Primera versión en Alasbarricadas.org el 15 de julio de 2014

“El puerto de Alicante” como señalábamos en artículos anteriores es la segunda parte de La muerte de la esperanza, primer tomo de las memorias de Eduardo de Guzmán. La acción comienza el 27 de marzo de 1939, aunque los hechos de esta jornada están integrados en un capítulo con el epígrafe del día siguiente. Ya se había producido entonces el “golpe de Casado”, apoyado por republicanos, socialistas y libertarios, que había destituido a Negrín, constituido un Consejo Nacional de Defensa (CND) y tomado el poder en la España republicana.

Lunes 27 de marzo

Eduardo de Guzmán, director de Castilla libre, órgano de la CNT, permanece en Madrid mientras los frentes se rompen y la entrada de los franquistas en la ciudad es inminente. Por la mañana, acude a una reunión con los hombres más destacados de la CNT en la zona centro. Domina a todos una resolución heroica de resistir a cualquier precio emprendiendo una guerra implacable de guerrillas y sabotaje. Planean una serie de manifiestos en este sentido y Eduardo dedica varias horas a escribirlos. Sin embargo, tras la reunión del CND en el ministerio de Hacienda, se sabe que las directrices son exactamente las opuestas: bandera blanca y ninguna resistencia donde se produzcan ataques. Republicanos, socialistas y militares impusieron su criterio a Val y González Marín, representantes libertarios en el CND. Se habla de un plan pactado con el enemigo que permitirá una retirada progresiva y la salida de España de todos los que teman por su vida, pero Eduardo de Guzmán sencillamente no cree esto último. Decide de todas formas no abandonar Madrid hasta que el número del martes de su periódico esté en la calle.

Martes 28 de marzo

Tras dormir unas horas, de mañana Eduardo sabe que se está organizando la evacuación y es convocado a las 11 en el Comité Regional de Defensa de la CNT en la calle de Serrano. Sin embargo, cuando llega allí a esa hora tras despedirse de su madre y recoger sus cosas, comprueba que ya han partido todos. Va entonces a la Federación Local de Juan Bravo, donde tampoco queda nadie. Por las calles hay ya grupos de fascistas que pasean banderas bicolores y dan vivas a Franco.

Eduardo opta por detener a punta de pistola el primer coche que pase para hacerse con él, y tras un par de intentos es admitido en un camión que se dirige a Levante cargado de compañeros de Vallehermoso. Mauro Bajatierra, viejo luchador libertario que también había sido citado en el Comité y lo había acompañado hasta aquí, decide al fin quedar en Madrid. “Prefiero acabar aquí a morirme de asco y vergüenza en cualquier otro lugar del mundo.”

No sin algún tiroteo logran salir de Madrid. Nuevo cambio de disparos en Alcalá y siguen con heridos leves. Más fiesta cerca de Tielmes y un muerto que continúa viaje tapado con una manta. Lo dejan en Tarancón y tratan allí mismo de comer algo sin mucho éxito. Al acercarse a Valencia se circula en largas caravanas. En las inmediaciones de Minglanilla se suman al camión a la fuerza cuatro pasajeros. Les sorprende cómo en territorio valenciano la vida en los pueblos prosigue normal sin conciencia de la inminente derrota.

A las ocho llegan a Valencia y van al centro de la ciudad sumido en barullo y confusión completas. En la redacción de Fragua social, el periódico libertario, les informan de que Madrid ha sido ocupado ya por los fascistas y estos avanzan por Guadalajara, La Mancha y Andalucía, aunque a un ritmo no demasiado rápido, que parece indicar que no piensan obstaculizar la evacuación.

En un lugar cercano, donde se encuentran reunidos los miembros del CND y otros personajes importantes, Casado les confirma esto. Hay ya varios barcos a punto de llegar a Valencia, Alicante, Cartagena y Almería. Allí sabe Eduardo que Mauro Bajatierra ha muerto en Madrid en un tiroteo cuando trataban de detenerlo y que Miaja ha huido de España en avión. Casado permanece en su puesto tratando de salvar lo salvable.

Los responsables confederales trabajan en ese momento con dedicación para que la evacuación se produzca de la mejor forma posible. Eduardo recrimina a José García Pradas y Manuel Salgado, los compañeros que lo habían citado en Madrid y marcharon antes de tiempo, y estos responden que dejaron a alguien encargado de atenderlo y este no cumplió su cometido. Tras más de un día de ayuno, cena opíparamente

Miércoles 29 de marzo

Tras la cena, el gentío en las calles ha aumentado y hay conatos de protestas porque el único barco del puerto, un mercante inglés, se niega a admitir pasajeros. Es una canallada que justificaría la confiscación del buque, pero la situación con el gobierno inglés es muy delicada y nada se hace. Se propaga entonces la noticia, cuyo fundamento se desconoce, de que hay un barco atracado ya en Alicante y se esperan más.

