Primera versión en Rebelión el 4 de octubre de 2013

Mateo Morral, personaje de aguafuerte, con su frustrado regicidio pródigo en sangre y su muerte trágica puede decirse que ha quedado grabado en el imaginario colectivo de todos los que habitamos la piel de toro. Odiado y admirado sin medias tintas, desde entonces su figura refleja como un espejo distorsionante las pasiones, los miedos y los anhelos de la masa social en la que estamos atrapados. Y tras más de un siglo, la gran pregunta permanece: ¿Cuánto pudo cambiar la historia del siglo XX en España aquel ramo de flores que esparció desolación el 31 de mayo de 1906 en la calle Mayor de Madrid? Eduard Masjuan, doctor en Historia económica por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha realizado en Un héroe trágico del anarquismo español: Mateo Morral, 1879-1906  (2009) una labor encomiable de investigación y síntesis para iluminar a un personaje cargado de misterio y mal conocido en muchos aspectos. Su libro dibuja con trazo firme a alguien que pudo ser definido por Pío Baroja en su momento como “el único joven que existía en España”.

La obra comienza por acercarnos al medio social del que va a surgir Mateo Morral, la industriosa Sabadell, principal centro lanero de España en la segunda mitad del siglo XIX. En este contexto, tiene un papel destacado la dinastía de los Morral: el abuelo Jaume, un emprendedor que se desvincula de la tradición agraria familiar al comprar uno de los principales “vapores” de la ciudad, y el padre de Mateo, Martín, heredero universal de la firma. La atmósfera social de la época está marcada por la gran huelga de 1883, fracaso clamoroso que excita una respuesta terrorista en los años siguientes. La burguesía impone una explotación salvaje contra la que la resistencia se organiza poco a poco. El teólogo Félix Sardá era el teórico de los ultramontanos, aunque no hay que olvidar que en la ciudad se abre la primera escuela catalana de la Institución Libre de Enseñanza y existían también círculos republicanos de diversas tendencias. En relación con estos, comienza pronto la expansión del anarquismo, con una transición a principios del siglo XX de las ideas colectivistas a las comunistas. Entre los defensores locales de “la idea” destaca José López Montenegro, que desarrolla una importante labor educativa.

La infancia de Mateo Morral tiene algo de misteriosa. Nacido en 1879 en una familia adinerada, extrañamente no es amado ni atendido de forma adecuada por sus padres, recibiendo incluso alimentación insuficiente. Su padre, Martín, era un hombre de ideas avanzadas, que llegó a presidir mítines anarquistas, un caso raro en su clase social, pero en la familia, todo el poder era de su esposa, Ángela Roca, integrista católica. Mateo asiste a una escuela particular, donde deja el recuerdo de un niño afable, pero despreciado por su familia, cosa que no ocurría con sus hermanos. Poco después, en los cursos del Ateneo, muestra su inteligencia y capacidad artística. Al cumplir trece años, Mateo es apartado de su familia y va a vivir a Francia y Alemania, donde, sin recursos, trabaja como obrero y continúa sus estudios de mecánica. Se impregna además de las teorías neo-malthusianas en boga por entonces, síntesis de procreación consciente y antimilitarismo.

En 1899, con veinte años, regresa a Sabadell, donde ante una grave enfermedad de su hermano mayor, Jaume, debe asumir responsabilidades en el negocio familiar. Asume el reto, para el que se encuentra bien preparado, y trata de hacer esto compatible con las ideas anarquistas que ya ha adquirido. Aunque su madre ya había fallecido en ese momento, el ambiente clerical y conservador en que vive la familia se hace pronto insoportable para él. El catedrático de ciencias naturales Odón de Buen lo describe así en esta época: “Tenía más el aspecto de un místico, reservado, impenetrable, pero nada sombrío, respetuoso hasta el extremo que en alguna excursión a que se asoció, jamás se sentaba en la mesa ni comenzaba a comer antes que los demás lo hicieran. (…) Atendía a las explicaciones con fervor y nadie podía imaginar que un hombre así fuera capaz de preparar fríamente, y realizar después, un acto terrorista.” Tiene buena forma física y ama las excursiones campestres y la caza. Por lo demás, los que lo conocieron definen su carácter como taciturno, triste y melancólico. En 1901 viaja por Europa y en Londres visita a E. Malatesta. En esta época, se da la situación paradójica de un empresario importante que es a la vez uno de los activistas y militantes más destacados del anarquismo en Sabadell. Su intención era socializar la fábrica en cuanto estuviera en su poder, y mientras tanto, incitaba a los obreros a hacer reivindicaciones salariales. Toma parte en las huelgas de 1901 y 1902, aunque el fracaso de esta última lo lleva a la conclusión de que es necesaria una época de preparación ideológica y cultural de la clase obrera antes de pasar a la acción revolucionaria. Mateo Morral colabora también en estos años con la prensa anarquista.

