Primera versión en Rebelión el 30 de junio de 2007

De todas las vías que pueden ayudarnos a tomar conciencia de lo que significó el Renacimiento, una de las más agradables sin duda es la lectura de algunos textos que han sabido recrear a la perfección el espíritu de aquel tiempo. Entre estos, tiene especial interés el capítulo introductorio de El romance de Leonardo, la biografía que el ruso Dmitri Merezhkovski (1865-1941) dedicó al artista florentino y que Edhasa acaba de reeditar en su colección Diamante. En este fragmento se nos describe una misteriosa expedición de algunos ciudadanos de Florencia a una colina próxima a esa ciudad en una noche a finales del siglo XV. Su objetivo es explorar y excavar un lugar donde corre el rumor de que hay estatuas enterradas, y tras algunas peripecias el grupo consigue localizar una valiosa imagen de Venus. El Renacimiento se nos aparece a través de estas páginas como el amor por un mundo antiguo y perdido, que en este caso es necesario extraer literalmente de las profundidades de la tierra; y es éste un amor que implica también una visión nueva de la belleza y aporta a aquellos hombres una concepción distinta del cosmos. Sus conversaciones entusiastas y también el conflicto inevitable con los clérigos que finalmente se incorporan a la escena, representantes de la vieja mentalidad medieval que se resiste a desaparecer, retratan a la perfección la tensión de aquel tiempo. El romance de Leonardo, publicado originalmente en 1896 se integra en un ambicioso proyecto de narraciones históricas con las que Merezhkovski trataba de expresar sus convicciones estéticas, pero hoy día nos ofrece sobre todo un fresco genial de un lugar y un momento cruciales en la evolución del arte, el norte de la península italiana en la transición entre los siglos XV y XVI.

Tras la introducción que comentábamos, el libro nos describe a Leonardo maduro, próximo ya a la cincuentena, trabajando en Milán para Ludovico el Moro, hijo de Francesco Sforza, y sigue después su traslado a Roma al servicio de los Borgia, su regreso a Florencia y a Milán, y sus últimos años en Francia. Otros capítulos rememoran su infancia y juventud en Florencia. Todo Leonardo está en la biografía de Merezhkovski, el seguidor de Leon Battista Alberti que busca en las matemáticas el fundamento común de la ciencia y el arte, el sabio que estudia las leyes de la física y disecciona cadáveres para conocer la anatomía humana, el adorador de la belleza que cree que ésta debe plasmarse en la pintura a través de un reflejo perfecto de la realidad, pero también el ser de carne y hueso atrapado en un tiempo difícil, arrastrado de ciudad en ciudad por los vaivenes de la política, y el artista disperso e inconstante que es incapaz de acabar muchas de sus obras, sin olvidar las contradicciones del amante de los animales y vegetariano convencido que no tiene inconveniente en trabajar como ingeniero militar a las órdenes de César Borgia y diseñar para él artefactos mortíferos. Todas las dudas y conflictos de Leonardo quedan patentes en una biografía cuyo mérito principal es la aproximación humana a alguien que ha sido visto casi siempre desde la distancia con que se venera un mito. Además, el libro trata con detalle algunas de las claves que serían analizadas después por Freud en el estudio en el que exploró la sexualidad del artista, como el papel desempeñado por su madre o las complejas relaciones con sus discípulos. El artículo de Freud está lleno de referencias a la biografía de Merezhkovski .

Otro atractivo del libro es la presencia en él de un gran número de personajes secundarios de gran relevancia histórica. Así, son retratadas las cortes de protectores de Leonardo como Ludovico el Moro, César Borgia, Francisco I de Francia o los papas Alejandro VI y León X. Girolamo Savonarola y Nicolás Maquiavelo, buen amigo de Leonardo, son mostrados también con su complicada personalidad. Discípulos como Giovanni Beltraffio o Francesco Melzi, y Andrea Verrocchio, su maestro-discípulo en la primera etapa florentina, son actores importantes, aunque es la aparición de los genios más jóvenes que compiten con él lo que marca el momento culminante de la biografía. El penúltimo capítulo del libro está dedicado al trío que forman Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, y nos los describe cuando eran convecinos en Roma entre 1513 y 1516. Como no podía ser de otra forma, en la disputa que puede plantearse entre tres percepciones ciertamente diversas del arte, Merezhkovski toma abiertamente partido por su biografiado. Para él, la pintura de Rafael significaba sobre todo una armonía fácil que escondía una acrítica sumisión al poder, mientras que Miguel Ángel en aquel momento con su visión tan frecuentemente caótica y violenta había dejado de lado una de las metas fundamentales del arte. Cuando visita la Capilla Sixtina, Leonardo, a pesar de su honda admiración “tenía conciencia de que él aspiraba a algo más grande, más elevado que Buonarroti: a esa unión, a esa suprema armonía que éste en perpetua discordancia, en su rebelión, en su ímpetu, en su caos, no conocía ni quería conocer.” Se descubre aquí lo que resulta ser el velado objetivo del libro, la defensa de un arte que partiendo de la realidad es capaz de trascenderla.

Dmitri Merezhkovski fue un hombre inquieto que abanderó de joven una reacción modernista contra la literatura social rusa de la época, y que reivindicó siempre el papel de la imaginación y el misticismo en el arte, llegando a liderar un movimiento de “cristianos espirituales” que se oponían a la iglesia ortodoxa. Aunque apoyó las revoluciones de 1905 y de febrero de 1917, con la toma del poder por los bolcheviques se exilió en Francia, y colaboró activamente con los blancos. Entre su extensa obra, en la actualidad resulta valiosa sobre todo su amplia colección de biografías, entre las que El romance de Leonardo es un hito destacado. En este libro, su extraordinaria erudición y su talento literario le permitieron tejer una de las semblanzas más notables que se pueden hallar del hombre que tan genialmente retrató a Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo.