Primera versión en Rebelión el 15 de enero de 2014

Una serie de programas radiofónicos de la Radio2 Rai enfrentaron a Luciano Canfora (1942), filólogo y estudioso del mundo clásico y también de otros momentos históricos, con el desencadenamiento de la I Guerra Mundial. Los comentarios allí expresados dieron luego lugar a un libro: 1914, que resume magistralmente la sucesión de acontecimientos y la maraña de alianzas, pactos e intereses que engendraron un conflicto de una importancia fundamental, pues como queda claro en la obra, está en el origen y es causa de la terrible violencia que caracterizó el siglo XX. La versión castellana apareció en 2014 en el catálogo de El viejo topo (trad. de Juan Vivanco).

Se recuerdan primero los precedentes bélicos del estallido de 1914. Las guerras balcánicas, el enfrentamiento ruso-japonés de 1904-1905 e incluso, yendo más lejos, la guerra franco-prusiana, habían tensado ya las relaciones entre algunos de los contendientes de la I Guerra Mundial. Resulta interesante que muchos de estos conflictos sirvieron de detonante para procesos revolucionarios abortados, como la comuna de París o la revolución rusa de 1905. Puede hablarse de una estrecha imbricación de guerra y revolución en aquellos tiempos.

Se nos acerca después a la política forjada por Bismarck: buscando siempre evitar una alianza de Francia con Rusia que resultaría letal para el Imperio alemán, la amistad con Rusia era esencial. Sin embargo, con la desaparición del Canciller de hierro, en manos de Guillermo II el navío toma un rumbo desafiante: hacia el este, hacia el oeste, e incluso en el medio Oriente, con el “ferrocarril de Bagdad”, y África. Al mismo tiempo surge un poderoso enemigo interior: el Partido Socialdemócrata (SPD), que en las elecciones de 1912 cosecha un éxito sin precedentes. De todas formas, se discuten las limitaciones democráticas del Imperio alemán, con una influyente Cámara Alta prusiana de estructura estamental y dominada por terratenientes y altos funcionarios.

Se repasan los antecedentes inmediatos del conflicto: las guerras balcánicas, que propician el acercamiento de Turquía y Bulgaria a los Imperios centrales, el nerviosismo por el reparto colonial de África, exacerbado tras la crisis de Agadir, sin olvidar las incitaciones a la guerra desde el mundo literario (manifiesto futurista de Marinetti por ejemplo), filosófico o académico. El atentado de Sarajevo (28 de junio) muestra, cuando se analiza en detalle, sobre todo una cadena de fallos de seguridad por parte austriaca, y no queda probada una responsabilidad directa del gobierno serbio. Sin embargo, es precisamente sobre esta responsabilidad sobre lo que se pondrá en marcha en seguida la máquina imparable de la guerra.

Viene entonces el ultimátum a Serbia con nueve condiciones de las que la única que no es aceptada es que los austriacos participen en la investigación y detención de los culpables, lo que supondría una violación flagrante de la soberanía serbia. Austria apuesta por la guerra con firmeza, aunque dentro del propio gobierno hay voces que se oponen. Mientras tanto, en ese momento Guillermo II cree suficiente la respuesta serbia y piensa que la guerra no es inminente. Sin embargo, según el riguroso estudio de Fritz Fischer Asalto al poder mundial (1961), había en la elite dirigente alemana una decidida voluntad de guerra que fue lo que desencadenó el conflicto.

Los siguientes movimientos son una movilización parcial del ejército ruso, que es tomada por Austria como una movilización general y le sirve para abrir hostilidades contra Serbia bombardeando Belgrado. Viene entonces la movilización general rusa y la respuesta alemana es declararle la guerra, debido a la alianza que preveía exactamente eso (31 de julio) e inmediatamente después hace lo mismo con Francia (2 de agosto), que se pensaba que intervendría al lado de Rusia. El ataque contra Francia se pospone sin embargo invadiendo injustificablemente a la neutral Bélgica, con una estrategia de “guerra relámpago” que fracasa por la resistencia encarnizada de los heroicos belgas. En el pequeño país estarán empantanados hasta el 15 de noviembre, y poco después, con la firmeza francesa en el Marne, desaparecerá cualquier posibilidad de un triunfo rápido alemán.

Este fracaso provoca además la intervención de Inglaterra, que tiene ya a los alemanes enfrente de sus costas. Otro hecho poco conocido, sin embargo, para explicar esta decisión es la alianza anglo-rusa. Inglaterra y Rusia se precipitan en la guerra tras sellar un pacto en el que Inglaterra se había comprometido a favorecer el acceso de Rusia al Mediterráneo a cambio de su lucha contra Alemania. Para los británicos era necesario cortar de raíz el ascenso de esta nueva potencia. Con esto acabamos de entender la rápida movilización rusa, que coadyuvó al desencadenamiento del conflicto. Como vemos, maquinaciones imperiales son el eje de todo el asunto.

Se describe después el carácter terrorista de la intervención alemana en Bélgica, que resultó contraproducente al ser hábilmente utilizado por la propaganda aliada, y el vergonzoso papel de muchos intelectuales alemanes que firmaron manifiestos defendiendo con argumentos falaces la política agresiva y expansionista de su país. Se recuerdan también las falsificaciones de documentos a las que recurrieron los dos bandos en su “guerra de propagandas” y el fracaso histórico del movimiento socialista, incapaz de articular una oposición efectiva, con un papel especialmente infame para el SPD, que votó masivamente en el Reichstag los créditos de guerra. Las razones por la que hicieron esto se discuten en otro capítulo, y una de ellas fueron sin duda las ventajas materiales que pensaban que aportaría a la clase obrera del país una victoria del Imperio alemán.

Italia era reacia en un principio a sumarse a la lucha, a pesar de sus compromisos con la Triple Alianza, debido sobre todo a los contenciosos territoriales con Austria acerca de la costa adriática. En mayo de 1915 entra en la guerra alineándose con la Entente, merced a un golpe de estado del joven rey Víctor Manuel III en el que jugó un papel importante un líder socialista que hasta aquel momento había predicado un ardiente pacifismo: Benito Mussolini. Se valora muy positivamente al recién elegido papa Benedicto XV, que no ahorró esfuerzos para tratar de detener la que certeramente denominaba “la matanza inútil”. El libro concluye discutiendo la influencia de la guerra en la evolución autoritaria que se produce después en el continente, y el papel que tuvieron la revolución rusa de febrero y las posibilidades de victoria que esta daba a los alemanes para decidir la entrada de los EEUU en el conflicto.

El desencadenamiento de la Gran Guerra es un magnífico ejemplo de aquellos procesos que resultan de la interacción de un buen número de actores cuyos motivos e intereses no son siempre fáciles de visualizar y que están envueltos además en una nutrida maraña de mentiras propagandísticas. La complejidad del asunto es extraordinaria, pero Luciano Canfora se las arregla, con su habilidad al seleccionar los argumentos y los escenarios esenciales y presentarlos de una forma clara y sintética, para que al fin la luz se encienda en nosotros. Y si hubiera que resumirlo todo al máximo, queda de manifiesto que es a la rivalidad entre potencias imperialistas a quien podemos responsabilizar de lo que ocurrió.