Primera versión en Rebelión el 25 de marzo de 2015

El politólogo norteamericano David Porter decidió en 1983 editar en un volumen su trabajo de media década sobre la implicación de Emma Goldman (1869-1940) en los procesos revolucionarios que se vivieron en España durante la guerra civil. Ella misma definió  esta experiencia de la última etapa de su vida, posterior a los fracasos que le tocó sufrir en los EEUU y la URSS, como “una vuelta al hogar tras una vida de peregrinación”.  El libro fue reeditado en 2006 y la versión española es de 2012 (El viejo topo).

La obra comienza con una aproximación a la biografía de Emma Goldman, en la que reciben una atención especial sus relaciones con el anarquismo español, marcadas por una profunda solidaridad ya desde los tiempos de los procesos de Montjuïc (1896). En un mitin en el que condenaba la feroz represión del gobierno de Cánovas, llegó a decir que de encontrarse en España ella misma atentaría contra él, lo que la puso en un brete cuando varias semanas después Angiolillo acabó con la vida del infame verdugo. Su interés por los acontecimientos de España nunca decayó, y con la pujanza de su movimiento libertario y el surgimiento de la CNT y luego la FAI, el interés cristalizó en una sincera admiración. Su primera visita a la península fue de sólo tres semanas en 1928 y 1929. Los años treinta, tan desesperanzadores por todas partes, derrochaban en España un fervor revolucionario que la entusiasmó, aunque no dejaba de ver sus peligros.

El inicio de la guerra civil sorprende a Emma Goldman hundida en la depresión que le había producido el suicidio de Alexander Berkman unas pocas semanas antes, pero inmediatamente toma la decisión de aportar todo su esfuerzo a la lucha que comienza. Invitada por Augustin Souchy, que trabajaba en Barcelona para la propaganda internacional de la CNT-FAI, parte hacia España y realiza una primera estancia de septiembre a diciembre de 1936. La segunda y la tercera visitas fueron de septiembre a noviembre de 1937 y 1938 respectivamente. En cada viaje, Emma Goldman recorrió el área controlada por los republicanos, tratando de hacerse una idea de la situación por sí misma y cambiando impresiones con gentes de todo el espectro antifascista. Siempre manifestaba interés en prolongar la estancia, colaborando en la forma que se juzgara más conveniente, pero en cada caso sus compañeros españoles la convencían de que su mayor contribución sería desde el exterior, promoviendo con sus dotes de escritora y conferenciante la solidaridad con el pueblo español. Esto es lo que se esforzó en hacer, aunque sin ahorrar críticas a los aspectos que consideraba erróneos.

El libro se estructura en una serie de capítulos temáticos que presentan un resumen de las ideas de Emma Goldman sobre cada asunto y aportan después textos suyos que muestran su evolución en cada caso. Se analiza en primer lugar su relación con el movimiento libertario español. Siendo ella una anarquista que había mantenido una gran independencia a lo largo de su vida y reacia a cualquier modelo organizativo basado en un abuso del liderazgo, en los acontecimientos revolucionarios de España se entusiasma sobre todo al observar una labor constructiva conducida por las masas. Entre los dirigentes, su mayor estima es para Durruti, “el personaje más admirable y el anarquista más apasionado que he conocido”. También tiene elogios para la capacidad militar de Cipriano Mera y Miguel García Vivancos. De Federica Montseny y Juan García Oliver, le desencanta su colaboracionismo, su servilismo ante los estalinistas y el papel que tuvieron en los hechos de mayo del 37, reprimiendo la libre iniciativa popular. De Santillán admira su dedicación, aunque admite sus limitaciones de orden práctico. Mariano R. Vázquez es para ella demasiado sectario, rígido e insociable. Ve claro que el drama del anarquismo español fue la falta de apoyo exterior, que agudizó la contradicción entre pactismo y fidelidad a los principios y acabó provocando divisiones y enfrentamientos que le resultaron muy dolorosos.

