Primera versión en Rebelión el 26 de abril de 2011

La reedición en 2006 de las memorias de Cipriano Mera Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista (primera edición en Ruedo ibérico, 1976), gracias a un proyecto en el que participaron CGT, CNT y varias fundaciones y organizaciones libertarias, fue un hito en la recuperación de la memoria de un personaje esencial de la guerra civil española. Recientemente ha aparecido también el documental “Vivir de pie. Las guerras de Cipriano Mera” (Los sueños de la hormiga roja, 2009), que con arte y rigor nos acerca a su vida, la epopeya de un obrero al que su clara inteligencia y voluntad indomable convirtieron en una pieza fundamental de la máquina militar de la República, un hombre al fin al que una justa rebeldía no impidió nunca encontrar el camino de la lucha más sensata por la liberación del ser humano.

Cipriano Mera nació en Madrid en 1897 en una familia muy modesta y fue un niño sin escuela trabado pronto el oficio duro de ganar el pan. Con los años llega a ser un apreciado albañil y en 1936 es presidente del sindicato madrileño de la construcción de la CNT y miembro del comité en la gran huelga de ese año, lo que hace que sea en la cárcel Modelo donde recibe la noticia del golpe de estado. Mera es de los que, aun sin experiencia militar, se lanzan a contener a los sublevados. Participa en combates en Carabanchel y el cuartel de la Montaña, y poco después está en la liberación de Guadalajara. Un incidente de entonces nos revela su carácter. Entre los facciosos capturados se encuentra José Escobar, un oficial de prisiones que, según las memorias de Mera, una vez en la Modelo tras llevar cinco días en huelga de hambre lo bajó al sótano, la emprendió con él y le hizo perder un diente. En este momento en que está en sus manos, Mera deja marchar al torturador. Años después, cuando bajo el franquismo Escobar sea director de Yeserías, Mera acudirá a él junto a Melchor Rodríguez para pedir que sea suspendido el traslado de unos compañeros enfermos al penal de Burgos. Escobar accederá entonces a la demanda de Melchor y mirando a Mera añadirá que una petición que se haga en su nombre es una orden para él.

A finales de julio, con una feliz estratagema, Mera consigue ganar Cuenca para la República y a los pocos días está de vuelta en Madrid, de donde es enviado al frente de Gredos y después al de los montes Universales. En poco tiempo, tras un rápido y cruel aprendizaje narrado en detalle en sus memorias, se convierte en el militar más destacado con que cuentan las milicias anarcosindicalistas en el sector castellano. Cuando la situación se hace crítica en Madrid, Mera acude para participar en su defensa y el 10 de febrero de 1937 es nombrado jefe de la 14 división, integrada en el IV cuerpo de ejército, una unidad que engloba las fuerzas confederales del frente madrileño. Es la militarización, sentida como una necesidad mayoritaria en la CNT, pero a la que algunos puristas se resisten. Mera ha sufrido demasiado viendo caer compañeros en ataques mal planificados y coordinados y está convencido de que sólo se puede ganar la guerra oponiendo al fascismo una perfecta organización militar. Por estos días, en una reunión con Vladímir Gorev, el general ruso desplazado a España que el año siguiente sería ejecutado en las purgas estalinistas, responde a los elogios de éste en presencia de Miaja y de Rojo: “De la misma manera que los hombres de la CNT hemos sabido desprendernos de nuestros puntos de vista particulares o de organización para ponernos a las órdenes exclusivas del gobierno de la República, deberían comportarse sus amigos comunistas, empeñados en imponernos su política sectaria de partido, todo y sin cesar de hablar de unidad y de mando único.”

