Primera versión en Alasbarricadas.org el 7 de mayo de 2014

Eduardo de Guzmán nació en Villada (Palencia) en 1908, pero muy joven partió para Madrid donde se fue ganando la vida en distintas ocupaciones hasta que comprendió que la suya sólo podía ser el periodismo. En la época republicana fue redactor de La Tierra, hasta su cierre en 1935, y luego de La Libertad, trabajo en el que lo sorprende el alzamiento fascista de julio del 36. Durante la contienda dirige el diario Castilla Libre, órgano de la CNT, y en 1938 publica Madrid rojo y negro (reeditado por Oberón en 2004), el libro que nos ocupa, reivindicando la contribución de las milicias confederales a la causa republicana y la defensa de Madrid durante el comienzo de la guerra civil. Apresado en el puerto de Alicante, es condenado a muerte aunque luego la pena es conmutada. Consigue la libertad condicional en 1943, pero queda inhabilitado para ejercer el periodismo, con lo que sobrevive haciendo traducciones, publicando con diversos seudónimos novelas del oeste de las que se vendían por entonces en los quioscos, y desde 1969 colaborando con la agencia mexicana de noticias. Tras la dictadura retoma plenamente la labor periodística en Triunfo, Índice y Diario 16, entre otros medios. En las postrimerías del franquismo también emprende una importante actividad historiográfica en la que destacan 1930: crónica política de un año decisivo (Tebas, 1973), y sus tres tomos de memorias sobre la guerra civil editados por G. del Toro: La muerte de la esperanza (1973), El año de la victoria (1974) y Nosotros los asesinos (1976). Eduardo de Guzmán falleció en Madrid en julio de 1991.

Muy lejos del tono reposado de estos últimos volúmenes, en los que la aproximación a los hechos desde la distancia se esfuerza en ser objetiva, Madrid rojo y negro, escrito en el fragor del combate, muestra un interés especial en señalar la contribución esencial de los anarquistas en la lucha contra la sublevación, lo que ha de entenderse como la respuesta contundente a los que ya en aquel momento cuestionaban torticeramente esta contribución. Diversos hechos creaban en España una situación revolucionaria en los comienzos de aquel año de 1936: la potencia y organización del movimiento libertario por un lado, por otro la posibilidad nada remota de alianzas obreras como la que había funcionado en Asturias en el 34, también  la debilidad de un gobierno dispuesto sin duda a repetir más Casas Viejas, pero sabedor del precio político de estos excesos. Era uno de esos pocos momentos en la Historia en los que las cuentas salen… Y es entonces cuando una cadena de traiciones echa todo por tierra. Eduardo de Guzmán, un periodista de veintiocho años sinceramente comprometido con aquel luminoso proyecto de los libertarios, es agudamente consciente de las infamias que han traído el desastre y su respuesta es este libro. En él oímos sobre todo el latido de un corazón desgarrado por el espectáculo de ignominia y doblez y una reivindicación apasionada del heroísmo de los libertarios en aquellos primeros meses de guerra, cuando a pesar de los pesares parecía que no todo estaba perdido.

El libro viene en la edición de Oberón con una introducción de Rafael Torres, que se añade a la de José Garcia Pradas, director de CNT, de la original, y arranca en los años de la Segunda República Española. Guzmán nos describe esta como un proyecto liberalizador que chocó con la dura realidad del carácter sagrado de la propiedad.  Así siguieron con ella el hambre y la explotación, y también la lucha. Tras febrero del 36, los dirigentes frentepopulistas regresan con la idea de otro bienio de marear la perdiz, pero los obreros tienen prisa: sacan a los presos del 34 de las cárceles, ocupan tierras… Los políticos hablan y hablan (y conservan a los generales golpistas en sus puestos), los fascistas provocan y el proletariado exige sus derechos, cerrando los puños para el combate inminente. La conciencia de la explotación ha despertado con una fuerza enorme y el pueblo sabe que la militarada está presta a caer sobre él. La batalla será a muerte.

Son los momentos en los que lo que viene está diáfanamente claro y el gobierno criminalmente mira para otro lado. Aún era posible extirpar de raíz el fascismo español y el gobierno no quiso. Pronto, con la inactividad cómplice de D. Manuel Azaña y D. Santiago Casares Quiroga, la hidra fascista está en pie. El sábado 18 de julio van llegando de toda España noticias del levantamiento. Eduardo de Guzmán nos describe el ambiente en las calles de Madrid y el trabajo entusiasta de los militantes confederales organizados en torno a un Comité de Defensa en el que desde el principio la figura clave es Eduardo Val. El gobierno se niega a armar al pueblo, pero este sabe que sólo si se arma podrá resistir al fascismo.

Casares Quiroga dimite para que Martínez Barrio busque el entendimiento con los sediciosos, pero estos ya no quieren saber nada con los que nadan entre dos aguas. Se forma el gobierno Giral. Guzmán emprende el relato de la primera batalla en Madrid, cuando la sublevación es sofocada en el Cuartel de la Montaña y otros lugares donde el pueblo derrocha coraje y derrama generoso su sangre. Es la crónica de un testigo comprometido en cuerpo y alma con el proletariado que resiste y sobre todo con el anarcosindicalismo que es para él su sector más valioso y consciente. Se describe la situación en los distintos cuarteles y los detalles de lo ocurrido en cada uno hasta la toma de Campamento, que no es el final porque quedan aún francotiradores emboscados.