Emma Goldman se entusiasma con las experiencias de colectivización que tiene ocasión de ver en España y así lo refleja en sus cartas y artículos de esta época. Aunque comprende que pueden ser derrotados, estos hombres y mujeres “habrán dado al mundo el primer ejemplo histórico de cómo se debe hacer la revolución”, afirma, y hace notar que contra lo que siempre dicen sus enemigos, aquí los anarquistas demuestran que saben construir. Y sigue observando este espíritu también en su segundo y tercer viajes, tras la arremetida contra algunos de los colectivos de Aragón. Visita fábricas e industrias colectivizadas, donde los trabajadores llevaban años preparando el momento de asumir el control de la producción. Ahora mencionan como principal logro de la nueva organización la libertad conseguida. Lo mismo ocurre en el campo y describe experiencias muy positivas en Albalate de Cinca (Huesca) y otros lugares donde la colectivización de la tierra no se impone, sino que trata de mostrar su superioridad compitiendo con diversas formas de propiedad que excluyan la explotación. Se interesa también por los ensayos educativos basados en principios libertarios y visita colonias para huérfanos e hijos de combatientes.

La de la conveniencia de colaborar en determinadas circunstancias con las fuerzas estatistas es una polémica que recorre el movimiento libertario desde sus orígenes. Emma Goldman, que comenzó defendiendo posturas individualistas y rechazando incluso afiliarse a las organizaciones anarquistas, apoya luego al gobierno de la URSS durante su estancia allí, llegando a aceptar un cargo cultural poco importante. Tras la represión de Kronstadt y su expulsión, regresó a la ortodoxia purista, con lo que es comprensible que a finales de 1936 criticara la entrada de la CNT en el gobierno Largo Caballero. Esto no le impidió sin embargo seguir cooperando con la CNT-FAI. Los textos suyos sobre este asunto que se aportan ponen de manifiesto su entusiasmo por el espíritu revolucionario que observa en las masas y su angustia ante un colaboracionismo que desde el principio ve que ha de resultar suicida, aunque a veces lo comprenda, pues era el mal menor al lado del mal mayor de imponer una “dictadura anarquista”. Percibe la complejidad de una situación en la que “las circunstancias deciden por los hombres” y defiende vehementemente la honestidad de los que dieron estos pasos cuando es puesta en tela de juicio. En otro momento, llega a justificar la conveniencia táctica de la militarización de las milicias.

Los textos que siguen muestran la reacción de Emma Goldman ante el sabotaje de la revolución española. Conociendo bien la naturaleza de la dictadura burocrática impuesta en la URSS, el peligro es claro para ella desde el mismo principio, pero es en su segundo viaje a finales de 1937 cuando, tras asesinatos como los de Andreu Nin y Camillo Berneri, tiene ocasión de visitar las cárceles donde anarquistas y poumistas han sido encerrados con acusaciones ridículas. Hace entonces todo lo que está en su mano para dar a conocer internacionalmente esta situación escandalosa. Su consuelo es que, en su opinión, la lucha se ha saldado con la “victoria moral” de los libertarios, que han visto crecer su prestigio entre los obreros y campesinos, mientras los estalinistas se abrazaban a la burguesía. Manifiesta tener pruebas de que fue la falta de apoyo del PCE y el gobierno Negrín a los anarquistas catalanes lo que precipitó la fulminante caída de Cataluña. Sin embargo, reconoce que el juicio a los dirigentes del POUM le pareció objetivo e imparcial, y mostró con claridad que los comunistas habían fracasado en su intento de trasplantar sus métodos judiciales a España.

Respecto al contexto internacional, Emma Goldman, que conocía los intereses y políticas de los diferentes gobiernos con una profundidad que no es común en el campo anarquista, ve desde el primer momento el carácter suicida de la contemporización de las potencias occidentales con Hitler y se subleva ante la falta de apoyos que tiene la lucha del pueblo español contra el fascismo, sobre todo por parte de los gobiernos británico y francés, a los que define con los más duros epítetos. También critica la tardía, escasa e interesada ayuda de Stalin a los republicanos, clavo ardiendo al que tuvieron que aferrarse. El sectarismo de la izquierda hace que en Gran Bretaña no sólo los laboristas y los sindicatos sino incluso el ILP (trotskista) boicoteen en general los esfuerzos de la revolución española. Después, cuando la guerra concluye, no se cansa de denunciar el maltrato a los que huyen del fascismo por parte de las autoridades francesas. El pacto germano-soviético había sido previsto por ella ya en 1933 y se irrita ante las protestas por el ataque a Polonia y Finlandia de los mismos que contemporizaron con la invasión nazi-fascista de España.

