Primera versión en Alasbarricadas.org el 10 de noviembre de 2013

Primo carnal de los también militantes libertarios Domingo y Francisco Ascaso, Joaquín Ascaso jugó un papel destacado en el Consejo Regional de Defensa de Aragón (CRDA), constituido en 1936 como una forma organizativa original que trataba de conciliar las ansias de autogestión de muchos obreros y campesinos aragoneses con el sistema político y la estructura administrativa de la Segunda República. La colección “Larumbe. Clásicos Aragoneses”, promovida por varias instituciones  de esa región, recogió en 2006 las Memorias de Joaquín Ascaso en las que relata sus vivencias de aquellos años decisivos. La edición estuvo a cargo de Alejandro R. Díez Torre, profesor de teoría e historia política de la universidad de Alcalá y autor de importantes trabajos sobre la historia contemporánea de Aragón.

En la introducción del libro, Alejandro Díez Torre presenta una breve semblanza de Joaquín Ascaso desde su nacimiento en 1906 en Zaragoza en una familia obrera. Nos habla de su trabajo como albañil y de su participación muy pronto en las luchas sociales, desempeñando labores de responsabilidad que lo llevan en 1936 a la presidencia del CRDA. Nos da también algunos datos sobre su exilio americano tras la contienda y su militancia libertaria activa y continua hasta su fallecimiento en 1977.

Joaquín Ascaso comienza sus memorias, a manera de prólogo, con un texto de 1938 que plantea sin ambages la terrible afrenta que supuso la disolución del CRDA en el verano de 1937. Esta institución había tratado de encauzar los anhelos revolucionarios del pueblo aragonés en un proyecto federal y democrático, pero se vio casi siempre rodeada de la incomprensión y el desprecio de los gobiernos central y catalán. Ascaso argumenta cómo las interminables concesiones populares en aras a abrir la colaboración internacional con la república española no habían producido ningún resultado en ese momento y se hacía necesario, según él, recobrar el entusiasmo y el impulso profundamente revolucionario y democrático del 19 de julio de 1936.

Tras el prólogo, Joaquín Ascaso nos habla de su presencia accidental en Barcelona los días de la sublevación fascista y su partida poco después para su tierra aragonesa con la columna Durruti. En Bujaraloz se separa de ella junto a Antonio Ortiz, al ser nombrado éste jefe de una segunda columna (luego Sur-Ebro y más tarde 25 división), que establece su cuartel general en Caspe y aglutina contingentes catalanes y aragoneses. Sus trabajos desde allí consisten sobre todo en organizar las fuerzas y asegurar la estabilidad de la retaguardia, manifestándose crítico con la escasez de recursos militares asignados a esta zona del frente por el gobierno central y cálidamente elogioso del heroísmo y la moral combativa de las tropas.

En octubre de 1936, un pleno de los sindicatos de la CNT aragonesa, reunido en Bujaraloz, acuerda constituir el CRDA para hacerse cargo de “todo el desenvolvimiento político, económico y social de Aragón” con participación de todas las fuerzas antifascistas. No sin resistencia por su parte, Joaquín Ascaso es nombrado presidente del Consejo, y él acepta a condición de que se le permita simultanear este cargo con su actividad en la columna Sur-Ebro. El CRDA se instala provisionalmente en Fraga, se organiza y lanza sus primeras circulares. Era necesario además viajar para recabar los apoyos de los dirigentes catalanes y del gobierno central. Eso hacen Ascaso y varios delegados más y no con malos resultados. Companys, Azaña y Largo Caballero manifiestan solidaridad y comprensión con el proyecto y el último solicita un documento firmado por los representantes de todas las fuerzas antifascistas, expresando sus fines y el enlace previsto con el gobierno de la república.