El siguiente capítulo se dedica a analizar la ideología neo-malthusiana, sus fundamentos e historia y su desarrollo en España. Cuando Salud y fuerza, una publicación de esta tendencia que trataba de educar a la gente en la maternidad voluntaria y la prevención de las enfermedades venéreas, es suspendida y su director procesado, Mateo se traslada a Barcelona y con nombre falso se instala en una fonda de la plaza de Cataluña con la intención de secuestrar a la cúpula directiva del reaccionario Comité de Defensa Social, inspirador de la represión, que tenía su sede en el mismo edificio. Mateo Morral fue un divulgador infatigable de estas ideas en España, y su papel fue decisivo para que en1904 se creara la sección española de la liga neo-malthusiana que en pocos meses cuenta con treinta y seis delegaciones en toda España, mientras su revista, Salud y fuerza, edita miles de ejemplares. No obstante, estas ideas para Mateo no son incompatibles con la acción revolucionaria, sino complementarias con ella.

El capítulo siguiente repasa la vida sentimental de Mateo Morral. La etiqueta de misógino que se la ha colocado frecuentemente parece que no está justificada y en todo caso podría hablarse de misogamia. Testimonios diversos ponen de manifiesto varias relaciones amorosas de Mateo, por ejemplo con Olga Brandt, una mujer de la que no se sabe casi nada, o con Nora Falk, una anarquista rusa de la que era inseparable en la última etapa de su vida, cuando preparaban juntos el atentado contra Alfonso XIII. Aparte queda la relación contradictoria con la hermosa Soledad Villafranca, que probablemente mezclaba atracción física y repulsión moral por su frivolidad. Durante el proceso, se especuló que Mateo podría haber estado motivado por el despecho al ser rechazado por ella.

El perfil de Mateo Morral es el de un joven culto, reservado, amante de la lectura y la naturaleza y admirador de la obra de E. Reclus y P. Kropotkin. En ocasiones asistía como oyente a las clases de Odón de Buen, y con él, Anselmo Lorenzo y otros participa activamente en el círculo de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer. Acaricia la idea de fundar una comuna anarquista e incluso piensa en viajar a California para integrarse en una allí existente con la que había entrado en contacto. También dedica su energía al teatro comprometido, trabajando con el grupo Ibsen, en cuyas representaciones actúa como apuntador.

Se discuten después las circunstancias de los atentados contra Alfonso XIII de esos años: el primero, preparado por Pedro Vallina y otros anarquistas en París, y frustrado al ser detenidos todos el 25 de mayo de 1905; y el segundo, el 31 de ese mismo mes en la rue de Rohan, tras una representación de la ópera Sansón y Dalila, en el que la bomba estalló a un palmo de la rueda izquierda trasera del carruaje, hiriendo a un oficial y a unos soldados y matando a sus caballos. En este segundo, cuyos autores nunca fueron descubiertos ni enjuiciados, parece ser que intervino Mateo Morral, que poco después se alistó en la legión extranjera en Argelia, desertando a los dos meses. Mateo, ya volcado en la actividad anarquista en este momento, ha roto con su familia, y a principios de 1906 vive en Barcelona, donde se encarga de las ediciones y la distribución de publicaciones de la Escuela Moderna. El 20 de mayo parte hacia Madrid tras despedirse de sus amigos y en Zaragoza compra periódicos para informarse de alquileres en Madrid desde los que observar la comitiva de la boda real que tendrá lugar el día 31. Así en la calle Mayor, 88, 4º derecha prepara la bomba que llevaba en una maleta, y adquiere además productos químicos y dos cajas de caudales para cargarla y aumentar su poder destructivo. El día 26 escribe en un árbol del Retiro: “Ejecutado será Alfonso XIII el día de su enlace: – Un irredento. Dinamita.”