Se repasa luego la postura de Emma Goldman con respecto a la interrelación entre violencia, guerra y revolución. Cuando comienza la guerra civil, ella se muestra partidaria de la lucha contra la sublevación fascista, pero sólo en la medida en que esta va de la mano de un impulso emancipador. Esto la llevó a criticar, como vimos, la implicación de los anarquistas españoles con el gobierno republicano. Años después, con el estallido de la Segunda guerra mundial, planteada como un conflicto entre estados, sin ninguna perspectiva revolucionaria, regresó al mismo antibelicismo que había defendido durante la Primera. Los textos recogidos insisten en estos aspectos. Hay en un momento una reflexión interesante sobre la contradicción entre el anarquismo, que predica la auténtica libertad y fraternidad humanas, y la idea de revolución violenta. Emma Goldman llega a la conclusión de que no tiene sentido hablar de una “revolución anarquista”. Sin embargo, en el caso español, victorioso el pueblo sobre la sublevación y desencadenada la guerra civil, no quedaba más remedio que utilizar la violencia. El objetivo ha de ser, en todo caso, evitar la dictadura y el terror organizado, y esto los anarquistas españoles lo consiguieron, aunque insiste en lo cara que les costó su confianza en la honestidad de sus aliados en la lucha antifascista.

En los textos presentados después, Emma Goldman critica la tradicional sumisión de la mujer al varón en la sociedad española y se relegamiento al hogar y el cuidado de los niños; se avergüenza de que en el movimiento libertario se mantengan estos roles en general y se suma con entusiasmo a las iniciativas de la asociación “Mujeres libres”, que trataba de promover la autonomía de las mujeres. El siguiente capítulo se ocupa de una valoración global de la revolución española. Emma Goldman resalta su percepción de que lo ocurrido aquí supone justamente “la forma correcta” de hacer una revolución, con obreros y campesinos que asumen el control, y usando fórmulas de colectivización y socialización son capaces de emprender por sí mismos una ingente labor constructiva en la que insiste con énfasis. Su derrota muestra la fuerza de todos los que se sumaron para abortar este experimento, pero deja un ejemplo de enorme valor para las generaciones futuras.

El último capítulo recoge reflexiones sobre el anarquismo y la revolución. Emma Goldman subraya la importancia de la labor educativa y la lucha sindical orientada a un objetivo revolucionario, en el que un elemento clave ha de ser la huelga general. Es un tabú para ella “votar a alguien para un cargo político sabiendo, como todos sabemos, que ni el mejor hombre en el poder puede hacer nada por los trabajadores, aunque quiera…”. Se siente descorazonada por la falta de solidaridad con los anarquistas españoles que observa en Europa occidental y América, y por las críticas puristas de los líderes que no son capaces de comprender las limitaciones terribles a que estaban sometidos.

El libro resulta de gran ayuda para comprender la complejidad de la situación revolucionaria originada en España durante la guerra civil. Emma Goldman, que atesoraba la experiencia de una larga vida de activista y había vivido en Rusia en los años decisivos de 1920 y 1921, nos aporta una visión privilegiada para vislumbrar la magnitud del reto planteado. La conclusión final pudiera ser que, a pesar de la importancia del movimiento libertario español y su orientación profundamente democrática, en la que obreros y campesinos eran protagonistas, en aquel momento faltó la masa crítica que hubiera sido necesaria para enfrentarse con éxito a todos los enemigos del proyecto emancipador. La falta de ayuda internacional, además, ponía las cosas especialmente difíciles.

A finales de junio de 1939, cuando le quedaba menos de un año de vida, Emma Goldman celebra en Toronto su setenta cumpleaños. La tragedia española acaba de consumarse, y desde París le llega un cariñoso mensaje de Mariano R. Vázquez, secretario general de la CNT, que le agradece todo el apoyo prestado y la declara “madre espiritual” de la revolución española. Ella consideró esto el tributo más hermoso que había recibido nunca.