Primera versión en Literaturas.com (noviembre de 2005)

En el siglo XIV, el viejo mundo recupera un equilibrio precario tras las invasiones y devastación de los mongoles. Estos han dado lugar a dinastías que se mantienen desde China y Asia central hasta Iraq, donde gobiernan los iljaníes que pusieron fin al califato abbasí en 1258, y el sur de Rusia, bajo el janato de la Horda de Oro. Es un tiempo también en que el imperio Bizantino ve declinar sus fuerzas, y el poder otomano que habrá de destruirlo crece desde un pequeño núcleo hasta dominar toda Anatolia. El empuje mongol fue sólo detenido por los mamelucos que rigen Egipto y Siria en ‘Ayn Jālūt (1260), cerca de Nazaret, batalla en la que, curiosamente, el ejército mongol iba al mando de un general cristiano, el turco Kitbuga. Esta victoria deja a salvo dos reinos importantes en el norte de África: el de los meriníes (siglos XIII-XV) en Marruecos, y el de los hafsíes (siglos XIII-XVI) en Túnez. Un enclave musulmán en franco retroceso en el sur de la península Ibérica (toma de Algeciras en 1344) y el sultanato de Delhi, sucesión de dinastías turcas y afganas (siglos XIII-XVI), en el norte de la India, completan un primer dibujo del Islam en aquel tiempo.

Todo el panorama que acabamos de esbozar es recorrido por Ibn Battūta, un viajero tangerino que parte de su tierra muy joven, en 1325, con el propósito inicial de cumplir la visita a La Meca y ampliar sus estudios jurídicos con eruditos de Egipto y Siria. La pasión por conocer lugares remotos que se adueña de él en seguida y las facilidades  concedidas a los viajeros en el mundo musulmán de aquella época explican su largo periplo que le lleva en veintitrés años a los más remotos confines del Islam.

En 1353, de regreso en su tierra y a petición del sultán meriní Abū ‘Inān, Ibn Battūta dicta los recuerdos de sus viajes a un escritor granadino, Ibn Juzayy, que embellece el texto con citas literarias de diversos autores. El resultado es una rihla (relato de viaje), género aparecido en el siglo XII en Marruecos y Al-Ándalus y caracterizado por describir viajes de peregrinación y formación.

Serafín Fanjul y Federico Arbós prepararon en 1981 la primera versión española  de la Rihla de Ibn Battūta, que presentaron con el título de A través del Islam. Una amplia introducción de estos mismos autores ofrecía un análisis detallado de las características y contexto de la obra. La que se presenta ahora es una nueva edición de aquel libro, corregida y revisada por Federico Arbós.

Para el estudioso, la rihla de Ibn Battūta es un libro imprescindible con una enorme cantidad de información de primera mano, geográfica e histórica, sobre el mundo musulmán del siglo XIV. Para el lector que no tiene estas inquietudes, es sobre todo la oportunidad de ver, oler y escuchar algunos destellos de aquel universo lejano y perdido. Aunque no pocos aspectos de la obra nos aburran hoy, como la incansable repetición de milagrerías infantiles, o la enumeración farragosa de los personajes notables y santuarios de cada ciudad, hay otras muchas páginas que conmueven y excitan la imaginación.

Así, en Oriente Medio por ejemplo, las descripciones de Bagdad y Damasco nos llevan de la mano a recorrer los zocos ajetreados y orar en las mezquitas, y a relajarnos también en baños suntuosos. Nos acercamos luego a besar entre apretujones la Piedra Negra (“la diestra de Dios en este mundo”), descrita con todo detalle, en el interior de la sagrada Ka‘ba de La Meca. El entusiasmo de visitar estos lugares míticos se transmite enteramente al lector.

Es inolvidable también la visita a los dominios de la Horda de Oro (sur de Rusia), con su capital Sarā y un deslumbrador urdū (campamento-corte), trashumante por amplias estepas donde pastan caballos. Desde allí, nuestro autor se acerca a visitar Bizancio, y nos habla del barrio de Gálata, habitado por cristianos latinos, y del recinto amurallado, donde no se le permite el acceso al interior de Santa Sofía: “No dejan entrar a nadie que no se arrodille ante la gran cruz que tienen allí. Pretenden que es lo que queda del madero donde fue crucificado el hombre que se parecía a Jesús”. Recordemos que según el Corán, Jesús fue reemplazado en la cruz por un doble. En la ciudad le sorprende sobre todo el sonido estruendoso de las campanas. En el viaje de regreso conoce los rigores del invierno ruso: “Hacía las abluciones con agua caliente, cerca del fuego, pero no caía una sola gota que no se helase al momento (…) y no podía montar yo solo a caballo, por la mucha ropa que llevaba puesta: tenían que subirme a la caballería mis compañeros”.