Pradas y Val le comentan que, con la que se avecina, es prioritario para la CNT poner a salvo a los intelectuales capaces de combatir las calumnias que los que han huido ya cómodamente van a tratar de difundir con toda seguridad. Por ello se ha decidido que Aselo Plaza, que era redactor jefe de CNT, y él mismo deben partir de inmediato hacia Alicante a coger el barco allí disponible. Este puerto, el más lejano de los frentes, será el elegido para la evacuación. Pradas, Salgado y Val quedan en Valencia con la intención de ser los últimos en embarcar.

Emprenden viaje, lento por el intenso tráfico, y a las 9 de la mañana están en Alicante, en cuyo puerto no encuentran el barco prometido, el Marítima. Les informan de que partió al amanecer con el pasaje incompleto y luego sabrán que la causa de esto fue el ataque de pánico que acometió a su capitán. Recorren la ciudad, con abundantes destrozos producidos por los bombardeos, para llegar a la Federación local de sindicatos de la CNT, donde acogen con escepticismo la noticia de que se espera el atraque inminente de varios barcos.

Partidos y sindicatos trabajan juntos en la elaboración de listas de embarque y en el control de la vigilancia y defensa de la ciudad, cuyo sector próximo al puerto está cada vez más atestado de personas que esperan los barcos. Sólo en los muelles hay ya miles y continuamente llegan más. A primera hora de la tarde se sabe que en Valencia la situación es crítica.

En el puerto abarrotado, Eduardo abraza a muchos amigos y compañeros, unidos todos en la desgracia y la derrota. Cerca de las doce de la noche, cuando varios miles de personas más se han sumado a los que aguardan, aparece un barco en el horizonte. Gritos de júbilo lo saludan que se vuelven de desesperación cuando vira y se aleja.

Jueves 30 de marzo

A las tres de la madrugada, la Comisión Internacional de Evacuación asegura que hay barcos de guerra franceses en camino para garantizar que los que se dirigen a Alicante puedan cumplir su cometido. Renace la esperanza en algunos, aunque Eduardo de Guzmán es profundamente pesimista. Piensa que la orden del CND de izar bandera blanca fue un error enorme que hará imposible la evacuación.

Máximo Franco, comandante de brigada en el frente de Extremadura, comenta como en la fase final de la guerra la cúpula militar trataba más que nada de hacer méritos con Franco. Así una operación de guerrilla, propuesta por él a comienzos de 1939 y que podía haber permitido fácilmente dar un golpe de mano en Sevilla capital, fue terminantemente prohibida y casi le cuesta ser fusilado.

Se les asegura que en una hora llegará un barco y las más de quince mil personas que esperan se organizan para lo que parece inminente, pero ya de amanecida se repite el fiasco de antes: un navío que emboca el puerto luego da la vuelta. La frustración de la multitud es la que cabe imaginar. Se discuten las posibles causas de estos extraños sucesos y algunos socialistas manifiestan tener sospechas de que se trata de una estrategia de los comunistas. Ellos controlan la naviera Mid-Atlantic, de Marsella, propietaria de los barcos, e intentarían así torpedear los planes de evacuación y con ellos al CND que los organizó. Opinan esto aunque hay comunistas también entre los que esperan en tierra.

Saben entonces que en el avión de Air France que vuela de Casablanca a Marsella con escala en Alicante hay una plaza libre y rápidamente escogen a quien puede mejor hacer en Francia las gestiones necesarias, que resulta ser el socialista Pascual Tomás. Por los últimos que van llegando se sabe que los fascistas ya han entrado en Ciudad Real, Cuenca, Jaén y Albacete. Los italianos que tomaron Albacete pueden plantarse en Alicante en unas horas. Los militares consideran que luchar para proteger la improbable evacuación sería una temeridad. Sólo queda esperar.

Cuando llegan los italianos, se pacta un acuerdo con ellos: no se resistirá la ocupación de la ciudad y ellos se comprometen a esperar a que se produzca la evacuación para tomar el puerto. Acto seguido, la zona de los muelles es protegida contra un posible ataque mientras los italianos ocupan el fuerte de Sta. Bárbara, desde el que unas pocas ametralladoras podrían aniquilar en unos minutos a todos los que esperan. No obstante, el general Gambara ha empeñado su palabra de honor de que no serán molestados. Motos, tanquetas y camiones de la división Littorio,  junto a tropas de a pie, desfilan frente a ellos. Muchos han de hacer esfuerzos para no abalanzarse. Se oye un disparo; un hombre de pelo blanco se ha suicidado. No es el primero.

