Primera versión en Rebelión el 9 de octubre de 2018

Zekine Türkeri nació en 1967 en una aldea kurda del este de Turquía y estudió periodismo en Ankara. Ha ejercido su profesión en Estambul, donde reside en la actualidad, y también en España durante más de diez años. Siempre sintió interés por conocer su verdadero país, ese Kurdistán que no aparece en los mapas y que a día de hoy se encuentra dividido entre cuatro estados, pero fue sólo en el verano de 2014 cuando tuvo la posibilidad de empezar a cumplir su sueño viajando al Kurdistán iraquí (Bashur), que por entonces gozaba de autonomía. Parte a finales de julio, en plena ofensiva del Dáesh, pero se arregla para recorrerlo. Visita después al Kurdistan sirio (Rojava). De sus experiencias nace Un verano kurdo, que fue publicado en 2016 por Descontrol, un acercamiento a un pueblo que en circunstancias endemoniadamente adversas es capaz, no sólo de resistir, sino de elaborar propuestas de organización participativa y solidaria que nos iluminan a todos.

Kurdistán es un país atravesado por peligrosas fronteras estatales y donde los kurdos son sospechosos. Zekine cruza la que separa Turquía de Irak con su pasaporte español y en unas horas llega a Arbil. La situación actual en Bashur, con los kurdos disfrutando de una cierta autonomía, está marcada por un Islam riguroso y un consumismo compulsivo. Es un país donde no hay robos, porque nadie se arriesga a que le corten la mano. Mosul, segunda ciudad de Irak había sido tomada unas semanas antes por el Dáesh, así que era inaccesible. Si era posible sin embargo llegar a Mahmur, al suroeste de Arbil, donde un campo con más de diez mil refugiados acoge a supervivientes de masacres en el Kurdistán turco (Bakur) a los que se permitió instalarse aquí a finales de los años 90. La autora recopila entre ellos, para su programa en una televisión turca, testimonios de cómo fueron capaces de salir adelante y autoorganizarse en una sociedad igualitaria y con muchas menos barreras de género de las habituales en la región. La noticia de que el Dáesh avanza hacia Mahmur no es fácil de digerir para ella, que consigue al fin ser evacuada. Todos los habitantes del campo, menos los combatientes, lo serán también unos días después. Su amiga Deniz Firat caerá asesinada por los yihadistas.

En Arbil de nuevo, Zekine emprende camino hacia las montañas de Qandil, al oeste, cerca de la frontera con Irán, objetivo frecuente de las masacres de la aviación turca porque aquí se encuentra el cuartel general del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Es el momento en que parte de allí en autobuses un contingente de guerrilleros que tratará de detener la ofensiva de los yihadistas en la región de Sinyar, próxima Siria, que está siendo desalojada. Allí habitan muchos yazidíes (kurdos con una religión sincretista de influencias zorastrianas), que siempre son los primeros en ser exterminados por el Dáesh. Nuestra protagonista, tras unos días en las montañas de Qandil, y ver y entrevistar a personajes importantes del PKK, parte para Duhok, al noroeste de Arbil, donde se hacinan centenares de miles de evacuados. La situación en la ciudad, que casi ha visto duplicada su población, es crítica. Lo mismo ocurre en Zaho, cerca de la frontera con Turquía, y en Lalesh, el lugar sagrado de los yazidíes, Se oyen historias estremecedoras de la huida ante el Dáesh; las mujeres yezidíes están siendo vendidas. Todos ensalzan la protección y ayuda del PKK, y se maravillan del papel que las milicianas desempeñan en él, perfectamente iguales a los hombres.

Zekine atraviesa la frontera y viaja a Derik, en Rojava (Turkestán sirio), donde los kurdos disfrutan de la independencia recién conquistada al gobierno de Damasco, y su situación es en general mejor que la de los que viven en Irak. En el campo de refugiados de Newroz, la gente recibe la ayuda de ACNUR y de los autóctonos, que se desviven con ellos. Al hospital llegan heridos de las YPG (Unidades de Protección Popular) que combaten a los yihadistas. Días después, Zekine, en compañía de otros periodistas, trata de aproximarse al frente de guerra en las montañas de Sinyar, pero sólo consigue recorrer la zona próxima a la frontera de Irak, no lejos del área de combate, donde entrevista a milicianos y milicianas de las YPG que confiesan no haberse enfrentado nunca a algo como el Dáesh, un enemigo que corta cabezas y busca la muerte; las mujeres guardan siempre una última bala para no caer en sus manos. Continuamente se producen bajas, y la organización de las misiones peligrosas se ajusta a la norma de que  no puede haber más de dos muertos en la misma familia.

Estados Unidos y Europa han convertido Oriente medio en un infierno donde no van a faltar en mucho tiempo desesperados dispuestos a engrosar las filas del Dáesh, una organización bien abastecida, nacida bajo sus auspicios y que sirve sus intereses desestabilizadores. Un verano kurdo es un testimonio precioso sobre los kurdos que en Irak y Siria defienden su tierra y se enfrentan a la barbarie. Un alegato vibrante y humano, lleno de risas y juventud, de solidaridad y amistad, pero también de historias terribles y turbadoras citas con la muerte. Sorprende el humor con el que refieren sus vivencias gentes que han visto cómo sus parientes eran asesinados y han estado ellas mismas próximas a sufrir ese destino. No obstante, si lo pensamos bien, vemos ahí la vieja sabiduría imprescindible para resistir en esas condiciones, apoyada en la conciencia firme de pertenecer a un grupo, un cuerpo inextinguible que los criminales, a pesar de su poderosa crueldad, no pueden destruir. Zekine Türkeri nos regala con este libro una experiencia valiente y una aproximación conmovedora a un pueblo que ha sabido levantarse con decisión para afirmar su identidad y combatir a la barbarie.