Primera versión en Rebelión el 24 de octubre de 2006

Descubrir a un autor que se une al grupo de los que más estimamos suele dejar detalles grabados en la memoria. Así, recuerdo que al hojear un ejemplar de La serpiente de oro en una librería de viejo hace bastantes años, lo que me sedujo sobre todo fue el grabado de Silvio Baldessari que ilustraba la portada. No pensé entonces que el interior pudiera superar aquel sobrio diseño de troncos y cumbres recortadas a la orilla de un río, pero compré el libro y lo leí. Recorrer su prosa intensa, profundamente humana e impregnada a la vez de la más fiera naturaleza fue una sorpresa de las que ocurren muy pocas veces. La serpiente de oro es una crónica lírica y exacta de las gentes de Calemar, en la orilla del Marañón, balseros en lucha cada día con la fuerza implacable del río. Los ritmos de este marcan el quehacer de los hombres, y sus penas y gozos giran alrededor de la gran corriente espumante.

Fui buscando las otras novelas de Ciro Alegría y así llegué a leer Los perros hambrientos poco después, también en la edición de Losada. Si en la primera novela el protagonista era el gran río, en el segundo lo es una hambruna que se abate sobre los Andes, ensañándose por igual con hombres y animales. De nuevo, una prosa soberbia es el vehículo para hacernos sentir las zozobras de todos los seres que esperan la lluvia redentora, hombres, perros, ovejas y vacas unidos y hermanados en la tragedia.

Con pocos autores nos sucede que las obras suyas que vamos leyendo nos parezcan igualmente admirables y formen como una cadena sin ningún eslabón débil. Ciro Alegría se incorporaba al reducido grupo. Y me quedaba todavía su novela más larga y ambiciosa, la que le hizo ser conocido internacionalmente, El mundo es ancho y ajeno. Al acabar de leer por vez primera este largo relato quedé convencido de que estaba realmente ante el autor fundamental que muchos han señalado, el escritor que en su momento había marcado un camino para la narrativa en español de América. La lucha entra la comunidad india y la poderosa hacienda que trata de absorberla y destruirla tiene un carácter épico y es en realidad una metáfora genial de la historia de aquellas tierras. Personajes inolvidables, magistralmente trazados, componen la comunidad que se enfrenta a lo inevitable, y es la suya una contienda universal en la que es imposible no tomar partido.

Para quien quiera conocer a Ciro Alegría resulta imprescindible también la lectura de sus memorias: Mucha suerte con harto palo (Losada, 1976), recopiladas por su viuda Dora Varona después de la muerte del escritor. Asistimos allí a su nacimiento en 1909 en una familia de hacendados en el corazón de los Andes del norte del Perú, a sus juegos y esperanzas de niño y a sus tempranos estudios en Trujillo, donde tiene por maestro a un jovencísimo César Vallejo. Sus recuerdos del gran poeta tienen un enorme interés. Dice de él en una ocasión: “De todo su ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto a un hombre que pareciera más triste.”  Estudia después en Cajabamba, y de nuevo en Trujillo, donde nace su vocación literaria y comienzan sus trabajos periodísticos y su colaboración con el APRA. Participa en un intento revolucionario en 1931 y es detenido y torturado. En 1932, tras nuevas luchas, se ve obligado a huir y recorre la región del Marañón, entre cuyas gentes germina la idea de La serpiente de oro. Al fin es capturado y está a punto de ser fusilado. En noviembre de 1932 es trasladado a la penitenciaría de Lima con una condena de diez años de prisión, aunque en 1933 es liberado. Trabaja de periodista en Lima y en 1934 es deportado a Chile, donde publica La serpiente de oro en 1935.

Dice en sus memorias Ciro Alegría que Los perros hambrientos nació de una lucha por la vida en un sentido estrictamente biológico. Convaleciente de una grave enfermedad, sufre una pleuresía que, al complicarse con una embolia, lo deja ciego y con medio cuerpo paralizado. Su recuperación es lenta: “Me olvidaba frecuentemente de las palabras. Sabía que en alguna latitud del idioma existía el vocablo buscado, pero no atinaba a dar con él. (…) Cuando lo encontraba tenía la impresión de haber encontrado un viejo amigo.” En este regreso a la vida el médico que le atiende le dice que escribir puede ser una buena terapia para recuperar el funcionamiento normal del cerebro. Así, los ladridos de los perros en el pinar que rodea el sanatorio se mezclan con recuerdos de su niñez andina para echar a andar una historia en la que los canes son los primeros protagonistas y a la que luego se van incorporando los hombres. Los perros hambrientos obtiene el premio Zig-Zag y es publicada en Chile en 1939.