Se sabe que hace tres horas salió de Gandía un crucero inglés, el Galatea, cargado de evacuados, entre ellos Casado y los miembros del CND. Se espera la llegada inminente a Alicante de un crucero francés, pero como sólo podrán subir a él ciento cincuenta personas, se hace necesaria una selección que provoca airadas discusiones. Eduardo de Guzmán no está entre los favorecidos y oye cómo algunos hacen planes para embarcar por la fuerza.

Viernes, 31 de marzo

De noche, pocos duermen. Hace frío y arden numerosas hogueras. Los afortunados esperan aparte con sus equipajes, mirando tensamente el mar. A la 1:30 se avistan varios barcos, pero no acaban de entrar. A las 2, tres navíos se aproximan al puerto, y a 300 m de él dan la vuelta y regresan al punto de partida. Es entonces cuando un grupo decide escapar a pie. Son campesinos jóvenes conocedores del terreno. Buscarán el Sistema Ibérico y luego las estribaciones pirenaicas. A las 6 se repite el numerito de los barcos que vienen y se van. Al amanecer no queda ninguno en el horizonte. Los ciento cincuenta vuelven con los demás.

Cadáveres de suicidados flotan en las aguas mientras suenan disparos de otros que optan por esta vía de escape. En casos como este es una enfermedad muy contagiosa. Aparecen de nuevo barcos y se impone como condición para que atraquen la entrega de todas las armas. Conseguido esto, los navíos se alejan. Cuando se acerca un barco de guerra y hay un último conato de esperanza, al aproximarse se comprueba que no es el ansiado crucero francés, sino un minador español, el Vulcano, con ametralladoras emplazadas apuntando hacia los muelles. Un hombre de servicio en el pequeño faro de la bocana del puerto lanza un grito y se arroja al vacío. Su cráneo queda destrozado entre las rocas.

Desembarcan soldados cantando el himno legionario y algunos les contestan con A las barricadas. A los que les mandan callar por miedo, un joven manco responde: “¿Por qué voy a callar? ¿Qué podrán hacer más que matarme?” Todos piensan que va a repetirse, punto por punto, lo sucedido a los vascos en Santoña. Los italianos han desaparecido. Continúan los suicidios mientras se exige la rendición, y se les hostiga con ráfagas de ametralladora que de momento tiran alto, pero cuyas balas silban cada vez más cerca. Muchos comienzan a agitar trapos blancos.

Eduardo de Guzmán afirma haber sentido entonces, de forma definitiva, la conciencia dolorosa y humillante de la derrota, la individual y la social, aunque resiste la tentación del suicidio. Tal vez ya no haya esperanza al cesar la lucha, pero siente esa salida como algo puramente personal, que no resuelve la tragedia colectiva.

Se exige la evacuación del puerto. Hombres y mujeres serán separados y recluidos en lugares distintos. La ocultación de armas será castigada con el fusilamiento inmediato. En poco tiempo comienza la marcha que se prolonga varias horas, pero cuando ya es noche cerrada, se interrumpe hasta el día siguiente. Se oyen ráfagas destinadas seguramente a los que intentan escapar.

Guzmán nos describe su estado de ánimo en esos momentos: una inexplicable paz interior. Más allá de la tortura de la esperanza deja uno de agitarse y de sufrir. Toma entonces la única comida de ese día: un trocito de pan y dos rodajas de salchichón que le tocan en el reparto de los últimos víveres de unos compañeros manchegos.

Sábado 1 de abril

Esta es una noche mucho más tranquila que las otras: ninguna esperanza queda ya. Comparado con hace unas horas el muelle está casi vacío. En torno a las hogueras, jóvenes y viejos, antifascistas de todos los credos políticos discuten animadamente sobre las causas de la derrota y el futuro incierto. Nadie duerme. “Tiempo nos sobrará para dormir cuando estemos muertos”, dice uno. Muchos expresan su voluntad de suicidarse y otros exponen argumentos para no hacerlo: tratar de ser útiles hasta el último momento, dar ejemplo y fortaleza a los más débiles… Sale el sol a las ocho de la mañana en un cielo sin nubes y termina la evacuación del muelle mientras se oyen disparos que todos saben lo que significan. “Camino maquinalmente sin ver siquiera donde piso. Frente a mí veo a los soldados que nos aguardan. Pienso en las ilusiones desvanecidas, en el ejemplo de cuantos cayeron en el largo camino. Alguien murmura a mi lado: -pronto envidiaremos a los muertos. Asiento sin palabras.”