Primera versión en Rebelión el 18 de julio de 2013

Teórico del anarquismo, editor de importantes publicaciones periódicas y divulgador infatigable de sus ideas a través de libros y artículos, el inglés Colin Ward (1924-2010) realizó sólidas aportaciones a la tradición libertaria más pragmática que insiste sobre todo en la búsqueda aquí y ahora de formas de organización posibles que incrementan la autonomía y libertad del ser humano. Arquitectura, urbanismo y pedagogía fueron los temas fundamentales de sus escritos y una buena síntesis de sus ideas en todos estos campos puede encontrarse en el libro Anarquía en acción. La práctica de la libertad de 1973, que con los comentarios del autor añadidos en la segunda edición de 1981 y una introducción de Stuart White, profesor del Jesus College de Oxford, acaba de editar Enclave de libros (traducción de Francisca Ocón).

El prefacio y el primer capítulo del libro repasan brevemente la historia del anarquismo, y formulan la crítica clásica de éste al Gobierno y el Estado, subrayando la división histórica entre anarquistas y marxistas. Se concibe así el Estado como una cristalización del poder que los ciudadanos no han sido capaces de utilizar y al que han renunciado, insistiendo en la idea de que, a pesar de todo, la libertad humana está siempre presente en los intersticios del poder dominante y el objetivo debe ser que las bases retomen la iniciativa para reconquistar lo que legítimamente les pertenece.

Se presenta después la teoría del orden espontáneo, según la cual, dada una necesidad común, un conjunto de personas desarrollará, por ensayo y error, por improvisación y experimentación, un orden a partir de una situación concreta, orden que resultará más duradero y más cercano a sus necesidades que el que pueda suministrar cualquier autoridad externa. La ocupación de campamentos militares en Inglaterra y Gales (1946), el experimento de Peckham (1926-1950), España en 1936 o Praga en 1968 son algunos de los acontecimientos históricos reseñados que muestran claramente la emergencia de un orden natural no autoritario que consigue resolver los conflictos.

Los siguientes capítulos recurren a fuentes no anarquistas, pero pretenden exponer principios fundamentales de la teoría anarquista: la existencia de grupos sin líder, contrapuestos a ese orden social dominante tan eficaz para moldear sus propios necios y promocionar a los líderes que los pastorean; y el hecho de que una sociedad sana necesita más diversidad que unidad y puede funcionar perfectamente mediante un sistema horizontal que no precisa de una autoridad central. Redes de ferrocarriles, servicios de correos y organizaciones como Spies for peace aportan aquí también ejemplos sorprendentes y sumamente claros que ilustran todo esto.

El siguiente capítulo describe la evolución de las ciudades inglesas y usamericanas a finales del siglo XX, que puede resumirse en una expulsión de los más desfavorecidos y su hacinamiento en guetos a una distancia prudente, que no desentonen de la estética de la gran urbe. Como alternativa se propone una planificación de abajo a arriba, en la que las comunidades tengan acceso al diseño del entorno urbano en el que transcurre su vida. Se presentan ejemplos de experiencias de este tipo y se exploran también a continuación casos históricos en Gran Bretaña y otros países que muestran cómo las ocupaciones pueden llegar a ser enormemente exitosas cuando son capaces de desarrollar procesos de gestión solidarios y participativos.

Se presenta después una crítica muy lúcida de la institución familiar, en la que sin propuestas dogmáticas y abogando sólo por reforzar la libertad del ser humano para construir moldes sociales a la medida de sus deseos, se describen algunos tipos de alternativas comunitarias que son planteadas en la actualidad por diversos autores.

Se pasa a criticar después la escuela tradicional, simple artificio para reproducir las estructuras de dominación según Colin Ward. ¿Qué debe sustituirla? Academias populares sin escalafón ni organigramas, puro intercambio de conocimientos entre aquellos que lo deseen. Se presentan también experiencias históricas en esta línea. Paul Goodman es un educador anarquista que tiene interesantes ideas al respecto, basadas no en el desprecio por el aprendizaje, sino en el respeto por el aprendiz. El capítulo se cierra con un llamamiento a una revuelta capaz de llevar la ciencia y el arte más allá del privilegiado mundo de la educación superior, a las fábricas, a los barrios, a la vida cotidiana de las gentes, a todas partes.