La génesis de El mundo es ancho y ajeno, la obra mayor de Ciro Alegría, contiene en sí ya una historia interesante. Convocado un premio por la editorial Farrar and Rinehart de Nueva York para novelas de toda Hispanoamérica, un grupo de admiradores le anima a que se presente, y con el fin de proveer a su subsistencia durante el tiempo que dure el trabajo, le dan una subvención mensual para descargarle de los trabajos de traducción y periodísticos con los que se las arreglaba para subsistir en su destierro chileno. De esta forma y en unos meses de trabajo febril consigue preparar el original que recibe el premio correspondiente a 1942.

Se produce entonces una gran mutación en la vida de Ciro Alegría. Para el oscuro escritor llegan el éxito y el reconocimiento, las traducciones a otras lenguas y las invitaciones de las universidades. Así se convierte en uno de los referentes fundamentales de una nueva literatura que empieza a abrirse camino en América, comprometida y brillante, indigenista y clásica a la vez, que es ampliamente elogiada por la crítica.

La vida de Ciro Alegría que se desgrana en sus memorias a partir de este momento es la de otro personaje, es la vida de un gran escritor, pero triste y paradójicamente, la de un gran escritor que desde ese momento deja de producir los grandes relatos magistrales que marcaron su etapa anterior. A partir de entonces, publica sólo obras menores, algunas colecciones de cuentos, como Duelo de caballeros (Losada, 1965), y la novela corta Siempre hay caminos, editada póstumamente junto a otras narraciones breves por Universo (Lima) en 1969. Una gran novela en la que trabaja todo este tiempo, Lázaro, queda inconclusa a su muerte, aunque un fragmento de ella es publicado por Dora Varona en 1973 en Losada. Lázaro quiso ser, alejándose del ambiente rural de sus otros libros, un gran documento de las luchas sindicales y revolucionarias en el Perú urbano. Era un gran proyecto que se desarrollaba con lentitud y que la muerte interrumpió. Comenta en un texto de 1947 recogido en sus memorias: “Esa facilidad según la cual escribí, por ejemplo, el capítulo ‘Sangre de caucherías’ en un día se me ha esfumado. Cada día estoy más descontento de mi trabajo, rehago y corrijo, enfoco de diez maneras un mismo tema, y por último lo abandono. Esta ha sido una de las angustias de los últimos años. Así tengo tres novelas comenzadas y no sé cuándo las terminaré.”

Mucha suerte con harto palo nos deja entrever muchos aspectos de esta segunda existencia de Ciro Alegría. Describe allí su vida y trabajos periodísticos y literarios en los Estados Unidos durante la II Guerra Mundial: “En el año 45 entré a trabajar en la Metro Goldwyn, en el doblaje. Traducía y doblaba una película por mes. Ese es un trabajo fuerte. Fuera de las películas, escribía una columna semanal para Overseas News Agency, un artículo semanal para la revista Norte y hacía traducciones para la revista Selecciones. A veces traducía también anuncios. Cualquier cosa hacía. Nunca he trabajado tanto en mi vida.”  Desde 1949 a 1953 vive en Puerto Rico, donde conoce al “hipersensible” Juan Ramón Jiménez, del que cuenta alguna anécdota sabrosa.

Hay también en sus memorias reflexiones sobre la realidad de la América Latina y Europa, y crónicas de viajes y estancias en México y Cuba, donde vive los días de la revolución. Después se establece definitivamente en Perú en 1960, participa en la vida política en el partido Acción Popular y es elegido diputado en 1963. Su delicada salud le obliga a huir de Lima para residir en Chaclacayo, donde fallece en 1967. La crónica de sus relaciones con escritores como Waldo Frank, Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, John Dos Passos o José María Arguedas que se recoge en el libro es imprescindible para comprender el ambiente literario e intelectual de aquella época.

Quien no haya leído las tres obras mayores de Ciro Alegría se pierde ciertamente mucho de la mejor literatura americana, esa que enraíza en la dura y luminosa realidad de sus gentes y en su naturaleza prodigiosa. Son tres libros complementarios que siguen brillando indiscutibles entre las más altas cimas de la novela del siglo XX, relatos geniales de un gran escritor desconocido que paradójicamente al alcanzar el reconocimiento y el éxito dejó de producir obras de tal envergadura.