Primera versión en Rebelión el 22 de marzo de 2011

Corre el año 1934. Hitler ya reina en Alemania. En febrero, los obreros vieneses han sido masacrados por el gobierno fascista del canciller Dollfuss. Todos los vientos que surcan la vieja Europa anuncian el desastre. Mathieu Corman, un inquieto librero belga de treinta y tres años, acaba de publicar sus experiencias en Marruecos, donde ha sido testigo de las políticas de los colonizadores franceses (Vers le soleil marocain, 1933). En el viaje a África, ha visitado también España, cuya tierra y gentes le han seducido. Corre el mes de octubre y las noticias que ahora vienen de allí hablan de revolución, lo que es suficiente para que Mathieu, en compañía de un amigo (probablemente el oficial de marina, periodista y pintor Lucien Van Vye) emprenda un viaje en moto hacia el sur para ser testigo de ella. En pocos días llegan a Pamplona. La ciudad está tranquila, pero los dos jóvenes olfatean como sabuesos en busca de la insurrección: “En un pueblo donde nos hemos detenido a comprar provisiones, nos enteramos de la sensacional noticia: la provincia de Asturias se ha constituido como estado comunista independiente, después de haber masacrado o encarcelado a todas las fuerzas de que disponía el gobierno de Lerroux. Nuestra elección está clara. ¡Iremos a Asturias!”

La editorial ovetense Cambalache ha rescatado Incendiarios de ídolos (1935), el libro en el que Mathieu Corman recogió sus experiencias en Asturias. La nueva edición, con traducción de Carlos García, se completa con un prologo y un postfacio de Geneviève Michel y el propio traductor  en los que analizan el libro y su contexto, y una amplia biografía del autor debida a Paul Aron. Además, Carmen García ha corregido y aclarado, en notas a pie de página, los pequeños errores históricos que Corman desliza en la versión original. Con todos estos elementos, ha resultado una excelente edición que recupera un texto valioso para cualquiera interesado en los hechos de aquel trágico otoño asturiano. Estructurado en tres partes, la primera y la tercera (“La aventura” y “La pacificación”) nos describen la experiencia del autor sobre el terreno, mientras que la segunda (“La revolución”) se dedica a presentar una breve historia de la sublevación.  Incendiarios de ídolo es un libro impresionista, con una prosa que palpita a flor de piel y consigue transmitirnos frescas las peripecias de unos viajeros convocados desde Bélgica por el impulso emancipador de la revolución asturiana y que se las arreglaron para atravesar por dos veces el territorio insurrecto.

En su viaje a Asturias, los dos amigos son detenidos en Carrión de los Condes por la guardia civil. Para justificar su presencia allí, exponen su intención de visitar las cuevas de Altamira. Los guardias les permiten seguir, pero les prohíben expresamente acercarse a un lugar cuyo nombre pronuncian con acento ominoso: Potes. Por supuesto, una vez libres, buscan esta localidad en el mapa y allí se dirigen sin apenas dudarlo. Al poco tiempo, el ‘motosaurio’ ataca la espesa nieve del puerto de Piedrasluengas: “Nuestra motocicleta, con su pesada carga (tienda de campaña, sacos de dormir, colchonetas hinchables, etc.) se parece bastante a un animal prehistórico, por eso la bautizamos como ‘motosaurio’.”

Potes está aún en poder de los insurrectos, que detienen a los recién llegados: “— ¿De dónde vienen? — De Burgos. — ¿A dónde quieren ir? — A Altamira. — ¿Cuál es el objeto de su viaje? — No tenemos un objetivo, sino escribir un libro para los turistas. — ¡Han escogido bastante mal el momento y el itinerario para hacer un viaje para documentarse en España! — ¿No dicen los periódicos que todo está en calma? — ¡Sí, los periódicos del gobierno, que tienen sus razones para decir semejantes estupideces!” Afortunadamente, todo termina en una pacífica velada en la que José, su improvisado traductor durante el interrogatorio, les explica sus cuitas de joven libertario en la España retrógrada y clerical. También les informa de la delicada situación. Se espera la llegada inminente de las tropas que ya ocupan al norte el pueblo de La Hermida, al otro lado del desfiladero del mismo nombre. Los viajeros deciden aguardar al día siguiente para seguir  hacia Asturias y plantan su tienda a la entrada de la garganta, no sin que antes Mathieu, para evitar problemas, obligue a Lucien a raparse su larga melena y a prescindir de su gorro tártaro “de aspecto subversivo”.

