Primera versión en Rebelión el 24 de enero de 2012

El carácter de Anna Politkóvskaya queda de manifiesto en sus propios escritos y en los testimonios de todos los que la conocieron. El retrato que de ella nos dejan estos textos es el de una mujer inteligente y con una valentía sobrehumana, pero evidencia sobre todo una pasión inagotable por sacar a la luz las corruptelas de los miserables que gobiernan el mundo, de exigir justicia y reclamar la salvaguarda de los derechos de todas las víctimas, las anónimas y ensangrentadas víctimas de la locura del poder. En la Rusia de Putin, este carácter indomable la llevó a construir una reconocida carrera de periodista, y a sufrir también una persecución que culminó con su asesinato en octubre de 2006. Hay demasiados países a los que la etiqueta de “democráticos” se les cae solo con considerar el número de periodistas asesinados en ellos. En Rusia, ocho solamente en el año 2010.

Anna Mazepa, que posteriormente tomaría el apellido de su marido Aleksandr Politkovsky, nació en Nueva York en 1958 de padres ucranianos, diplomáticos agregados a la representación de la URSS ante la ONU. Tras estudios de periodismo en Moscú y una tesis sobre la poesía de Marina Tsvietáieva, trabajó en distintos medios y a partir de 1999 en el periódico Nóvaya Gazeta, desde el que denunció las violaciones de derechos humanos cometidas por las tropas rusas durante la II guerra de Chechenia. Entre sus libros que ya habían sido traducidos al castellano, cabe destacar La Rusia de Putin, (Debate, 2005, trad. E. de Juan), retrato demoledor de la deriva totalitaria de Rusia en aquellos años, con “niveles de corrupción inimaginables bajo Yeltsin o los comunistas” y un poder repartido entre el crimen organizado y unos servicios secretos (FSB) entregados sin reparos al terrorismo de estado y el genocidio de Chechenia. Diario ruso (Debate, 2007, trad. de F. Garí Puig), publicado póstumamente tras su muerte, contiene anotaciones escritas entre 2003 y 2005 que describen con numerosos ejemplos las prácticas de tortura y asesinato empleadas habitualmente por el ejército ruso en la guerra del Cáucaso. De Anna Politkóvskaya están disponibles también en castellano Terror en Chechenia (Del Bronce, 2003, trad. de M. Barris), Una guerra sucia (RBA, 2003, trad. de C. Martínez) y La deshonra rusa (RBA, 2004, trad. de C. Martínez)

Sólo la verdad, que ahora presenta Debate (2011, trad. de F. Garí Puig), recoge una selección de los artículos de Anna Politkóvskaya en Nóvaya Gazeta, realidad a flor de piel que nos sumerge en los detalles del conflicto y dibuja al fin un panorama angustioso. Al comienzo del libro encontramos la crónica de noviembre de 2003 en la que Anna informa desde Riazán del intento de asesinato de un periodista que había testificado contra un oligarca local. Al fin del texto reflexiona si pronto “ya no quedará nadie dispuesto a ofrendar su vida para descubrir la verdad.” No obstante, las páginas más terribles son las de los artículos dedicados al genocidio checheno, relatos de torturas salvajes y asesinatos indiscriminados que la hacen afirmar en un momento: “La guerra que hemos emprendido en el Cáucaso deshonra a nuestra nación sin excusa posible”. Y cuando surgen por parte chechena interlocutores que podían abrir vías de paz, son asesinados sin contemplaciones por los rusos que parecen interesados en una dinámica perversa de “cuanto peor, mejor”. Es el caso de la muerte de Aslán Masjádov en 2005.

La dinastía de los Kadírov, gobernantes pro-rusos de Chechenia y creadores allí de una industria de extorsión, ocupa una parte importante del libro. También se describe en detalle el caso del militar ruso conocido como “El cadete”, responsable de numerosas atrocidades y desapariciones y que llegó a enviar emails amenazantes a los periodistas de Nóvaya Gazeta que informaban sobre sus desmanes. La causa seguida contra este personaje estuvo salpicada de todo tipo de irregularidades, llegando a desaparecer pruebas de los propios juzgados, pero al fin y gracias al esfuerzo de los demandantes, se consiguió una sentencia condenatoria. Se tratan después dos casos de secuestro con rehenes que tuvieron un desenlace trágico. El primero es el del musical Nord-Ost en Moscú (2002), en el que Anna intentó negociar en el interior del teatro con los secuestradores, y al final pudo mostrar, gracias a la información proporcionada por su confidente en el FSB Aleksandr Litvinenko (asesinado posteriormente en Londres con polonio radiactivo), que el gobierno ruso estaba detrás de todo el suceso. Podemos leer aquí los artículos que describen las tensas negociaciones con el comando que ocupaba el teatro y la entrevista posterior al miembro de los servicios secretos infiltrado en el grupo que destapa toda la trama. El segundo caso es el de Beslán (2004), donde murieron 331 rehenes (186 niños) en el asalto de las tropas rusas a la escuela donde eran retenidos. En esta ocasión hay que señalar también el intento de envenenamiento de Anna cuando viajaba a la zona para actuar como mediadora. Los testimonios recogidos permiten afirmar que Putin no hizo nada de lo que fácilmente podría haber hecho para solucionar pacíficamente la situación. El libro se completa con artículos de temática variada que muestran una faceta más distendida de Anna Politkóvskaya, relatos de viajes y una visita a los exiliados rusos en Londres. Para concluir, se presentan los últimos textos en los que trabajaba cuando fue asesinada, y una selección de reacciones y comentarios ante su muerte.

Anna Politkóvskaya murió por dignificar la palabra “periodista”. Cuántas veces durante la lectura de Sólo la verdad comprendemos que su autora estaba jugándose la vida con las denuncias implacables, pero cargadas de argumentos, que realizaba a personajes cuyo carácter rencoroso y sanguinario no dejaba lugar a dudas. Cómo podía ella misma no darse cuenta de ello. Sin embargo rechazó la posibilidad de un exilio que la hubiera salvado, porque en su sistema de valores la dignidad estaba por encima de la propia vida. Anna Politkóvskaya nos dejó el recuerdo imborrable de un ser humano excepcional. Leerla es imprescindible para conocer el mundo en que vivimos y es también un tributo que debemos a su memoria.