Comienza con ahínco la creación de consejos locales y comarcales que dan una base sólida al CRDA. Por estas fechas muere Durruti en Madrid (20 de noviembre), lo que resulta un duro golpe pues siempre fue un sólido apoyo del Consejo de Aragón. En diciembre se rubrica al fin un documento que contiene el pacto entre todos los sectores que constituyen el CRDA. Es este un gigantesco paso adelante en la difícil situación, con el fascismo enfrente y la máquina burocrática del estado derrumbada. Joaquín Ascaso argumenta a favor de la labor realizada por el Consejo en su primera etapa, hasta la incorporación a él de las otras fuerzas del Frente Popular, ingente trabajo de organización asumido por los confederales.

Se trata después de la unidad de acción conseguida en Aragón entre las dos grandes centrales sindicales, CNT y UGT. Era esta, sin duda, condición necesaria para la victoria, y las dos organizaciones firman un “pacto de unidad de acción” que desde el respeto mutuo plantea un frente común en los aspectos fundamentales: dar por buenas las incautaciones hechas y apoyo a las colectivizaciones. Las influencias partidistas ajenas a Aragón harían que este sueño de unidad durara sólo unos meses. El 23 de diciembre aparece en la Gaceta de la República el decreto de creación del CRDA, que deja insatisfechos a los que le habían dado vida, pues ofrece sólo una tímida descentralización administrativa. Parece ser que aunque Francisco Largo Caballero y algunos ministros (sobre todo los anarquistas, con Peiró a la cabeza), apoyaron la propuesta inicial, otros se opusieron y acabó ganando en la votación una versión desfigurada del proyecto. Por estas fechas, el Consejo se traslada a Caspe, donde tendría su sede hasta su disolución.

En enero de 1937, los consejos locales provisionales son renovados democráticamente, lo que da una mayoría absoluta global a la CNT (1183 consejeros), seguida de la UGT (618) e IR (269). Se detallan también las dificultades que tuvo que afrontar este proceso, que parten sorprendentemente de las propias filas anarquistas, cuando sectores ligados a los comités provisionales temen una vuelta a la política anterior que creían superada. Puestas estas bases, comienza el CRDA a desarrollar ideas ambiciosas y ya en marzo de 1937 se aprueba un decreto de municipalización de la vivienda. Los ayuntamientos podrán disponer para los usos que consideren convenientes de las viviendas abandonadas por sus dueños. Asimismo, espectáculos públicos, tierras comunales y aquellas que no pudiesen cultivar por sí mismos sus propietarios pasaban a usufructo del municipio, que podía ponerlas bajo custodia de las organizaciones proletarias. Respecto a la industria, se promueve un control obrero de las fábricas, pero en un marco de economía socializada en el que el CRDA puede redistribuir las ganancias generadas en los diferentes sectores.

Con estos principios, arranca una nueva etapa histórica, cuyo modelo económico repasa Joaquín Ascaso esquemáticamente. Se apoya a las colectividades, pero sin abandonar a los pequeños propietarios. Las industrias funcionan a buen ritmo y los ingresos y pérdidas son socializados. En una entrevista que aparece en Le libertaire el 18 de marzo del 1937 e incluida en el libro, Ascaso se muestra optimista sobre el funcionamiento económico conseguido, con un aumento de la productividad en todos los sectores. En este contexto, y coexistiendo con otras formas de organización, se desarrollan en muchas partes de Aragón y en algunas con gran intensidad, estilos de vida correspondientes al comunismo libertario. Se pone el ejemplo de Ariño, donde se racionan el trabajo y el consumo, intercambiándose los excedentes con otros pueblos. En Graus, el nuevo sistema es gestionado conjuntamente por CNT y UGT. Ascaso afirma no haber sido promotor de estas iniciativas, por coherencia con sus reiteradas declaraciones de respeto por la libertad de trabajo y las pequeñas explotaciones.

