Primera versión en Rebelión el 23 de febrero de 2012

 ¿Cuál es la realidad tras el mito creado por los papagayos mediáticos: “La única democracia de Oriente medio”? ¿Cómo viven su día a día los ciudadanos de un estado que vende apariencia de normalidad, pero cuya historia lo muestra condenado a un eterno enfrentamiento con sus vecinos, y cuya existencia va ligada a conceptos de difícil explicación en términos de derechos humanos: “territorios ocupados”, “asesinatos selectivos”…? Quien quiera una aproximación histórica a la razón de esa “anormalidad” puede acudir a muchos estudios académicos reveladores, y cómo no citar aquí la extraordinaria Historia de la Palestina moderna de Ilan Pappé (Akal, 2007, trad. de B. Mariño), pero libros como este no nos hablan de cómo es la vida hoy en las calles, ni nos acercan a los seres humanos que las pueblan, con sus ilusiones y sus miedos cotidianos. Para conocer estos, tenemos que acudir a otro tipo de trabajos, que resultan al fin tan útiles como los primeros, porque ambos se complementan y explican mutuamente. El judío errado (Txalaparta, 2010) de Alberto Pradilla es un magnífico ejemplo de lo que un observador sagaz puede hacer, con el relato de sus vivencias sobre el terreno, para mostrarnos los entresijos de una realidad social enormemente compleja.

Alberto Pradilla (Iruñea, 1983) es un periodista freelance que en los últimos tiempos ha colaborado con distintos medios de Euskal Herría, cubriendo principalmente informaciones sobre países árabes. El judío errado, que se presenta con un prólogo de Sergio Yahni, director del Alternative Information Center de Jerusalén, contiene experiencias del autor y entrevistas realizadas en varios viajes por tierras del estado de Israel. El libro arranca con una breve explicación sobre el origen del conflicto y su desarrollo, una historia de expansión cuyos jalones principales, 1948 y 1967, son guerras a través de las cuales el sueño enloquecido de Theodor Herzl ha ido convirtiéndose en una cada vez mayor y más sangrante realidad de desposesión y violaciones brutales de los derechos humanos más elementales.

Alberto Pradilla nos acerca después a las claves que definen la locura de un estado étnico en el que la pertenencia de un individuo en cualquier lugar del mundo a esa entidad denominada “pueblo judío”, certificada por los rabinos correspondientes, lo habilita para ser ciudadano de él, por encima de los derechos seculares de los habitantes de ese territorio. Es esta una locura tan enraizada que a lo largo de todo el libro se multiplican las entrevistas a sujetos nacidos en Argentina, Rusia o los EEUU que están absolutamente convencidos de encontrarse en Israel auténticamente en “su tierra” y se manifiestan dispuestos a ejercer todo tipo de violencia para demostrarlo. No están sin embargo todos estos sujetos cortados por el mismo rasero y El judío errado nos aproxima a tipos muy diversos, que van desde religiosos ultraortodoxos que rigen su vida completamente por los preceptos de la Torah, hasta socialistas kibutzianos de buen rollo, pasando por nacionalistas laicos, personajes inmiscibles unidos sólo por su amor a una tierra que sólo han podido poseer tras arrebatársela a sus legítimos propietarios. Todas las contradicciones del sionismo quedan así claramente de manifiesto. De todas formas, la casuística de los judíos que habitan Israel es tan variada que incluye a los ultraortodoxos de Naturei Karta, los que basándose en las escrituras rechazan el estado de Israel y se niegan a cualquier colaboración con él.

Se nos describe después el marco legal de la “democracia israelí”, democrática para los judíos y judía para los palestinos, ciudadanos de segunda en la tierra de sus antepasados, y se nos acerca al cambio histórico que supuso la caída del laborismo que dominaba la política del estado de Israel en sus comienzos, cercenado por la lógica imposible de su “izquierdismo sionista”, y el relevo por parte de movimientos como el Likud, ligados al sionismo revisionista más radical. Conocemos también en detalle todos los escenarios físicos del horror, lugares como Jerusalén Este donde los palestinos son expulsados de sus casas con todo tipo de argucias legales y violencias por parte de los colonos, o Hebrón, donde unas telas metálicas protegen la calle donde están las tiendas de los palestinos de la basura  arrojada por personajes que pueden haber nacido en Nueva Jersey, pero protestan así de la presencia de intrusos en la tierra que dios les prometió a ellos en exclusiva. Visitamos también cárceles secretas y campos de entrenamiento militar en territorio ocupado. Hasta el desierto del Néguev llega la tragedia cuando los beduinos son deportados de sus aldeas tras la aprobación por parte de Israel de una ley que invalida todos los documentos de propiedad anteriores a 1948.

El judío errado nos muestra las miserias de una sociedad militarizada en la que el ejército es nervio y fuerza directora, una sociedad que ha encontrado su agosto económico en la proliferación de empresas de seguridad, altamente especializadas y que entrenan a policías de todo el mundo. No falta tampoco la visita obligada a los que luchan desde dentro contra esta locura, objetores y críticos de toda laya enfrentados con el poder imperante. El libro concluye con una reveladora entrevista a Mordejái Vanunu, el técnico israelí condenado por dar publicidad internacional a la potencia desarrollada por Israel en armamento nuclear, y que tras pasar 18 años en la cárcel, malvive hoy en Jerusalén Este vigilado por la policía y a la espera sólo de que se le autorice a abandonar Israel.

Tras la lectura de El judío errado, resulta evidente que la base de todo el entramado que se muestra ante nosotros es una lógica enloquecida que permite que los habitantes milenarios de un territorio sean tratados en él como advenedizos por gentes que pueden haber nacido en cualquier lugar a decenas de miles de kilómetros de Palestina, pero en su delirio se creen legítimos propietarios de esa tierra. Sólo cuando seamos una inmensa mayoría en todo el mundo los que comprendamos la magnitud de este disparate y veamos clara también la magnitud del crimen que deriva de él, será posible obligar al estado de Israel, con las medidas de presión adecuadas, a respetar las normas elementales del derecho y la convivencia que viola cada día.