Primera versión en Rebelión el 14 de junio de 2022

Los años 30 del siglo XX fueron en España una de esas raras épocas en que los parias de la tierra tuvieron una oportunidad real de asaltar los cielos y construir un mundo sin explotación. Muchos escritores percibieron la transcendencia de aquella lucha y no dudaron en alistar sus plumas en ella, porque comprendieron que era la suya también. Un caso emblemático es el de Lucía Sánchez Saornil, una joven autodidacta que destacó como poeta en las vanguardias de principios de siglo y justo en esa década prodigiosa maduró su pensamiento y comenzó una intensa actividad sindical y periodística que la llevó en 1936 a fundar con otras compañeras el colectivo Mujeres Libres. Impulsor de tareas formativas y publicaciones y con una densa red de afiliadas, este movimiento, admirado en todo el mundo, marcó un antes y un después en la lucha por los derechos de las mujeres.

La historia apasionante de esta mujer ha sido investigada en algunos libros recientes, como Lucía Sánchez Saornil, poeta, periodista y fundadora de Mujeres Libres (La Malatesta, 2014), de Antonia Fontanillas y Pau Martínez, que recoge además una selección de textos de Lucía, o Lucharon por un mundo nuevo (Descontrol, 2016), de Yanira Hermida, que trae también una aproximación biográfica a otra militante libertaria, Sara Berenguer Laosa. Nuria Capdevila-Argüelles ha reunido en Corcel de fuego (Torremozas, 2020) la labor literaria, tanto de poesía como de prosa, de Lucía entre 1913 y 1933.

Lucía Sánchez Saornil, entre mujeres anarquistas, de Ignacio C. Soriano Jiménez, acaba de ser editado por La linterna sorda y aporta un minucioso estudio biográfico, que se complementa con un recorrido, no menos detallado, por las labores y activistas del movimiento libertario feminista de aquellos años. Resulta así al fin la crónica cabal del tiempo de esperanza para la emancipación femenina que supusieron los años de la segunda república y la guerra civil.

El despertar de la conciencia

Lucía Sánchez Saornil viene al mundo en 1895 en un barrio obrero del sur de Madrid y desarrolla muy pronto un amor por la letra impresa que la hace voraz lectora y escritora de cuentos. Los lee a su hermana Concha, dos años menor, amiga y confidente de toda su vida. En 1913 aparece en La Correspondencia de España su primer artículo, reivindicando para las niñas las mismas excursiones dominicales que disfrutaban los muchachos, y el año siguiente en una revista de Ciudad Rodrigo publica sus primeros versos. Recibe instrucción en el Colegio Hijos de Madrid, pero es sobre todo autodidacta y también una letraherida que conoce el poder de la escritura: “Un libro es un milagro perenne que puede convertir en rosas las llagas de los leprosos”, llegó a decir. En cuanto a ganarse el pan cotidiano, desde 1916 es empleada de la Compañía de Teléfonos. Sus primeros poemas encajan en la estética modernista, pero a partir de 1919 colabora con los ultraístas, que pretendían formar una vanguardia hispana en la línea del chileno Huidobro. La lírica de Lucía, o Luciano de San-Saor como firmaba muchas veces, logró amplio reconocimiento, por lo que resulta extraño que desde 1923 prácticamente no envíe contribuciones a revistas literarias. Es una etapa de silencio en la que su mentalidad evoluciona. En los años 30 comienza su militancia anarquista.

En “Literatura nada más…”, artículo publicado en CNT en 1933, Lucía denuncia el fracaso de la revolución ultraísta, juego sólo de intelectuales de café que en el fondo trataban de salvar los valores tradicionales. Frente a eso, ella defiende la necesidad de un “humanismo integral”, término que prefiere a “feminismo”, y remarca la importancia de un “camino interior”, un autoanálisis para superar nuestros resabios burgueses. En 1931 milita ya en la CNT, y a partir de julio es activa en una huelga estatal de Telefónica, que exige mejoras laborales y terminará derrotada en diciembre. Represaliada desde comienzos de ese año, no conseguirá el reingreso hasta 1936 y desde finales de 1932 trabaja en entidades confederales.