La 14 división de Mera tiene un papel esencial en la batalla de Guadalajara. Su talento militar es una mezcla del trabajo minucioso, amante del detalle, de un maestro albañil y la inteligencia natural del furtivo que cazaba para comer en los montes del Pardo. En sus hechos de guerra se aprecia la genialidad táctica de alguno de los guerrilleros de la lucha contra Napoleón. También se ve obligado Mera a intervenir en batallas más domésticas, afortunadamente menos cruentas, para conseguir la liberación de su jefe de estado mayor Antonio Verardini y la capitana Mika Etchebéhère, procedente de las milicias del POUM, retenidos por los comunistas. Es la época también en la que su puesto de mando es atacado con ráfagas de metralleta en una operación en que Mera no deja de ver la mano de los estalinistas. En una entrevista con Prieto, a la sazón ministro de Defensa, relatada en sus memorias, es notoria la sintonía de los dos hombres para oponerse a la voluntad de hegemonía del PCE. En octubre de 1937, a Mera se le encomienda el mando del IV cuerpo de ejército que integra cuatro divisiones, la 12, la 14, la 17 y la 33.

La época de la hecatombe republicana en Cataluña, a donde Mera insistentemente pide ser trasladado, es sin embargo tranquila en los frentes castellanos. Sólo con la caída de Barcelona, en enero de 1939, los acontecimientos se precipitan. En febrero, el presidente de la República dimite y el gobierno de Burgos es reconocido por Francia y el Reino Unido. La República está perdida, y Mera apoya la junta de defensa del coronel Segismundo Casado que trata de pactar un final para la guerra lo más humano posible. Sus tropas son decisivas en los combates que siguen con unidades controladas por los comunistas.

El resto de la vida de Mera no deja de ser un largo epílogo. Son tres años primero peregrinando por campos de concentración del norte de África. Sus esperanzas de emigración a México se ven truncadas entonces por la decisión de las autoridades francesas de entregarlo a Franco. Condenado a muerte, al fin es indultado, pero no sin antes ser testigo con la soga en el cuello de las sacas nocturnas en la cárcel de Porlier. Liberado, trabaja en la reconstrucción de la CNT, y con órdenes de ésta de laborar en pos de la perdida unidad, viaja a Francia en 1947. Allí se establece y reside hasta su fallecimiento en 1975, un mes antes que el general genocida. La vida le reserva aún alegrías y dolores. Participar en el mayo del 68 en París destaca entre las primeras, y con los segundos va su expulsión en 1969, con falsas acusaciones, de la CNT, organización con la que había trabajado incansablemente hasta ese momento. Este es un síntoma extremo de las luchas intestinas que desangraron el sindicato en esos años.

“Vivir de pie” nos hace descubrir a uno de esos hombres imprescindibles que la humanidad es capaz de crear cuando es necesario, un David que luchó por la justicia y la libertad contra todos los Goliat de su época: Franco, Hitler, Mussolini y Stalin. El documental enlaza e integra imágenes de archivo con testimonios, entre muchos otros, de historiadores como Pelai Pagès, Francisco Olaya y Bernat Muniesa, escritores como Gregorio Gallego y Luis Andrés Edo, militantes anarquistas como Helenio Molina y Freddy Gómez, sin que falten a la cita la nuera y una nieta del propio Mera. La obra se complementa con documentos, fotografías y una impresionante película del congreso de la CNT de 1931, recogiendo intervenciones de Rudolph Rocker y Augustin Souchy entre otros.

Floreal, el hijo de Mera que creció y se educó en Francia, se integró plenamente en la vida de ese país, en el que fue empresario de la construcción. Para los nietos de Mera, que no hablan español, fue una sorpresa conocer la relevancia de su abuelo. Es este un detalle que refleja meridianamente en qué mundo vivimos. Sin embargo, en la historia del albañil que llegó a ser general sin traicionar nunca su conciencia, hay un revulsivo poderoso que emplaza a las nuevas generaciones y está perfectamente expresado en el documental. En un momento de éste, Cipriano Mera se dirige a los que han de recoger la antorcha de la lucha libertaria: “Nosotros, los hombres de la revolución del 19 de julio quizás no tengamos otra feliz ocasión de poder recomenzar, pero ahí estáis vosotros, los jóvenes que habéis tenido la fortuna de heredar una experiencia que no pide otra cosa que ser continuada.”