Por la mañana, son sometidos en La Hermida a un largo interrogatorio en el que al fin, según Mathieu reconoce: “nuestro candor desarma a los guardias”. Deciden ahora ir a Oviedo. En un pueblo en el que paran, oyen sordas detonaciones y los lugareños les explican que “los acorazados de Gijón bombardean los pueblos alrededor de Oviedo.” En Infiesto son detenidos de nuevo y Solchaga en persona les autoriza a seguir hasta Gijón (ya ocupado). Mathieu insiste y consigue que el coronel añada Oviedo en el pase. Progresan parados cada poco por controles de la guardia civil. Cerca de Ribadesella, Mathieu observa: “Somos tan parecidos a los revolucionarios que los habitantes de los pueblos que atravesamos no dudan en saludarnos alzando el puño. Nosotros queremos ser prudentes y respondemos con sonrisas. Toda la región está, de corazón, con los sublevados, salta a la vista.” En Colunga son detenidos de nuevo. Al parecer “los periódicos hablan mucho, en este momento, de agitadores revolucionarios extranjeros que, después de haber fomentado la revolución en Asturias, se habrían dado a la fuga. Esos agitadores serían sobre todo rusos, alemanes y belgas.” Poco después anota: “Atravesamos un puerto de mar sumergido en la oscuridad: Villaviciosa. La luz del faro corre sobre las casas, cuyas fachadas llevan inscripciones revolucionarias pintadas con color rojo.”

En Gijón, la playa ha sido transformada en improvisado campo de aviación y los viajeros observan destrozos en el barrio de Cimadevilla, causados por los obuses del “Libertad”. Al poco se afanan por la carretera de Oviedo atiborrada de tropas. “Cuando alguien nos pregunta, adoptamos un aire de suficiencia y gritamos ‘periodistas’, lo que, vistas las circunstancias, nos vale un pequeño éxito de estima del que íntimamente nos reímos.” En Lugones ven los primeros cadáveres. Un destacamento de caballería había caído en una emboscada de los mineros, que los atacaron con dinamita. El aspecto de Oviedo les sorprende. “Aunque es exagerado decir que la ciudad no es más que un montón de ruinas humeantes, sin embargo, se encuentra en un estado bastante lamentable. Al estar rotas las tuberías del agua, las ruinas continúan consumiéndose lentamente sin que nadie se preocupe de apagar el fuego. Soldados y obreros trabajan en despejar las calles de todo lo que impide la circulación. Otros hombres transportan a los heridos hacia las ambulancias militares. Otros más trabajan en las ruinas para rescatar los cadáveres.”

Intentan seguir camino y aunque cerca de Mieres son detenidos, se las arreglan para entrar en la villa que tras la firma del armisticio aguarda la inminente llegada de las tropas. En una taberna donde son objeto de todas las atenciones, un minero se confiesa con ellos: “— ¿Pero por qué han hecho esta revolución? — Era una oportunidad para dar cuenta de un régimen odioso que, oprimiendo a España para mayor beneficio de unos privilegiados, impide a los trabajadores organizar el nuevo régimen social que permita a todos vivir dignamente. ¡Esa oportunidad no podíamos dejarla pasar!” (…)— Los periódicos les reprochan haber actuado como verdaderos salvajes. — ¡Los periódicos! Los periódicos tienen por misión escribir las cosas interesantes que a los hombres les gusta leer. No se puede pedir a los periódicos, que son la mejor muralla de un régimen moribundo, que sean veraces. Si la verdad corriese por la prensa, este régimen estaría ya bajo tierra.”  Al día siguiente, en Pola de Lena se encuentran con las tropas desplazadas desde León, que esperan órdenes para avanzar. En las proximidades de Linares, la ladera del monte está llena de cadáveres. “Cuando continuamos el camino, el olor nos advierte de la presencia de cadáveres en los matorrales. Sin embargo, no tenemos ningunas ganas de ir a verlo y obedecemos a un instinto que nos empuja irresistiblemente hacia regiones más hospitalarias. Nuestra moral ha sufrido mucho con el espectáculo casi ininterrumpido de muerte y miseria, el espectáculo de la guerra civil en lo que puede tener de más horrible.”

El libro fue publicado originalmente en 1935, el mismo año en que su autor se afilia al Partido Comunista Belga. En 1936, regresa a España y combate en el bando republicano al lado de los anarquistas de la columna Durruti. Vuelve a Bélgica en diciembre, pero en mayo de 1937 está de nuevo en España como corresponsal del diario Ce soir.  Esta experiencia da lugar a otro libro “Salud camarada!” Cinq mois sur les fronts d’Espagne (1937). Durante la II Guerra Mundial participa en la resistencia y es detenido en una visita a Barcelona, permaneciendo encarcelado varios meses. Mathieu Corman es autor también de una novela y más relatos de viajes. Su muerte en 1975 se produjo en circunstancias extrañas. Se suicidó el día de su cumpleaños en un bosque próximo al pueblo donde había nacido.