Son estos años 30 tiempo de efervescencia social en que el ideal del comunismo libertario parece al alcance de la mano. Nuestra poeta milita también en la FAI, en el grupo Los Intransigentes, se inicia como oradora, y colabora frecuentemente en la prensa ácrata con combativos artículos en los que el “yo” de sus primeros trabajos literarios cede paso a un poderoso “nosotros”: “Hasta que el pueblo no destruya el Estado y toda clase de Gobiernos, no tendremos libertades.” Ejerce además de secretaria de redacción de CNT, que sufre censuras y suspensiones sin cuento.

En mayo de 1936 ve la luz el primer número de Mujeres Libres, una revista mensual que pretende informar y formar a las mujeres para que tomen las riendas de su destino contra todas las imposiciones sociales. Participan en la dirección, aparte de Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch y Gascón, y cuentan con el apoyo administrativo de Concha, la hermana de Lucía. Cosechan éxito de ventas y cartas de felicitación que muestran lo urgente de su labor. Aparecerán trece números hasta diciembre de 1938, y el empeño fructificará en una red de agrupaciones locales de Mujeres Libres, en las que entre otras cosas se capacita a las jóvenes para oficios que transforman sus vidas.

Revolución y guerra

En la agitación que sigue en Madrid al fracaso de la sublevación fascista, Lucía es miliciana, reportera, oradora y poeta. Se une a los que asaltan el Cuartel de la Montaña y parte luego hacia Guadalajara, contribuyendo por el camino a la creación de colectividades. Pacifista convencida, se siente atrapada por una guerra surgida de la propia revolución, y considera la lucha justa y necesaria; así lo proclama en sus artículos. En cuanto a la organización de las fuerzas populares, como su amigo Cipriano Mera ella cree que la militarización es la única forma de hacer frente a los sublevados, y tras visitar Brihuega en marzo de 1937 escribe entusiasmada: “La CNT hecha Ejército popular sigue siendo la CNT”. Son innumerables sus artículos en esta etapa, muchos de ellos en el diario CNT, sobre lo que ocurre en Madrid en los primeros meses de la guerra: el cerco fascista, la muerte de Durruti…

En abril de 1937 Lucía es enviada a Valencia, donde tiene un papel destacado en Umbral, semanario que nace bajo los auspicios del Comité Nacional de la CNT. En él publica dieciocho artículos, entre ellos dolorosas crónicas tras la caída de Asturias en octubre de 1937. A partir de enero del año siguiente, pasa sobre todo a realizar labores para Solidaridad Internacional Antifascista (SIA), organismo que se crea en el mundo libertario para recabar y gestionar la ayuda internacional, con actividades informativas, educativas y de asistencia social. Ella asume la consejería de Propaganda y Prensa de la institución, y desde ella colabora estrechamente con Emma Goldman, volcada en difundir el empeño por Europa y América.

En 1937 Lucía comienza una relación sentimental con América (Mery) Barroso, actriz y secretaria de dirección en Umbral; viven juntas y no ocultan su unión, que va a llegar hasta el fin. La antigua ultraísta compone ahora romances de tema bélico, publicados en diversos medios con gran éxito y luego recopilados en un libro de Mujeres Libres: “Durruti, hermano Durruti,/ jamás se vio otra congoja/ más amarga que tu muerte/ sobre la tierra española.”