En Asia central, por Bujārà y Samarcanda, las destrucciones de los mongoles son evidentes y aparecen descritas con consternación. Hablando de Bujārà dice: “El maldito Tankīz [Gengis Kan] el tártaro, abuelo de los reyes de Iraq, la asoló. Ahora casi la totalidad de sus mezquitas, madrasas y zocos están en ruinas.” Desde allí se encamina hacia Afganistán y la India.

La India es visitada en el momento en que comienza el declive del sultanato de Delhi, un tiempo de sublevaciones, guerras y degollinas que relata prolijamente. Es en este ambiente turbulento y fastuoso donde la carrera política de Ibn Battūta llega a su clímax. Si a lo largo de su viaje, precedido en seguida de una gran fama de viajero y erudito, era agasajado casi siempre por los sultanes de los territorios que atravesaba, en la corte de Muhammad ibn Tugluq Shāh alcanza el rango de cadí de Delhi y se convierte en uno de los favoritos. Las generosidades y crueldades de este soberano llenan muchas páginas de la rihla. De él nos dice: “Era de esa clase de hombres a los que gusta por encima de todo hacer regalos y derramar sangre. A su puerta nunca falta un pobre que se enriquece o un vivo que muere.” Todas las costumbres extrañas que observa por estas tierras son recogidas con interés.

Tras visitar la India, recala en las islas Maldivas, de las que presenta la primera descripción geográfica rigurosa. Tras tantos escenarios insólitos, al lector actual le sorprende descubrir lugares y costumbres que apenas han cambiado en nuestra época. Dice hablando de estas islas: “Están tan cerca que, cuando sales de una, ya ves aparecer las copas de las palmeras de la otra”.  Desempeña aquí también funciones de cadí y contrae varios matrimonios. Hablando de ello, Ibn Battūta, que rondaba por entonces los cuarenta años, manifiesta no ser infatigable sólo como viajero: “Esta alimentación a base de pescado y productos del cocotero da un vigor maravilloso y sin igual en la coyunda (…) Yo tuve en estas islas cuatro mujeres, aparte de las esclavas, y a todas les hacía la ronda diaria, pasando luego la noche con la que le correspondía por turno; y esto, durante el año y medio que estuve allí”.  Lo cierto es que a lo largo de sus viajes le vemos casi siempre acompañado de un harén del que no soporta separarse en los largos trayectos, y son numerosas las ocasiones en que describe satisfecho la adquisición de hermosas esclavas. No es óbice esto, sin embargo, para que se muestre siempre de forma sincera como un pío musulmán al que escandaliza cualquier relajación en las costumbres. En las islas Maldivas, por ejemplo, pone toda su autoridad de cadí en conseguir que las mujeres abandonen la perversa costumbre de llevar los pechos al descubierto; diremos también que sin demasiado éxito. Su ideal femenino eran sin duda las mujeres de Hinawr en la India: “son bellas y castas (…) y saben de memoria el excelso Corán”.

Tras una estancia en Indonesia, emprende por fin el viaje a China, donde es agasajado por las florecientes comunidades musulmanas, y nos deja un fiel retrato de la inmensidad y pujanza del país: “No hay en el mundo gente más adinerada que los chinos”, y también de las revueltas que caracterizaron el final del dominio mongol en China.

En el regreso cruza territorios que están siendo asolados por la peste negra, la misma plaga de la que huyen los jóvenes del Decamerón y que mata a Alfonso XI en el sitio de Gibraltar. Ya en su país, emprende todavía algunos viajes por encargo del sultán, el primero de ellos por un Al-Ándalus que observa en serio declive: “¡Fortifique Dios las grietas del Islam en esas regiones!” Un último periplo le lleva a atravesar el Sáhara hasta Tombuctú y Gao sobre el río Níger, que es confundido con el curso superior del Nilo en un error comprensible si consideramos los conocimientos geográficos de la época. La rihla da noticia puntual de los paisajes exóticos y las costumbres de los negros, escandalizándose, como no podía ser menos, de la promiscuidad que reinaba entre aquellas gentes.

Aunque la veracidad de algunos fragmentos de la rihla, como un pretendido viaje a Bulgār, en Rusia, o la estancia en Pekín, ha sido cuestionada por los historiadores, la mayor parte de la información presentada es verosímil, y muchos datos han sido confirmados por otras fuentes. Ibn Battūta es un observador atento y minucioso, y a pesar de haber perdido toda la documentación escrita que llevaba con él, sus descripciones de la flora, la fauna y los paisajes son rigurosas. Los detalles que da sobre la economía, la industria y los precios en todas las regiones que atraviesa son también notables. La integración de estos datos con los aportados por viajeros cristianos de esa época, como Marco Polo o Ruy González de Clavijo, permite dibujar un retrato fiel de aquel mundo marcado por la furia guerrera de Gengis Kan y sus huestes.

Leyendo la rihla, la compleja personalidad del tangerino se dibuja ante nosotros. Aprendemos a quererle, a odiarle un poco también, a envidiarle sin duda. Y tal vez sea éste uno de los mayores atractivos del libro, hacernos sentir entrañablemente próximos a un hombre como tantos otros de aquel siglo lejano.