Primera versión en Rebelión el 13 de enero de 2010

“Melnitsa solía decir que las Solovki eran un svalka ludei, un basurero humano. Igual que hace años el glaciar trajo consigo piedras, así hoy la vida arrastraba a este lugar todo tipo de desechos humanos: a los soñadores, a los idiotas, a los poetas, a los outsiders, a los fracasados, a los descarrilados, a los místicos, a los parásitos y a los fugitivos. La vida los azotaba, los maltrataba, y los arrojaba cada vez más y más lejos de la corriente principal y mayoritaria, para que, un día, se despertaran… aquí, sobre estas piedras que sobresalen del mar Blanco.” Antonina Mielnik, llamada Melnitsa (la Molino) por su corpachón, es uno de los personajes más entrañables del libro, poeta y periodista, dirige en las Solovki un diario que trata de informar y rescatar la historia, mientras las desgracias se acumulan. Ella hace que Mariusz decida quedarse en las Solovki. Desesperada y alcoholizada se suicida en Arjánguelsk unos años después.

Mariusz Wilk, nacido en Wroklaw (Polonia) en 1955, se comprometió de joven con las luchas del sindicato clandestino Solidaridad y fue detenido y encarcelado. En 1991 se instaló en las Solovki y después en Carelia, a orillas del lago Onega. Desde allí enviaba a la revista parisina Kultura crónicas que han dado lugar después a varios libros. De estos, Diario de un lobo es el primero que aparece en castellano (Alba editorial; trad. de Katarzyna Olszewska Sonnenberg), agrupando dos textos: “Apuntes desde las islas Solovki”, sobre la vida en las islas, y “Kanín Nos”, relato de un viaje en barco por el mar Blanco y el mar de Barents en torno a la península de Kanín. El volumen se completa con un glosario. Wilk es un buscador incansable del alma rusa, y se propone en esta obra acercarnos a un territorio del gran país emblemático desde hace siglos, sede de uno de sus más importantes monasterios ortodoxos, que ya fue un presidio en la época zarista, y del SLON, primer campo de trabajos forzados de la URSS y laboratorio para el Gulag. Es su opinión que profundizar en los rasgos de un lugar así puede decirnos más que el revoloteo desde la distancia que suele predominar en la literatura de viajes al uso. Así, un capítulo desarrolla por ejemplo una crítica de El Imperio, el libro de  Kapuściński sobre la desintegración de la URSS.

Hay en Diario de un lobo capítulos históricos sobre las islas, también sobre la formación de la gran nación rusa y las herejías que desafiaron la ortodoxia, sobre la exploración del Ártico y la vida en el SLON, pero abundan sobre todo retratos de las gentes que viven hoy en las Solovki. Desfilan así por sus páginas mafiosos de poca monta, poetas refugiados en la bebida, veteranos de Afganistán, bolcheviques irreductibles y un arquitecto reconvertido en monje-filósofo que talla cruces ortodoxas. Todos componen una sociedad desestructurada y caótica, dominada por ladrones y sumergida en alcohol, que sobrevive trabajosamente gracias a la huerta, la pesca y la caza. La perfección de la instantánea se basa en que Mariusz Wilk (Mar para todos allí) consigue convertirse en uno más y renuncia a cualquier protagonismo por el placer de escuchar y repetir testimonios. En escenarios que podrían arrancar exabruptos, él se esfuerza sólo en buscar las claves que la vieja Historia arroja sobre el horror de hoy, y acercarse humanamente a los tipos entre los que vive.

El viaje descrito en “Kanín Nos” es un remate espléndido para el libro. En compañía de dos jóvenes amigos rusos y en el barco construido por uno de ellos, surcan un mar pródigo en nieblas y tormentas, pero que en los días luminosos tiene un brillo que no es de este mundo. En tierra recorren el laberinto de lagos y musgo de la tundra, un paisaje desolado marcado por restos de maniobras militares y recuerdos del Gulag. Allí conocen a las gentes que resisten en la dureza extrema del gran Norte: comunidades de pescadores devastadas por el nuevo orden económico, y supervivientes de los nenets, pobladores más antiguos de la región.

Visitar Rusia produce siempre la impresión de internarse en otro planeta, y en esto concuerdan todos los viajeros que desde el siglo XVI han recorrido sus tierras. Sin embargo, el momento histórico que se vive allí ahora muestra algunas características que lo hacen fundamental para todos nosotros. Esto es así porque la disolución de la URSS y la constitución de una “democracia” al uso, resulta evidente que en vez de significar un avance para el tejido social, ha servido en realidad para propiciar la irrupción de mafias todopoderosas y desencadenar un colapso de todo el sistema, que se ve ahora sumido en el caos. El análisis de esta sociedad tiene un interés extraordinario, porque pone de manifiesto, con un ejemplo extremo, las falacias que empañan el progreso de los derechos humanos en nuestro mundo occidental: su falsa y mediatizada “democracia” y la careta de libertad que cubre los manejos de poderes económicos e ideológicos notoriamente totalitarios. Mariusz Wilk consigue adentrarnos, con la crudeza de su retrato, en la negra podredumbre y el sufrimiento que generan todas estas mentiras en un lugar emblemático de la gran Rusia.