Primera versión en Rebelión el 22 de febrero de 2011

Foca acaba de publicar en 2010 el libro Traficantes de información de Pascual Serrano, una investigación sobre la identidad de los propietarios de los grandes medios de comunicación y los entramados financieros y empresariales que los controlan desde la sombra. El pensamiento dominante en nuestra sociedad es que, gracias a la democracia que disfrutamos, existe una auténtica libertad que hace que los ciudadanos puedan tener acceso a una información veraz sobre lo que ocurre en el mundo. La idea sería que la diversidad ideológica de los medios, reflejo de la de la propia sociedad, garantiza que todas las perspectivas puedan tener las mismas oportunidades de expresarse, y así inevitablemente las aproximaciones más veraces tendrán siempre la posibilidad de imponerse. La realidad que nos descubre el libro es bien distante de estas ideas ingenuas.

El recorrido por los diversos grupos y conglomerados de informantes ofrece un panorama desolador en el que en la variedad de las historias encontramos un patrón común. En el comienzo vemos así siempre cómo alguien caracterizado sobre todo por su carencia de escrúpulos se las arregla para iniciar la construcción de lo que terminará siendo un imperio mediático. Puede haber aquí corruptelas y tratos de favor durante el franquismo o el felipismo, o casos en que el dinero oscuro que financia todo nos lleve directamente a la industria del armamento o a la mismísima mafia. Si en la antigua Roma el oro mal logrado se lavaba con tierra, en nuestros tiempos parece que el resplandor de los platós y las sonrisas de los presentadores ofrecen un medio mucho más sugestivo y rentable. La historia contempla luego un invariable panorama de manejos financieros, batallas y absorciones, tuteladas, como no, por una banca que lo controla todo desde la sombra. Nunca faltan pelotazos urbanísticos, ni sueldos millonarios para los directivos, acompañados de precariedad y contratos leoninos para la clase de tropa. El servilismo ante los anunciantes y los poderes económicos protectores hace imposible nada parecido a una información veraz. Los nombres propios de cada saga resultan ser así los de ejecutivos rapaces sin más ideología que el negocio redondo y la defensa sin fisuras del status quo global y el pensamiento único que lo ampara. Estas son las gentes de las que se espera que nos cuenten lo que ocurre en el mundo.

Sin duda una vía esencial en el análisis de los medios es la constatación de sus mentiras y sus medias verdades, y de cómo y por qué seleccionan cada día unos determinados titulares entre lo que ofrece la realidad cotidiana. No obstante, la de Pascual Serrano en este libro es otra aproximación complementaria y necesaria si queremos entender la situación en la que nos encontramos. Cuando se constata que la historia de los emporios mediáticos muestra todas las miserias de unos personajes que con precisión pueden ser definidos como “traficantes de información” es mucho más fácil comprender que vivamos inmersos la mentira como el pez en el agua. La educación y la información son dos pilares fundamentales en cualquier sociedad, y en una tan conflictiva como la nuestra, el estado, garante de los derechos fundamentales de los individuos, tendría que velar para que en ese espacio radioeléctrico que acabará modelando la mentalidad de todos se den unas condiciones mínimas de veracidad y pluralidad. Desgraciadamente, la tendencia que se observa es exactamente la contraria cuando por ejemplo la nueva Ley General de la Comunicación Audiovisual de 2010 renuncia a cualquier regulación y deja todo en manos de un mercado incapaz de dar solución a los problemas detectados.

Este flujo incesante de desinformación que, según vemos, generan los “medios de información”, es un enorme negocio, pero hay que reconocer que es también algo mucho más peligroso. Cualquier persona se rebela ante los resultados del experimento de Milgram, que ponen de manifiesto la gran capacidad que tenemos los humanos para infligir sufrimiento a nuestros semejantes, siempre que una voz autorizada nos conmine a ello. La situación del mundo arroja números atroces que cualquiera que se interese en buscarlos puede conocer, y sin embargo a nadie parecen preocuparle en realidad. En la bestialidad que esto supone, los principales culpables son, sin duda, esos “medios de información” que, desde su enorme autoridad (impresa ya en la mentira de su propio nombre), desvían cada día nuestra atención hacia eventos intrascendentes y en todo caso nos presentan estas atrocidades como inevitables, diluyendo así la responsabilidad en torno a ellas. Gracias a Traficantes de información de Pascual Serrano, hoy sabemos bastante más sobra esa siniestra industria que hace posible la lobotomización de los ciudadanos.