El siguiente capítulo explora los juegos infantiles como una parábola de la vida adulta y repasa ejemplos de experiencias donde los niños son abandonados a su propia creatividad en espacios amplios donde disponen de herramientas y materiales de construcción. Estas experiencias curiosamente muestran, al igual que otras con adultos en casos similares, un aumento espontáneo de la colaboración y una liberación del sentido de comunidad que permanece latente en una sociedad en la que los valores dominantes son la competitividad y la codicia.

El ámbito analizado después es el laboral. Todo parte de una sencilla pregunta: “¿Por qué un hombre tras una agotadora jornada laboral, llega  a casa y disfruta cavando en su jardín?” La eterna alienación del que vive y trabaja sometido a la voluntad de otros ha cristalizado históricamente en muchos intentos de lograr la autogestión. Se repasa la historia, y aunque se reconoce  que lo que ha habido en Europa en los últimos tiempos es un lamentable retroceso en este sentido, se recuerdan también interesantes experiencias desarrolladas en Gran Bretaña, en las industrias del automóvil y la minería, que han conseguido demostrar la eficacia de formas horizontales de organización que encarnan la solidaridad frente a la división entre los trabajadores por sueldos y categorías laborales. El capítulo concluye planteándose la pregunta más ambiciosa: “¿Podrían los trabajadores dirigir la industria?”. Argumentadamente se responde de forma positiva, señalándose las condiciones necesarias para que estas experiencias tengan éxito.

Se estudia a continuación el papel de las instituciones en la sociedad capitalista. El desorden económico de ésta genera “desechos” y de lidiar con ellos se encargan estas instituciones: hospicios, cárceles, manicomios y asilos. Se aportan datos que muestran como éstas son en realidad un reflejo caricaturesco de la sociedad que las creó y representan una forma muy poco apropiada de manejar las situaciones que han sido diseñadas para paliar.

Después se trata brevemente el aspecto más polémico de las ideas anarquistas, como es el rechazo de la ley y la policía. El papel coercitivo de estas en defensa del orden inmoral y alienante impuesto por el poder es obvio, pero es difícil imaginar una sociedad sin la posibilidad de atentados contra los derechos individuales o colectivos que exijan mecanismos de corrección y control. Estos en todo caso deberían surgir de forma democráticamente directa de la propia sociedad.

Las reflexiones finales apuntan a una definición personal del método anarquista, con escepticismo ante la posibilidad de lograr una sociedad anarquista químicamente pura e insistencia sobre todo en el empleo de tácticas, reformistas o revolucionarias, que en todo caso amplíen la autonomía de los seres humanos  y reduzcan su sometimiento a una autoridad externa.

Anarquía en acción, sólido en sus planteamientos teóricos basados en la sociología, la arquitectura, la biología, la psicología o el urbanismo, y al mismo tiempo sorprendente en su enumeración de ejemplos históricos en cada ámbito concreto, termina por construir un riguroso manual de instrucciones de la libertad humana. En él se demuestra de forma clara que todas las situaciones de la vida permiten elegir entre soluciones libertarias y autoritarias, porque como se nos recuerda en un momento del libro: “Una sociedad anarquista, una sociedad que se organiza sin autoridad, existe desde siempre, igual que una semilla bajo la nieve, sofocada por el peso del Estado y de la burocracia, del capitalismo y sus despilfarros, del privilegio y sus injusticias, del nacionalismo y su lealtad suici­da, de las religiones y sus supersticiones y separaciones.” Es esta una perspectiva sumamente atractiva, porque con ella comprendemos que en nuestra mano está, día a día, aquí y ahora, reconquistar espacios de autonomía y libertad.