Tras la lucha en los acuartelamientos, el panorama es desolador: Madrid está sitiado. Hay que abrirse camino hacia Alcalá y para allí van las milicias confederales recién creadas. Alcalá es liberado. Guzmán repasa la actividad frenética de esos días. Las milicias neutralizan a los pacos en el mismo Madrid, pero parten también para la Sierra, y hacia Toledo y Guadalajara, los objetivos imprescindibles para la seguridad de la capital. La lucha por Toledo logra encerrar a los fascistas en el Alcázar. Se toma Guadalajara y Cipriano Mera, que estaba allí, marcha después a Cuenca, que se ha sublevado. La provincia es ganada para la república.

Tras esos días comienza a discutirse la necesidad de una estructura mejor para afrontar lo que ha acabado siendo una guerra civil. Así echan a andar las Milicias Confederales del Centro. En dos grandes cuarteles, el cinema Europa y el puente de Toledo, se organizan y eligen a sus jefes. Las dirige militarmente el teniente coronel del Rosal. Se plantea aquí por primera vez la que será una denuncia constante en el libro, la de la resistencia gubernamental a colaborar con estas milicias. Así se pierde Navalmoral de la Mata en un momento clave. No hay armas para las unidades anarquistas y los hombres que afluyen a ellas han de integrarse en las de otros grupos políticos.

La siguiente batalla que se nos narra es la que se produce en Somosierra por controlar el abastecimiento de agua de Madrid. El asalto fascista es neutralizado por el arrojo de las milicias confederales. Consolidada esta zona, estas han de partir para la sierra de Gredos, donde continúan luchando con escaso armamento y sobrado valor. Allí muere en un avance Teodoro Mora, uno de los mayores talentos militares del movimiento libertario. Son las semanas en que los fascistas llegan desde Talavera hasta Escalona. La superioridad de medios hace imposible la resistencia, pero el coraje herido está fraguando todo el heroísmo de la batalla de Madrid que se aproxima. Las tropas confederales quedan sitiadas en Casavieja y el Sotillo, pero logran romper el cerco en una brillante maniobra. Allí estaba Cipriano Mera.

El siguiente capítulo se dedica a la lucha por Toledo. El asedio al Alcázar estuvo marcado, primero por el desinterés gubernamental y luego por indecisiones que resultaron fatales. Guzmán nos cuenta como allí, al igual que en otros muchos lugares, los libertarios fueron los primeros en la brecha y los últimos en la resistencia cuando los moros llegaron en el momento final y salvaron a los fascistas supervivientes. El siguiente escenario es Sigüenza. A mediados de setiembre los franquistas emprenden una ofensiva plena de recursos e imposible de contener y se produce el cerco. La defensa desesperada en la catedral es aplastada a finales de octubre. Nada se hizo por ayudar a los héroes que vendieron cara su vida.

La crónica que sigue es la de los días negros en que los fascistas llegan a las puertas de Madrid. La CNT ha entrado en el gobierno y este huye a Valencia, pero el pueblo está dispuesto a dar la batalla decisiva: libertad o muerte. Y el 8 de noviembre se produce el milagro. Los burócratas han huido, pero han venido Durruti con sus mejores tropas y las brigadas internacionales. Republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas pelean codo con codo en magnífica hermandad y con el esfuerzo de todos, Madrid se salva. Guzmán resalta el papel de los hombres de los sindicatos, del pueblo en armas que pone el pecho al incontenible avance fascista.

En los días que siguen, cuando el frente queda estabilizado dentro de la propia ciudad, también se derrocha heroísmo. Los moros y legionarios se estrellan contra un muro infranqueable, pero la rabia y la impotencia de Franco redoblan los bombardeos salvajes sobre la población civil. No importa. Los cobardes asesinatos desde el aire convencen a los indecisos sobre la naturaleza del fascismo y multiplican el coraje de los que le plantan cara. Se narran después las últimas horas de Durruti, enzarzado nada más llegar en lo más duro de la lucha en la ciudad universitaria. Sus fuerzas son masacradas y él mismo es muerto el día 19 de noviembre.

En diciembre la situación se relaja algo. Son las semanas en que las milicias confederales del centro se dotan de una estructura más militar que aumentará su eficacia. Acabarán constituyendo cinco divisiones del ejército popular. En enero comienza una nueva acometida fascista que los primeros días  consigue cortar la carretera de La Coruña, pero es frenada en seco en El Pardo por los confederales. Más tarde, el enemigo rompe las filas defensivas en la Casa de Campo. De nada les sirve, pues conscientes del peligro creado, los que habían retrocedido contraatacan con ánimo renovado y reconquistan las posiciones.

El libro concluye con un canto a la lucha esforzada con que se detienen las ofensivas del Jarama y Guadalajara. El nuevo ejército demostró allí un coraje que traía los mejores augurios para el desenlace de la guerra. Eduardo de Guzmán da la obra a la imprenta a finales de 1938 y esta es impresa en Madrid en unos talleres socializados de la CNT. Su recuperación en el catálogo de la colección ‘La buena memoria’ de editorial Oberón nos acerca a un Eduardo de Guzmán casi desconocido para los que hayan leído sólo sus obras de madurez, y nos trae la crónica de un Madrid heroico y sitiado, entregado a la vesania de Franco, Hitler y Mussolini, pero en el que militantes de todas las tendencias supieron unirse y dejar para siempre, mientras los hombres anhelen la libertad, un ejemplo universal de resistencia al fascismo.