El jueves 31 de mayo, al pasar el cortejo por el edificio indicado de la calle Mayor se produce el atentado. Pilar de Baviera, testigo directo, lo narra de este modo: “Cayó en la calzada, con un ruido espantoso, un gran ramo de flores; hubo una explosión como el disparo de un cañón grande, un olor nauseabundo, una llamarada; y el coche real se bamboleó y se inclinó, envuelto en una nube de humo negro, tan espesa que el Rey no pudo ver a la Reina, quien se había echado hacia atrás con los ojos cerrados, de manera que, por el momento el Rey creyó que había muerto. (…) Seguidamente [el Rey] se apeó y ayudo a la Reina a salir del coche. Estaba conmovida, pero también era dueña de sí. En el acto de bajar se mancharon de sangre sus zapatos y su traje. Dando el abrazo a la Reina, el Rey intentó evitar que viera a los muertos y heridos mientras la conducía al coche de respeto. (…) El ejemplo del soberano y de su séquito calmó en cierta medida a la muchedumbre horrorizada. Antes de seguir a la Reina dentro del coche de respeto, se volvió el Rey hacia su cuñado, el infante don Carlos de Borbón-Sicilia, y los oficiales apiñados alrededor del carruaje y dijo en voz alta, clara y deliberada: «¡Despacio, muy despacio, a Palacio!”. En total el atentado causó veintiséis muertos y se registraron alrededor de un centenar de heridos, veinte de los cuales resultaron ciegos.

Se ha señalado que la trayectoria de la bomba fue desviada por un cable del tranvía o de una de las pancartas y guirnaldas desplegadas en la zona, según distintas versiones. El caso es que no hizo explosión en la caja de la carroza, sino cerca de ella. Mateo Morral escapó del lugar del atentado y contó en un primer momento con la ayuda del anarquista José Nakens, al que acudió confiado por su papel protector con Angiolillo, el ejecutor de Cánovas del Castillo nueve años antes. Por mediación de Nakens, es escondido esa noche en la barriada de las Ventas y de madrugada parte a pie por la carretera de Aragón. El mediodía del 2 de junio está en la estación de Torrejón de Ardoz, donde se interesa por los trenes para Zaragoza, aunque la curiosidad y sospecha de los que por allí transitan le hace abandonar el lugar. Su situación es desesperada: identificado, con una descripción suya ampliamente difundida y una recompensa en juego de 25000 pesetas de 1906.

Tras vagar por los campos, ese mismo día regresa a la estación, donde pregunta de nuevo y marcha a cenar a un ventorro próximo. Es entonces cuando el guardia jurado de una finca trata de identificarlo y cuando con este fin se dispone a llevarlo ante la Guardia Civil,  Mateo le dispara con su pistola, produciéndole la muerte instantánea. A continuación se suicida. El cadáver es conducido a Madrid el 3 de junio, tras tener que protegerlo de los furiosos vecinos de Torrejón que pretendían destrozarlo. El conde de Romanones lo describe así un cuarto de siglo después: “La bala le había dejado un pequeño orificio perfectamente limpio en el pecho; su rostro juvenil y exento de los estigmas del criminal nato, mostraba completa placidez; sus manos cuidadas y pulidas denotaban al hombre de condición acomodada.” Y el periodista Julio Camba: “Los ojos muy abiertos, como soñando y en los labios la sonrisa de siempre, pero mucho más acentuada.”

