Primera versión en Rebelión el 18 de noviembre de 2020

El historiador José Luis Gutiérrez Molina (Cádiz, 1952) es autor de numerosos trabajos sobre las luchas obreras de los siglos XIX y XX en España, y en la actualidad es uno de los coordinadores de la base de datos todoslosnombres.org, dedicada al estudio de la represión durante la dictadura franquista. El volumen que nos ocupa acaba de aparecer como un proyecto conjunto de Calúmnia Edicions y la Fundación Anselmo Lorenzo, e integra dos textos suyos: Llevaban un mundo nuevo en sus corazones, síntesis sobre las colectividades en la guerra civil y puesta al día de la cuestión, yColectividades libertarias en Castilla, reedición de una agotada investigación de 1977. La amplia introducción del también historiador Curro Rodríguez incide en algunos aspectos clave, como las posibilidades revolucionarias “reales” del campo español en aquel momento, o el papel desempeñado por las mujeres.

Primer texto: Una síntesis sobre las colectividades agrarias en la Revolución española

Gutiérrez Molina pone de manifiesto la efervescencia reivindicativa del campo español durante los años 30, alimentada en ocasiones por la memoria de un “colectivismo consuetudinario” y cristalizada por doquier en demandas de bienes comunales perdidos. Al hilo de esto, la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 desencadenó por todo el sur de España una oleada de ocupaciones de fincas que preludiaba un inminente proceso revolucionario. Éste tomó forma en las zonas en las que el levantamiento militar pudo ser controlado, con el establecimiento de una nueva organización social caracterizada por el eclipse del Estado y una proliferación de comités que fueron capaces de aglutinar a todas las fuerzas antifascistas.

El análisis por regiones muestra las heterogeneidades del proceso, pero también algunos rasgos comunes. En Castilla-La Mancha, y los sectores de Andalucía y Extremadura que resistieron la acometida facciosa, la colectivización se realizó en el campo de manera rápida y enérgica, aunque limitada en su proyección. De esta forma, la población supo reorganizar el poder local, proceder a la recolección del verano e implementar los canales de distribución con economatos y cooperativas, todo ello mientras afrontaba la atención a los desplazados desde las zonas ocupadas por los sublevados. Sin embargo, según fue pasando el tiempo, la situación se fue deteriorando cuando comités y sindicatos tuvieron que competir con los intentos gubernamentales por controlarlos. Gutiérrez Molina repasa los escenarios de las diferentes provincias, con un saldo global para el proceso colectivista de una mejora de las condiciones del campesinado.

Existe consenso entre todos los estudiosos en que las trasformaciones más ambiciosas tuvieron lugar en Aragón. Aquí la labor constructiva se materializó no sólo en una gestión colectiva que llegó a afectar a un 70% de la población de las zonas leales a la República, sino también en numerosos avances en educación, sanidad e infraestructuras. La constitución del Comité Regional de Defensa de Aragón permitió canalizar estos logros, pero las tensiones con el gobierno republicano desembocaron en su disolución manu militari en el verano de 1937. A pesar de esto, la estructura cooperativa sobrevivió en algunas zonas hasta la ocupación por las tropas franquistas, lo que revela su fortaleza y el apoyo popular con que contaba.

A partir del 19 de julio, el tejido industrial de Cataluña fue puesto bajo control obrero, mientras en el campo proliferaban las cooperativas que asumían la producción y distribución de alimentos. Estos intentos emancipadores tuvieron que soportar desde octubre las zancadillas de una Generalitat cada vez más pujante y empeñada en domeñarlos. Los datos aportados muestran el vigor del movimiento autogestionario por toda la geografía catalana y los capítulos siguientes evidencian lo mismo en la región valenciana y Murcia. En todas estas zonas se produjeron mejoras notables en las condiciones de vida de los campesinos. Otro escenario fueron las áreas rurales de la cornisa cantábrica. Aquí los comités locales surgidos coordinaron las actividades agropecuarias y respetaron la titularidad de la tierra, salvo en casos de propietarios adheridos a la sublevación. Algunas industrias fueron colectivizadas y otras puestas bajo control estatal.

Gutiérrez Molina reconoce que, a pesar de los esfuerzos de buen número de investigadores, sigue sin existir en estos momentos un estudio global en profundidad sobre el alcance real del movimiento colectivista durante la guerra civil. Puede afirmarse sin embargo que la nueva estructura adoptada fue capaz de responder al colapso del sistema imperante y poner en pie una alternativa abierta y comunitaria que en circunstancias muy difíciles sostuvo la producción y mejoró las condiciones de vida de los campesinos. La clase trabajadora española dio en aquellos meses una lección al mundo sobre la viabilidad de la autogestión.

Las secciones finales de la obra sirven al autor para repasar algunas controversias a que han dado lugar los procesos descritos. El falso debate guerra-revolución ha sido planteado por los que no aciertan a ver que fue la revolución lo que detuvo al fascismo en julio, y que fue la derrota de la revolución una de las causas principales que permitieron a éste vencer finalmente. Se desmenuzan luego las piedras en el camino que materializaron esta derrota. La recomposición del poder estatal generó obstáculos burocráticos y de todo tipo en los que la propia CNT, a través de algunos de sus líderes más destacados, fue partícipe. Se recapitula también la maraña de mentiras y visiones desajustadas y parciales con que la historiografía académica presenta en ocasiones unos hechos que desbordan sus anteojeras ideológicas.

Segundo texto: Colectividades libertarias en Castilla la Nueva

La segunda parte del volumen presenta con muy pocas modificaciones el texto de José Luis Gutiérrez Molina que Campo Abierto publicó en 1977. En aquel momento histórico tan particular en que se miraba con ilusión el futuro, el autor comienza declarando su intención de aportar al debate los datos de una importante y mal conocida labor constructiva desplegada en otro momento convulso del pasado. Repasa así primero el contexto de las realizaciones revolucionarias del campo castellano durante la guerra civil, su pujanza inicial y su lucha por sobrevivir, y como muestra de ello, describe el funcionamiento de la colectividad agraria de Tielmes de Tajuña, ejemplo de gestión democrática y éxito económico en esta localidad de unos dos mil habitantes.

Se acomete después un intento de cuantificación del proceso para las cinco provincias de Castilla la Nueva a partir de los datos (presentados en el trabajo) de dos documentos localizados en el Archivo de Salamanca. El número de colectividades y personas implicadas en ellas varía de 206 y 23 420 en marzo de 1937 a 240 y 22 664 en marzo de 1939, con un predominio de las organizadas por la CNT y bastantes mixtas CNT-UGT. Se recogen en apéndices diversos textos legales y periodísticos sobre las colectividades, un acta de constitución y documentos internos de funcionamiento, así como tres informes que reflejan las dificultades a que dieron lugar las injerencias gubernamentales.

La tentativa colectivista de la Revolución española ha sido incomprendida y calumniada muchas veces, pero un buen número de trabajos, como los de José Luis Gutiérrez Molina agrupados en este volumen, exponen sus realizaciones con claridad meridiana a la vista de todos. En un momento en que la humanidad busca desesperadamente alternativas a la depredación capitalista, la experiencia que arrancó aquel verano del 36 en nuestra piel de toro se vislumbra hoy como un referente de colectivismo plural y democrático que sigue iluminando la esperanza de un mundo sin explotación.