Se discute después la política de orden público desarrollada por el CRDA, en la que tuvieron papel protagonista Adolfo Ballano, consejero de OP, y Francisco Foyos, delegado general de OP. Tuvo por fin esta política someter a los incontrolados que actuaron a su albedrío en los primeros momentos y encauzar todas las actividades de persecución de los elementos fascistas de la retaguardia a través de las fuerzas dependientes del Consejo y los tribunales populares establecidos al efecto. El asunto que trata después Ascaso es ciertamente penoso, pues son los conflictos y tensiones en las relaciones comerciales entre los gobiernos de Aragón y Cataluña. La visión de Ascaso es que esta última organizó peor su vida económica, generándose desequilibrios y aumentos de precios que se compensaron con intentos de adquirir productos aragoneses en condiciones que Ascaso considera injustas. Las relaciones mejoran, de todas formas, en julio de 1937, en la etapa final del CRDA.

Lo que sigue es simplemente el desastre. Agosto de 1937: el gobierno Negrín disuelve el CRDA y Enrique Líster incursiona en Aragón con sus tropas para desmontar sobre el terreno las colectividades. Joaquín Ascaso, destituido, es además detenido con acusaciones que no se sostuvieron y obligaron a su liberación poco más de un mes después. En una entrevista en Le libertaire en noviembre de 1937, Ascaso responde cumplidamente a los infundios estalinistas con que trataron de justificar la disolución del CRDA: maldades como que la colectivización había sido mayoritariamente forzada. Se hace énfasis también en cómo estas imposiciones de un poder arbitrario a la población son acatadas por los libertarios como un sacrificio más para la victoria irrenunciable. Argumenta también que las conquistas revolucionarias quedarán en la memoria de la gente y no estarán así perdidas del todo.

En una carta al dirigente francés L. Lecoin de septiembre de 1938 y recogida también en el libro, Joaquín Ascaso repasa los hechos de la disolución del Consejo, quejándose de la débil oposición y final anuencia de la CNT, cesión justificada en su momento en aras de la imprescindible unidad del bando republicano, pero criticada también como el principio del fin desastroso de la guerra, con la caída en picado de la moral revolucionaria del pueblo. Luego sólo habría víctorias pírricas en ofensivas absurdas que desangran el ejército leal, y la amarga derrota. Detalla después Ascaso en su carta los entresijos de su detención con una acusación injusta que fue aceptada por él para no perjudicar a los auténticos responsables, que eran personas más significadas de la propia CNT. Tras la liberación, es condenado al ostracismo por sus correligionarios y sólo en el verano de 1938 acompaña como comisario político a Antonio Ortiz, que había tomado el mando de la recién formada 24 división, destinada al frente oscense en un sector junto a la frontera francesa.

Allí, denuncia Joaquín Ascaso en su carta las continuas jugarretas de los estalinistas, que culminan cuando un amigo les avisa de que traman contra su vida. Es este el momento en el que Antonio Ortiz y él toman la difícil decisión de marchar a Francia, incapaces tanto de no resistir la maniobra entregándose sin lucha, como de resistirla y comprometer a la CNT en una trifulca más que sería utilizada contra ella. En Francia se les niega la residencia hasta que un diputado amigo consigue un permiso provisional por unos días. La carta concluye, y con ella el libro, con ruegos a Lecoin de que agilice los trámites para que puedan viajar a México o alguna otra república americana.

Tras el periplo recogido en sus memorias, Joaquín Ascaso sufre aún más dificultades en su estancia en Francia, que incluyen siete meses de prisión en Marsella. No es hasta 1947 que consigue un visado para América. El año siguiente se instala en Venezuela, país donde arrastraría una vida azarosa y plena de estrecheces materiales hasta su fallecimiento en 1977. En estos años no abandonó nunca su compromiso con la lucha libertaria.

Con estas memorias de Joaquín Ascaso recupera la voz uno de los protagonistas más destacados de acontecimientos fundamentales de la historia reciente que muchos han querido silenciar y otros se empeñan en tergiversar. Vienen además generosamente ilustradas con fotografías que nos acercan a los personajes y escenarios de la historia.