Primera versión en Rebelión el 7 de junio de 2011

Relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación entre 2000 y 2008, y en la actualidad miembro del comité consultivo del Consejo de Derechos Humanos de la misma institución y profesor emérito de sociología en la Universidad de Ginebra, Jean Ziegler no responde al perfil de lo que el sistema suele catalogar como un antisistema. Hay que decir sin embargo que este suizo de 77 años es autor de una serie de libros que contienen una de las denuncias más documentadas e implacables que es posible encontrar de los desmanes del capital financiero. Títulos como Saqueo en África (Siglo XXI, 1979), Los señores del crimen (Planeta, 1998), Los nuevos amos del mundo y aquellos que se les resisten (Destino, 2003) o El imperio de la vergüenza (Taurus, 2006), por citar sólo algunos, se nutren de un conocimiento profundo de la economía globalizada y de los entresijos de las instituciones internacionales que imponen sus directrices en este ámbito. La imagen de nuestro mundo que emerge de ellos muestra la realidad de un saqueo perfectamente organizado con millones de víctimas inocentes. En una época donde en algunas naciones sobran e incluso se destruyen alimentos, el veredicto es claro para él: “Quien muere de hambre es víctima de un asesinato”.

El último libro de Jean Ziegler, El odio a Occidente (Península, 2010, trad. de Jordi Terré) aporta nuevos datos para comprender este “orden caníbal del mundo”. La obra arranca con un análisis histórico de lo que han sido las relaciones entre el Norte y el Sur en los últimos siglos, relaciones de dominación sangrienta marcadas por tres etapas esenciales: esclavismo, colonialismo y neoliberalismo, tres monstruos con rostro distinto, pero con muchos rasgos comunes también. Ziegler nos hace ver como con el paso del tiempo y los cambios globales la explotación criminal permanece, y nos muestra a las claras el carácter actual de esta violencia del Norte sobre el Sur con dos ejemplos bien escogidos: la destrucción del mercado africano del algodón y la imposición, mediante chantaje, del nuevo acuerdo de colaboración económica por parte de la Unión europea a sus antiguas colonias.

La esencial continuidad de esta relación de explotación es percibida netamente en el tercer mundo, y un episodio relatado por Ziegler nos lo muestra: “El 2 de septiembre de 2001, en Durban, el ministro de Justicia de Costa de Marfil, Oulai Siene, subió a la tribuna. Y dijo: ‘Si creen que la esclavitud ha desaparecido, piénsenlo de nuevo. ¿Cómo entender, si no, que el precio de un producto fabricado durante largos meses y con un duro trabajo, bajo el sol y la lluvia, por millones de campesinos, lo determine alguien que está sentado en una silla detrás de un ordenador en una oficina aclimatada, sin tener en cuenta sus sufrimientos? Lo único que ha cambiado son los métodos. Se han vuelto más ‘humanos’. Ya no se embarca a los negros en barcos hacia las Antillas y las Américas. Permanecen en su suelo. Traspiran sudor y sangre para ver luego cómo se negocia el precio de su trabajo en Londres, París o Nueva York. Los esclavistas no han muerto. Se han transformado en especuladores bursátiles.’”

Tras poner de manifiesto la continuidad del saqueo, se pasa a explorar el fenómeno que es su consecuencia y da título al libro, un odio a Occidente que domina las memorias heridas de los naturales de América latina y del Caribe, de África y de Asia. Es éste un odio al que Occidente responde con una memoria triunfante, arrogante e impermeable a la duda. Esta confrontación de actitudes resulta en estos momentos uno de los peligros más graves que amenazan el planeta. Es evidente que nada podrá solucionarse mientras los criminales no asuman abiertamente la magnitud de sus crímenes. Lamentablemente, nada indica que estén dispuestos a ello, sino más bien todo lo contrario. Se describe así el fracaso de la conferencia de Durban en 2001 o el patético discurso de Sarkozy en Dakar en  2007, episodios que muestran la soberbia que sigue cegando a los poderosos.

El libro se centra luego en dos escenarios de enorme interés. El primero de ellos es Nigeria, país con inmensos recursos de petróleo en el que descubrimos cómo son el crimen y la corrupción, la catástrofe ecológica, la enfermedad y la miseria el precio que hay que pagar por el petróleo barato que disfrutamos en Occidente. El delta del Níger, con vertidos que destruyen ecosistemas únicos, plataformas de exploración con antorchas que emiten más CO2 que todos los demás campos petrolíferos del mundo juntos, lugareños sumidos en la pobreza y un ejército de liberación (MEND) dotado, no se sabe bien cómo, de armamento y medios ultramodernos, es un paisaje de Blade runner que apenas alcanzamos a imaginar. Y al lado de esta visión futurista, encontramos el caos y la miseria de las ciudades, escenarios de esclavismo y corrupción, carnaza para el crimen organizado y la acumulación sin control de los desechos tóxicos de Occidente.

El segundo país es Bolivia, donde como contrapunto de tantos desastres existen en estos momentos motivos bien fundados para la esperanza. Ziegler nos presenta en detalle las luchas pacíficas por los derechos humanos que llevaron al MAS y a Evo Morales al poder en 2006, y las políticas emprendidas a partir de entonces, que suponen una forma inteligente de nacionalizar los recursos del país y conseguir que su extracción sirva realmente para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. No dejan de valorarse tampoco los peligros que esta revolución democrática y pacífica enfrenta, liderados por las elites criollas, explotadoras seculares del indio, apoyadas ahora por los nazis y ustachis que adquirieron inmensas posesiones en el país tras huir de Europa al final de la II Guerra Mundial.

Estamos en fin ante un libro enormemente valioso, pleno de datos y análisis de interés para entender mejor la explotación económica del Sur por el Norte en nuestro mundo globalizado. Un libro también para comprender un sentimiento que se extiende con fuerza en el Sur y que supone en estos momentos uno de los mayores peligros para la estabilidad del planeta. Es éste un odio nutrido del rechazo a una violencia y sumisión seculares y que sólo podrá superarse si en el campo de los que nos hemos beneficiado y nos seguimos beneficiando de ellas aparecen muestras inequívocas de una toma de conciencia de la realidad.