Tiempo de silencio

A finales de enero de 1938, Lucía y Mery pasan a Francia, y allí canalizan la ayuda de SIA para la evacuación de compañeras, niños, ancianos y enfermos. Cuando se generaliza la reclusión en campos de concentración, denuncian lo que está ocurriendo. Lucía es expulsada de los Pirineos Orientales y se instala en febrero en París, donde escribe artículos en los que reflexiona sobre los desastres recientes para el boletín que SIA aún publica. Expulsada de nuevo, recala en Orleans. Tras la ocupación alemana, Lucía y Mery viven en Montauban y siguen tratando de hacer llegar ayuda a los refugiados españoles.

La situación se complica en Francia y nuestra pareja decide regresar a España. En marzo-abril de 1942 cruzan la frontera y viajan a Madrid, donde van a residir cinco años y medio, ganándose la vida como comisionistas y fabricando redecillas para el pelo. Comparten piso con la hermana y el padre de Lucía, y a pesar de la represión que se prodiga, logran pasar desapercibidas. A comienzos de 1948 todos fijan su domicilio en Valencia. Lucía da clases, trabaja en representaciones y pinta abanicos y azulejos. Allí recuperan viejas amistades.

La otrora prolífica periodista escribe sólo unos pocos artículos con seudónimo en la prensa regional levantina. En 1955 publica también un poema en una revista burgalesa: “Ni la bestia ni el ángel,/ quiero mejor la exacta medida de lo humano. Tras el fallecimiento de su hermana Concha en febrero de 1970, un carcinoma de pulmón, desarrollado con rapidez, acaba con la vida de Lucía Sánchez Saornil el 2 de junio de ese mismo año.

Reivindicación de una mujer y una época imprescindibles

El exhaustivo trabajo de Ignacio Soriano nos va dibujando a Lucía Sánchez Saornil en cada una de sus etapas, Conocemos así a su familia y su educación, sus rutinas como telefonista, su temprana pasión por la escritura y sus relaciones con los grupos poéticos del momento, modernistas en un principio, y vanguardistas (¿revolucionarios?) después.

Sin embargo, no se le escapaban a la aguda y sensible Lucía las limitaciones de la revolución de papel que predicaban aquellos vates, y la que comienza una intensa actividad periodística en los medios libertarios en los años 30 es otra mujer diferente. El libro nos retrata fielmente también a esta nueva Lucía, una anarquista que contribuye al movimiento con entusiasmo y plétora de ideas durante el tiempo de esperanza de la república y la guerra civil. Tras el doloroso naufragio, con la misma fidelidad se nos describe la odisea primero por tierras francesas y luego el silencio en la tenebrosa España franquista.

En los distintos momentos biográficos, la información sobre Lucía se completa con otra igualmente amplia sobre las compañeras que compartían sus labores, con lo que al fin el libro se convierte en una crónica del movimiento libertario femenino en España en aquellos años. En este sentido, es remarcable el seguimiento puntual de las actividades formativas y asistenciales de las diversas secciones de Mujeres Libres, que a partir del verano de 1937 se constituyen en una federación nacional, con en torno a diez mil afiliadas (llegarán a ser veintiocho mil). Otro capítulo se dedica a las publicaciones del grupo, con un sinnúmero de folletos y obras más extensas como Niño, de Amparo Poch u Horas de revolución, recopilación de artículos de Lucía (reeditada por Calumnia Edicions en 2019), entre muchas otras.

La edición de Ana Muiña aporta como siempre un lujo de imágenes y documentos rescatados, que unidos a la riqueza de las notas, los anexos y apéndices y el utilísimo índice onomástico acaban de perfilar el libro como una contribución imprescindible a la historia del anarquismo en nuestra piel de toro.

Lucía Sánchez Saornil fue una gran poeta toda su vida, y en la década de 1930 se convirtió con su trabajo periodístico en un icono de la pasión y el pensamiento del movimiento libertario. Aquella mujer menuda y aparentemente frágil, pero que se crecía en la lucha y la adversidad, supo destacar siempre por su intelecto en un mundo demasiado masculino. Ignacio Soriano ha tejido un retablo precioso de su vida memorable.