Primera versión en Rebelión el 28 de septiembre de 2010

En un artículo anterior en Rebelión, reseñé brevemente Los hermanos Opperman, la obra más conocida de Lion Feuchtwanger, y comentaba lo que ésta supuso como arma literaria contra el nazismo. Aquí me gustaría concentrarme en otros dos libros en que este indiscutido maestro de la novela histórica se acercó a algunos momentos decisivos de la historia de España, relatos imprescindibles de este género que afortunadamente están disponibles en castellano.

La primera de estas novelas en la cronología de su autor es Goya (1951; traducción de Ana Tortajada en EDAF) y es la única que llegó a escribir de las dos que proyectaba sobre la vida del gran aragonés. Está dedicada al período entre 1794 y 1803, la época en que un Goya ya maduro alcanza su mayor influencia y predicamento en la corte, pero, sobre todo, el momento también en que su estilo evoluciona para revolucionar la pintura y el dibujo de su tiempo con obras emblemáticas como los frescos de San Antonio de la Florida, las Majas, La Familia de Carlos IV o la serie de grabados de Los caprichos. Goya es un libro agudo y muy documentado, que nos sumerge en los conflictos de poder de aquella época y en el papel jugado por sus personajes esenciales, con retratos soberbios de María Luisa de Parma, Manuel Godoy, Jovellanos o Quintana. La pugna eterna con la Inquisición, muy poderosa todavía en esos momentos, está reflejada en toda su crudeza, así como el ambiente degenerado de una corte en la que los lances de alcoba marcaban la política del que todavía era un enorme imperio.

La novela, que consumió siete años de trabajo de su autor en su exilio californiano, ejemplifica a la perfección los ideales que éste perseguía para la novela histórica. Él mismo los definía de este modo: “No puedo imaginarme que un novelista serio, que trabaje con temas históricos, pueda ver en los hechos que describe algo más que un medio de distanciamiento, algo más que una metáfora.” El objetivo es por tanto crear símbolos de valor universal y también describir el presente, y hay que decir que la obra transmite sin duda la atmósfera opresiva de una sociedad americana que se sumergía en esos momentos en el macartismo. Es en estas condiciones cuando el carácter del protagonista adquiere todo su sentido. Obsesionado con la figura de nuestro pintor, Feuchtwanger comenta en una carta a Zweig su atracción por el hecho esencial de que Goya “necesitara llegar a los 50 años para convertirse de un pintor corriente en un genio”. La novela es así sobre todo la crónica de un artista que es capaz de trascender la sordidez de un mundo decadente y represivo y reflejar todas sus contradicciones en un arte soberbio.

Hay que señalar también que la recreación novelesca de la obra en algunos casos modifica o va bastante más allá de lo que los historiadores generalmente aceptan en sus biografías de Goya, y me gustaría comentar aquí dos aspectos de ello. El primero hace referencia a la cronología de su sordera que es admitida generalmente. Según ésta, Goya pierde el oído completamente como resultado de la enfermedad que sufre en 1793. En la novela esta fecha se retrasa varios años. El segundo aspecto son las relaciones con la duquesa de Alba, sobre las que los estudiosos no han podido concluir que llegara a materializarse un romance. En el libro, ambos personajes mantienen una prolongada relación como amantes, tremendamente intensa por ambas partes, y que es interpretada como el hilo pasional que maneja la vida del pintor en esos años. Se trata sin duda de licencias para marcar más claramente el perfil humano del autor y explorar una perspectiva interior que literariamente resulta enormemente atractiva.

La segunda novela hispana de Feuchtwanger, La judía de Toledo (1954, también con versión castellana de Ana Tortajada en EDAF), nos acerca a un momento clave del reinado de Alfonso VIII de Castilla, concretamente los años que preceden a la derrota de éste en Alarcos (1195) ante el califa almohade Yusuf II. La trama se pone en movimiento cuando el rico comerciante musulmán Ibrahim de Sevilla, que en realidad pertenece a uno de los más antiguos linajes hebraicos de Sefarad, decide trasladarse a Toledo y volver a la fe de sus mayores, ofreciendo sus servicios al monarca cristiano. De este modo, el que recupera entonces su nombre de Jehuda ibn Esra pasa a convertirse en escribano mayor del rey y tiene un papel fundamental en la recuperación económica de Castilla en esos años. Enamorado de Raquel, la hija de Jehuda, Alfonso, abandona después las obligaciones del reino, refugiándose con ella en el palacio de Galiana que ordena reconstruir en Toledo. El odio de la reina persigue a Raquel y su padre, que al final de la obra por orden suya son asesinados en los días de furor que siguen a la derrota.

Estos son los elementos principales de un relato que es desarrollado por Feuchtwanger con enorme sabiduría. Sus protagonistas son poliedros irregulares con muchas facetas, inmersos en un entramado de fundamentalismo religioso, rivalidades étnicas y lucha despiadada por la tierra. Personajes históricos participan con otros de ficción en un argumento que pone al descubierto todos estos conflictos, prestando atención además al contexto global de una época de cruzadas marcada en ese momento por la reciente conquista  de Jerusalén por Saladino (1187). La aproximación humana y la empatía se hacen compatibles así con un análisis riguroso de un momento histórico brutal en que la guerra  se aparecía como el destino inevitable del hombre. Por otra parte, el novelista sabe contraponer un fermento de tolerancia y amor por la paz en el corazón de algunos de sus personajes, como Raquel, o canónigo Rodrigue (Rodrigo Jiménez de Rada), que sirve de contrapunto al fanatismo desencadenado.

Lion Feuchtwanger, enamorado de la atormentada historia de España, dedicó muchos años de su exilio americano a documentarse y elaborar dos de sus grandes obras de madurez que están dedicadas a ella. Los momentos escogidos para la incursión son bien diversos: uno en medio de las luchas medievales por la hegemonía en la Península y otro marcado por el conflicto entre oscurantismo y modernidad en los años de la revolución francesa, pero en ambos casos se destaca netamente ese valor de la novela histórica como creadora de valores universales y metáfora del presente que para él daba sentido a este género literario. Entretejiéndose con la crónica de los hechos narrados, vemos desarrollarse así en los dos libros un espíritu  de  visión correcta y tolerancia, que resplandece magistralmente en las figuras de Raquel y el pintor Francisco de Goya. Éste es el artista que es capaz de hacer evolucionar su arte ante la necesidad de exorcizar la miseria moral del mundo que le rodea, aunque para ello se viera precisado a enfrentarse al “inmenso miedo de España”. Es una imagen del genio como espejo que  refleja con fidelidad las contradicciones de la realidad.