Primera versión en Rebelión el 8 de septiembre de 2014

Julio Camba es recordado hoy sobre todo por los libros que recogen sus crónicas periodísticas, convertidos en clásicos indiscutidos de la literatura en español. Entre 1908 y 1931 fue corresponsal de diversos diarios en Constantinopla, París, Londres, Berlín, Nueva York y Roma, y en todos estos lugares supo profundizar con ironía en las peculiaridades de los seres humanos que allí encontró y construir anecdotarios plenos de humor que todavía se leen con placer y provecho. Le tocó vivir además momentos históricos clave, lo que contribuye a aumentar el interés de sus textos. No olvidemos, por ejemplo, que el estallido de la I guerra mundial lo sorprendió en Berlín.

Julio Camba nace en Villanueva de Arosa en 1882 en una familia obrera y en 1902 parte para Argentina, donde milita en el movimiento anarquista, realizando agitación social y publicando artículos. Expulsado del país en diciembre de 1902, regresa a España y aquí sigue colaborando con la prensa libertaria, llegando incluso a fundar una cabecera que tiene breve vida. En 1906, tras el atentado de Mateo Morral, con quien tenía cierta amistad, Julio deja el anarquismo militante y comienza a abrirse camino en periódicos republicanos hasta que en 1913 es fichado por ABC, del que será pronto uno de sus columnistas más cotizados. Julio Camba, convertido desde entonces en un escritor de ideología derechista, no dudará en apoyar con su pluma al bando fascista durante la guerra civil. En 1949 se instaló en la habitación 383 del Hotel Palace de Madrid, que sería su domicilio hasta su fallecimiento en 1962.

La editorial riojana Pepitas de calabaza ha tenido la feliz idea de recopilar los artículos iniciales de Julio Camba, correspondientes a su época anarquista, hasta ahora dispersos y casi olvidados, y reunirlos en un volumen con prólogo y notas de Julián Lacalle. A los admiradores de Camba, van a sorprenderles estos escritos. En los primeros de ellos encontramos una reivindicación entusiasta de la Idea libertaria, aunque somos testigos de cómo el cúmulo de dificultades que surgen, que incluyen denuncias y temporadas en la cárcel, al tiempo que una eterna precariedad económica, van minando la resistencia de un autor que es capaz de reconducir su talento hacia la crónica humorística que hará su fortuna. Vemos así cómo el mordiente político se eclipsa de forma progresiva.

Los primeros artículos recogidos son de la etapa argentina de Julio Camba. En Buenos Aires, colabora en 1901 y 1902 en el periódico anarquista La protesta humana con textos que defienden sus creencias con ingenio y contundencia. Ahí está la explotación, generando miseria, y ahí están irremediablemente los libertarios, quijotes decididos a deshacer el entuerto. Se contraponen los dos mundos: por un lado, por ejemplo, un accidente en una mina de carbón en USA que deja decenas de muertos, la represión del derecho a la huelga, el barco que llega a la capital con un cargamento de trescientas prostitutas, niños famélicos que deambulan en pleno invierno por las calles, y junto a ello, los burgueses, los dueños de todo y su indecente exhibición de riqueza. Camba llama a la revuelta como única vía que resolverá esto. En un artículo de mayor extensión repasa, utilizando la carta de un viejo amigo, la penosa situación en Galicia, tierra de hambre, caciquismo y opresión clerical, y argumenta contra el mito de la patria con la lucidez del que ve que sólo la unión de todos los explotados podrá poner fin a la injusticia.

Ya de regreso en España, Camba publica en 1903 diversos textos en Tierra y Libertad. En ellos seguimos encontrando retablos de la miseria que convive con la opulencia más obscena en las calles de la ciudad: mendigos, prostitutas, burgueses engalanados; se pone de manifiesto con inteligencia y determinación el crimen de los poderosos y la inocencia de los delincuentes. El ideario de Camba es una afirmación de la vida, de las posibilidades infinitas de felicidad que alberga el hombre, y su programa no puede ser otro que una lucha sin cuartel contra los que imponen a los demás la muerte, la negación de estas facultades. Hay contundentes invectivas contra el espolio y la guerra, contra la resignación cristiana del débil y llamamientos al incendio y la violencia purificadora. Su ideal de artista es Zola, a quien dedica un emocionado canto fúnebre.

A finales de 1903, Julio Camba funda con Antonio Apolo un periódico semanal: El rebelde. Su vida será difícil, pues el acoso del ministerio de la Gobernación le costará innumerables denuncias y llevará a Camba varias semanas a la cárcel en 1904, al tiempo que su ideario insurreccionalista le valdrá la inquina de la familia Urales, que llegará a acusarlo de tener financiación gubernativa. Atacado en distintos frentes e inviable económicamente, El rebelde saca su último número en enero de 1905.  En los artículos publicados en él, Camba insiste en sus argumentos: clara conciencia de la miseria y de la explotación que la origina, de un orden inmoral, injusto, que debe ser combatido, pues los débiles son muchos y unidos tendrán fuerzas sobradas para imponer la justicia. Tal vez los mejores textos son aquellos en los que describe la penosa vida española, hedionda de coso y sacristía, y opone a ella como revulsivo la Idea redentora. Y en el momento de escoger un camino para lograr esta liberación, Camba, errado a nuestro juicio, reniega en ocasiones de la instrucción y la cultura, y predica la pasión y la fuerza, al tiempo que contra la moral burguesa, defiende un “inmoralismo”, que no se sabe bien lo que significa. Son estos puntos que hacen comprensible la respuesta irritada de gentes como Federico Urales. Hay artículos escritos desde la cárcel y en otros se relatan las peripecias de las detenciones y juicios de esta época.