Comienza la búsqueda policial de cómplices y F. Ferrer es encausado, aunque posteriormente sería absuelto por falta de pruebas concluyentes que mostraran su implicación directa en el atentado. Por su parte, José Nakens es condenado a nueve años por haber ayudado a Mateo en su huida, aunque sería indultado dos años después durante el gobierno de Maura. Se pasa a revisar luego la repercusión mediática del intento de magnicidio, registrado en fotografías y películas que tuvieron amplia difusión. En Sabadell, la sorpresa fue mayúscula, pues nadie creía a Mateo capaz de algo así. La prensa local abomina del frustrado regicida y el 7 de junio una representación de todas las instituciones y asociaciones de la ciudad acude a Barcelona para entregar un manifiesto de repulsa al gobernador civil. Sin embargo, otro de felicitación a los soberanos por haber salido ilesos, significativamente no es suscrito por las organizaciones obreras y republicanas de Sabadell.

En el extranjero los atentados son vistos con cierta simpatía en los medios izquierdistas. Mientras tanto, en España la represión se ceba en los anarquistas, y no olvidemos que en la estela  de Mateo Morral está la ejecución de Francisco Ferrer en 1909 por los hechos de la Semana Trágica. El monumento madrileño a las víctimas del atentado fue objeto de otro en mayo de 1910, cuyo autor se suicidó de un disparo mientras era perseguido por la Guardia Civil. Es en 1911, en el segundo aniversario de la muerte de Ferrer cuando el anarquista mexicano Ricardo Flores Magón pronuncia un vibrante discurso de homenaje en el que reivindica a Morral y Ferrer, y cuando apela al uso de la fuerza como táctica complementaria a toda obra cultural que tenga por objetivo la emancipación de la clase trabajadora, el de Morral es el ejemplo del que se sirve.

La figura de Morral influye también en escritores como Pío Baroja, que lo recrea en el Nilo Brull de La dama errante (1908). Un artículo, también de 1908,  le valió acusaciones de solidaridad con el terrorismo: “España hoy es un cuarto oscuro que huele mal; pero la pobre juventud de los rincones españoles quiere salir del ahogo y, como no puede, de cuando en cuando se entrega a la desesperación. Ahí está Mateo Morral: rabioso, enfermo, furioso, pero joven, el único joven que ha habido en España desde hace tiempo.” Ramón del Valle Inclán reivindica a Mateo Morral en su poema “Rosa de llamas” como el torbellino de nueva conciencia que profetiza los cambios sociales futuros. En Luces de bohemia, también homenajea a Mateo Morral en una escena añadida en 1924 a la obra en la que un anarquista catalán llamado Mateo dialoga con Max Estrella, su protagonista. En 1931, con el advenimiento de la II República, Alfonso XIII es declarado culpable de alta traición y algunas calles que llevaban su nombre pasaron a tener el de Mateo Morral.

Tras la Guerra Civil viene una condena sin paliativos de Mateo Morral, incluso por parte de autores como Pío Baroja que antes lo comprendieron. Ahora es un simple “criminal fanático y bárbaro”. Se olvida el significado político del atentado y los relatos que predominan hablan sólo de oscuros instintos de violencia y venganza. Al margen de esta tendencia, hay que destacar por su rigor y amenidad una serie de artículos en la revista Historia y vida durante los años 60 y 70, basados en gran parte en el libro de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March sobre la boda de Alfonso XIII.  Por otro lado, el auge del anarquismo durante la transición también llevó aparejado un nuevo interés por la figura de Mateo Morral, unido a una cierta reivindicación de ella.

No es fácil saber cómo podría haber afectado a la historia de España la muerte violenta de Alfonso XIII que tan cerca estuvo de ocurrir en 1906. Lo que sí sabemos es que de haber ocurrido ésta hubiera abierto posibilidades bien diversas a la crónica del siglo XX español que ahora podemos consultar en los manuales. Teniendo esto en cuenta, tal vez debamos considerar el acto de Mateo Morral aquel 31 de mayo sólo como la apuesta desesperada de un ciudadano de a pie en esa mesa de juego trucada y rodeada de tahúres que es la Historia.

Ameno y riguroso y enriquecido con fotografías y documentos de la época, Un héroe trágico del anarquismo español: Mateo Morral, 1879-1906  de Eduard Masjuan nos acerca a un personaje importante y mal conocido de la historia contemporánea de España.