Primera versión en Rebelión el 30 de marzo de 2007

Para cualquier observador resulta sorprendente el desequilibrio que existe entre la importancia del cristianismo en la Historia universal y la escasa información objetiva disponible sobre el que es considerado su fundador, Jesús de Nazaret. En este sentido, los evangelios, escritos bastantes años después de los hechos que narran, siempre han producido en los estudiosos que se han acercado a ellos con ánimo imparcial la impresión de relatos hagiográficos que no acaban de encajar con las circunstancias concretas del tiempo al que se refieren. Por otra parte, hay que decir también que estas circunstancias son bien conocidas a través de gran número de testimonios históricos, con lo que no resultaba descabellado pensar que en algún momento podrían aparecer documentos que ayudaran a rellenar el vacío de información existente.

El avance más importante en este sentido se produjo a raíz del descubrimiento en 1947 de una gran cantidad de documentos en Qumrán, muy cerca del Mar Muerto, en una localidad que formaba parte por entonces del Protectorado británico de Palestina, pero que después de la guerra de 1948 pasó al reino de Jordania. En poco tiempo, estos manuscritos quedaron bajo la custodia de un equipo internacional dirigido por el dominico francés Roland de Vaux, y a partir de 1957 comenzaron a aparecer publicaciones con las primeras conclusiones de los estudiosos. Respecto a los propios manuscritos, el primer volumen de éstos fue editado con bastante rapidez, en 1955, pero después el ritmo se ralentizó, generando protestas en los investigadores ajenos al equipo, a los que no se permitía el acceso a los originales. Estos hechos dieron lugar a airadas polémicas en los medios de comunicación más influyentes, que se prolongaron hasta finales de los años 80. En 1991 la Huntington Library de California puso a disposición del público una copia de todos los manuscritos inéditos, marcando el comienzo de una nueva era en los estudios.

Desde sus primeras publicaciones, el equipo internacional que había acaparado el acceso a los documentos puso énfasis en situar la época a que éstos hacen referencia como anterior a nuestra era, y en desligar los acontecimientos que se describen en ellos de las primeras comunidades cristianas. Los autores de los textos son identificados como esenios, practicantes de un tipo de judaísmo rigorista opuesto a los fariseos. Sin embargo, desde los primeros momentos también, otros historiadores, como Cecil Roth o Godfrey Driver,  comenzaron a plantear la posibilidad de que los manuscritos reflejaran acontecimientos de la era cristiana.

En esta línea de trabajo que discrepa de las tesis oficiales hay que destacar los estudios de Robert Eisenman, profesor de la California State University en Long Beach y autor de libros como: The Dead Sea Scrolls Uncovered (con Michael Wise) (1992), que presenta una traducción de los textos más importantes, James the Brother of Jesus (1997), The New Testament Code (2006) o el recién publicado: Breaking the Dead Sea Scrolls Monopoly (2018). Este estudioso tuvo también una influencia decisiva en la larga lucha que llevó a conseguir la puesta de los manuscritos a disposición de todos los investigadores.

En sus libros, Eisenman presenta una teoría que arroja luz sobre los comienzos del cristianismo a través de una correlación entre los hechos descritos en los documentos de Qumrán y los libros del Nuevo testamento. Los textos de Qumrán, según él, se relacionan con un importante movimiento nacionalista mesiánico existente en la Palestina del siglo I, que luchaba contra la dinastía herodiana, el clero colaboracionista y los romanos invasores. Los partidarios de este movimiento habrían recibido nombres diversos como esenios, zelotes, nazorenos (de Nozrei ha-Brit: Guardianes de la Alianza) u otros, y su celo variaría desde el pacifismo hasta una actitud extremadamente violenta. Eisenman propone que la Iglesia primitiva formaba parte en realidad de este movimiento y, aunque no son citados por sus nombres, identifica a diversos personajes evangélicos en los documentos de Qumrán. Así Santiago, el hermano de Jesús, sería el denominado “Maestro de Justicia”, uno de los jefes de la comunidad. El asesinato de este personaje provoca un levantamiento generalizado en Judea que será aplastado y terminará con la caída de Masadá en el año 74.

Sin embargo, los hechos anteriores nunca hubieran determinado la aparición de una nueva religión, pues todo este movimiento defendió siempre la más estricta ortodoxia judía. El cambio en las creencias se relaciona para Eisenman con la aparición en los manuscritos de un personaje denominado en ellos “el Mentiroso”, que él no duda en identificar con el Pablo del Nuevo testamento. Este personaje, aunque integrado en el movimiento, defiende una observancia laxa de la Ley y una política de apaciguamiento respecto a los romanos, lo que le lleva a un enfrentamiento con el “Maestro de Justicia”. Tras su huida, y con el vacío de poder creado por la caída de Jerusalén, sería él quien desarrollaría sus propias ideas en una doctrina que, al incorporar elementos de otras religiones, terminaría alejándose completamente de su supuesto fundador.

Es éste un caso en el que las discrepancias entre los estudiosos desbordan el interés puramente académico, porque la peripecia vital de aquellos personajes de la Palestina del siglo I ha tenido una trascendencia que ningún contemporáneo suyo hubiera podido imaginar. Todo invita a pensar que dataciones y estudios cada vez más rigurosos en la región podrían ayudar a perfilar una imagen histórica de las primeras comunidades cristianas, y toda la información disponible hasta el momento sugiere que ésta podría resultar ciertamente revolucionaria. No dejaría de tener su gracia que al final fueran los curas guerrilleros comprometidos completamente con la liberación de sus pueblos y denigrados siempre por la jerarquía, como el inolvidable Camilo Torres, los cristianos más cercanos a la emergente imagen de un Jesús luchador nacionalista contra la ocupación romana.