En 1905 Camba comienza a colaborar en El País, diario republicano de amplia tirada, y también en la revista La anarquía literaria y en España Nueva, diario de la noche. El atentado de Mateo Morral el 31 de mayo de 1906 traerá problemas a su amigo Julio Camba, que se unirán a los procesos que arrastraba de El rebelde, de los que será indultado en octubre. En el verano además, habrá de pasar una temporada en el hospital con un pie enfermo e interrumpirá más de un mes sus colaboraciones en El País. Esta es la época en la que Camba abandona sus ideas revolucionarias e inicia una nueva andadura mucho más escasa de compromiso político.

En los artículos de El País hay comentarios sobre asuntos de actualidad, junto a notas de su paso por el hospital con conmovedores retratos de su España negra y doliente. Hay  también reflexiones literarias, sobre la Pardo Bazán, Gorki, Villaespesa, Rubén Darío o Baroja. Los anarquistas que este describe en Aurora roja o los que se mencionan en el suelto titulado “El bello gesto” son observados ya con una simpatía distante, aunque hay emoción en la necrológica de Eliseo Reclus o en la crónica de los sucesos de 1905 en Rusia. La fiebre justiciera aflora poco ya y transmutada sobre todo en ironía escasamente combativa, pero sigue viva la vena anticlerical. Camba se ejercita simplemente en un oficio de escritor ameno y culto que le va a permitir resolver la vida. No pide más ni hay mucho más que destacar en estos primeros intentos, abriéndose camino, del que será príncipe de cronistas y humoristas de las letras hispanas.

Los últimos artículos recogidos en el libro son los de España Nueva, diario de la noche, de 1906 y 1907. En ellos la tónica es la misma que en los de El País, pero progresivamente vemos como la sorna se afila al tiempo que Camba aprende a manejar sus recursos literarios con maestría, logrando ya páginas inspiradas, tensas de sabia ironía que en nada desmerecen de su producción posterior. Los textos en los que explora el “Aspecto industrial de la Semana Santa”, o aquellos gemelos en que compara a La Cierva, ministro de la Gobernación, y Pernales, bandolero andaluz, con saldo bien favorable para el segundo, son ya prodigio de un espectador sagaz e inimitable de los misteriosos asuntos de la piel de toro. En las crónicas parlamentarias de 1907, que titula colectivamente “Diario de un escéptico”, su reacción ante la cochambrosa democracia de pucherazos y discursos huecos del régimen de la Restauración que contempla es ya el genial humor absurdo de su estilo inconfundible, rezumante siempre de sorna galaica: “Si hay algo hermético en el mundo es la conciencia de un ministro de la Gobernación, y no seré yo quien se atreva a profanar ese misterio, lleno de tinieblas.”

El libro recoge también “El destierro”, subtitulado “Memorias de Julio Camba”, un texto publicado en Madrid en 1907 dentro de la colección “El Cuento Semanal” que describe la vida del autor en Buenos Aires, donde se retrata gozando una bohemia de ideas rompedoras, canciones y mujeres bonitas. Organiza huelgas y tiene su papel en el comienzo de una de carácter general con amplio seguimiento, pero justo esos días se vota en el congreso una “ley de residencia” que va a permitir la expulsión del país de todos los anarquistas extranjeros. Así es detenido, embarcado con otros correligionarios y devuelto a España. El destierro es el documento que revela la desconexión de Camba de los ideales que habían sido suyos durante varios años. Sin dejar de identificarse con ellos y contemplando con simpatía a algunos de los que fueron sus compañeros en su defensa, la ironía que preside el relato refleja la distancia del que ha decidido dar a su vida otro rumbo. En este texto se encuentra la explicación del título escogido para la recopilación: “‘¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!’, decía, hablando del opio, Tomás de Quincey. Justo, sutil y poderoso es también el veneno de la Anarquía, y ningún fumador de opio, ningún bebedor de ajenjo, ningún tomador de morfina ni de haschis, ha tenido sus sueños poblados de visiones más hermosas que las visiones que pueblan el gran ensueño anarquista.”

Julio Camba comienza su carrera literaria como propagandista de la Idea libertaria. Sus escritos de esta época rebosan convicción, aunque Rafael Cansinos Assens que lo trató por entonces lo describe así en La novela de un literato: Julio Camba, el anarquista, era en el fondo un sibarita, un aspirante a burgués. Su anarquismo era simplemente un dilettantismo, una escarapela para llamar la atención y epatar, como sus melenas y su chalina de colores. Cultivaba la ironía.(…)Era el suyo un anarquismo aristocrático, que odiaba a las masas. Un anarquismo literario, como el que había servido de puente a Martínez Ruiz para pasarse a las filas de Maura y escribir ahora con el seudónimo de Azorín”. El hecho es que la trayectoria de Julio Camba nos regala un buen ejemplo de escritor capaz de reconducir su talento y ponerlo a soplar a favor de los grandes vientos de la historia. Sabemos los frutos que dio de esta forma y se nos escapa lo que podría haber creado de seguir al servicio de los ideales de transformación social que un día defendió.

En “¡Filisteos!”, publicado en Tierra y Libertad en 1903, Camba arremete violentamente contra los escritores vendidos al poder, que representan “lo que se derrumba”, “eunucos del serrallo de las ideas, castrados cerebralmente por el amo implacable.” Según él, sólo pueden conocer triunfos pasajeros, pues la misión ha de ser “triunfar corriente arriba, empujando el pensamiento hacia la cumbre.” Camba contra Camba.