un proceso que tiene bastante de sendero iniciático y que culminará con el desarrollo de sus más nobles cualidades humanas en un peregrinaje de la oscuridad hacia la luz. La vida de Nikolaus Tarabas en Nueva York es la de un joven celoso y violento al que sus pasiones incontroladas están a punto de convertir en homicida. Después, el anuncio de la guerra en Europa lo lanza desengañado de regreso a su país, y allí se transforma en un militar sanguinario que encuentra el sentido de su vida en la lucha, de forma que “aquel que, como el propio Tarabas, no amaba la vida y no temía la muerte, era su amigo del alma.”

El final del conflicto lleva al coronel Tarabas a la pequeña ciudad de Koropta, donde como jefe de la guarnición local arrastra una existencia ociosa hasta que un pogromo le obliga a intervenir con energía. Es entonces cuando un acontecimiento aparentemente de escasa trascendencia va a cambiar el curso de su vida. En un momento en que los judíos tenían órdenes terminantes de permanecer en sus casas, el coronel Tarabas se encuentra en la calle con Schemarjah, el servidor de la sinagoga, que transporta los rollos de la Torá quemados en los disturbios para enterrarlos en el cementerio judío. Los dos hombres forcejean y cuando Tarabas arroja los rollos al suelo, “Schemarjah embistió con los dos puños cerrados y la cabeza baja contra el pecho poderoso del coronel.” El ridículo asalto enfurece a Tarabas, que arremete brutalmente contra Schemarjah y le arranca las barbas. Tras toda una vida de violencia, este hecho resulta ser sin embargo el desencadenante de una profunda conmoción en Tarabas, que adquiere gracias a él conciencia de la oscura pasión a la que se ha entregado desde su juventud. Al poco tiempo abandona la ciudad y vive como un vagabundo expiando sus culpas el resto de sus días. Sólo cuando siente su final próximo, realiza una visita a sus ancianos padres, que no lo reconocen, y regresa a Koropta en busca del perdón de Schemarjah, a quien hace al fin heredero de sus escasos bienes.

Escrita por alguien que había conocido la locura de la guerra y en un momento en que nuevos conflictos asomaban en el horizonte, Tarabas parece encerrar sobre todo una meditación sobre el sinsentido de la violencia, pero destaca también por la penetración psicológica del carácter del protagonista y por su fiel retrato de una sociedad marcada por la difícil convivencia entre judíos y cristianos. La admirable prosa del libro huye de los efectos y se concentra en un relato que resulta ser una exploración de los abismos del corazón humano y de nuestra desperdiciada capacidad para la lucidez. Sobriedad y profundidad sumadas hacen que al final nos sintamos en presencia de una densa alegoría que queda con nosotros para siempre. Joseph Roth, un espíritu europeo en pugna con las visiones excluyentes que tomaban vigor en su tiempo, presentía sin duda el horror que se aprestaba a adueñarse de Europa. Ésta es tal vez la razón de que nos dejara en Tarabas uno de esos textos clarividentes en que los poetas se permiten el privilegio de salvar al mundo cuando ya nada lamentablemente puede ser salvado de la máquina enloquecida de la historia.