Primera versión en Rebelión el 17 de mayo de 2007

La ovetense Sara Suárez Solís (1925-2000), filóloga y profesora de literatura, publicó desde joven artículos y libros sobre temas de su especialidad, pero se lo pensó bastante sin embargo antes de dar a las prensas su obra narrativa. Cincuenta y cinco años tenía cuando aparece su primera novela, Camino con retorno (Laertes, 1980), que fue seguida poco después por Juegos de verano (1982), Un jardín y silencio (1985), Blanca y radiante (1988), Sonata para doce manos (1996) y Retablo de paseantes (1998). Todas ellas destacan por su penetración de la psicología femenina y su atenta y crítica mirada a la sociedad de nuestro tiempo, pero es sobre todo en la primera, considerada por muchos su obra maestra, donde acierta a trazar unos personajes y circunstancias que merecen quedar como uno de los más notables retratos literarios de la sociedad española bajo el franquismo.

Camino con retorno nos describe la peripecia vital de Carmina Quirós, una muchacha asturiana de la misma generación que la autora, entre los años 30 y los 70 del siglo XX en un Oviedo velado literariamente con el nombre de Fontán. Hija de militar, Carmina crece en un opresivo ambiente conservador: “Desde que Carmina Quirós tenía memoria, recordaba a su madre metida en actos de piedad y vestida de negro (…)”. Las anécdotas del inevitable colegio de monjas se mezclan con curiosas experiencias en la época republicana: “(…) o aquello otro que chillaban ellas mientras levantaban el puño: ‘¡Hijos sí; maridos no!’, que Carmina no logró entender ni pretendió que nadie se lo explicara.” Poco después, tras el papel protagonista del capitán Quirós en la sublevación y defensa de Oviedo, la familia asciende de categoría social en una trayectoria que oscuros negocios de estraperlo hacen más tarde imparable.

La mejor sociedad se abre ufana ante la hija del “heroico capitán Quirós”. Sara Suárez Solís se emplea a fondo en el retrato de un ambiente que resulta continuación de lo que Leopoldo Alas describió en su obra maestra. Por obra y gracia del franquismo, Fontán sigue siendo la sórdida y levítica Vetusta del siglo anterior. No obstante, la vida de Carmina no responde a las expectativas creadas. Sus amores con Marino, un amigo de la infancia, son frustrados por los altos intereses familiares, y después cuando otros novios, entre ellos un noble tarambana favorito de sus padres, la dejan plantada, sumida en un profundo abatimiento, Carmina cree sentir la llamada de la religión e ingresa como monja en un convento de clausura.

En este momento, el relato abre un largo paréntesis que se cierra con el regreso a Fontán veinticinco años después de Carmina Quirós, convertida en Sor Gracia de San Pablo, para asistir a la boda de su hermana pequeña. Esta parte de la novela es realmente el acto final de una tragedia. Aquella España que empezaba a barruntar algo de luz al fin de la pesadilla franquista resulta para Carmina un paisaje demasiado extraño. Las conversaciones con su hermana, abierta de miras e inteligente, su contrapunto perfecto, le revelan trapos sucios de la familia. Además, conocer a los hijos de Marino resulta una experiencia muy dura. Los breves días en Oviedo le hacen comprender que ha perdido su vida sin remedio posible. Confusa, desesperada y un poco bebida, protagoniza en la boda una escena bastante ridícula y poco después regresa al convento. Cierra la novela la carta de una amiga que da noticia de todos los cotilleos, testimonio de la maledicencia que sirve tantas veces de refugio a la mediocridad.

En Camino con retorno, la descripción de una ciudad y sus gentes sirve para explorar algunos entresijos de aquella edad oscura que fue el franquismo, y construye con su crónica un alegato demoledor. Carmina, un poco simple tal vez, siempre bajo la férula de su madre, es otro pobre ser humano más sacrificado a la criminal estupidez que rige todo. Ser hija de vencedores enriquecidos no establece ninguna ventaja, y también ella es arrastrada a la negación de sí misma en aquel tiempo sombrío. Fijando su mirada en ese sector “privilegiado” de la sociedad, Sara Suárez Solís consigue que comprendamos, no que los ricos también lloran, sino que la miseria moral es una lacra que contamina todo lo que la rodea, aunque pretenda vestirse con los ropajes más exquisitos. Son las palabras conradianas del “heroico capitán Quirós”, él también de algún modo una víctima, en su lecho de muerte, las que desvelan tal vez la clave del enigma: “Todo podrido… todo podrido…”