Primera versión en Rebelión el 3 de enero de 2024

A principios de los años 70 se elevaba en España un clamor por que el final biológico del dictador supusiera también el del régimen odioso que había instaurado. Parecía viable, y así se entabló una lucha que en los distintos territorios del país tuvo características particulares.  ¡A la huelga!, recién autoeditado por Enric Llopis, contiene una ajustada crónica de cómo se vivió el proceso en el País Valenciano, a través de los testimonios de diez activistas que fueron protagonistas de él. Para cada uno de ellos, el relato se prolonga además hasta el momento presente, a fin de completar el panorama histórico.

El texto con el que Llopis introduce el volumen lleva por título “Voces oprimidas, batallas silenciadas” y le sirve para enfatizar la importancia de las movilizaciones de la clase obrera en aquel tiempo de esperanza, y la feroz contundencia de la represión que sufrieron. Durante aquella “modélica Transición” con la que las oligarquías del país fueron capaces de perpetuar su dominio, no faltaron los que, organizados y perspicaces, denunciaron el engaño. Ellos mismos, años después, conscientes de lo sucedido, siguen tratando de combatir sus funestas consecuencias. En palabras del escritor Alfons Cervera en el prólogo: “Los hombres y las mujeres que salen en este libro rabiosamente hermoso no han hecho otra cosa a lo largo de sus vidas: luchar para que el mundo en que viven –el mundo en que vivimos– no sea una vergüenza.”

Cervera aporta además una semblanza de Enric Llopis (Madrid, 1971), un periodista bien conocido por los lectores de Rebelión y ya con una amplia lista de libros a sus espaldas: Gente Precaria. La rebelión de los frigoríficos vacíos (Alfaqueque, 2015), La batalla de l’Horta. Cinc dècades de resistència silenciada (Sembra Llibres, 2016), Cabanyal Zona Zero. Cròniques de la resistència (Zambra-Baladre, 2018) y Plumas rebeldes. Periodistas contra la corriente (Autoedición, 2019). El denominador común de estos trabajos es el empeño por dar a conocer los movimientos de denuncia y reivindicación que continuamente surgen y se organizan, en múltiples ámbitos, contra la voracidad del sistema económico depredador que nos gobierna.

Diez trayectorias de lucha

El primer protagonista es Antonio Pérez Collado (1953), que tras realizar estudios de formación profesional en su Cuenca natal, con dieciocho años se trasladó a Valencia y comenzó a trabajar en diversos sectores fabriles. En este tiempo mostró ya una aguda sensibilidad contra los excesos patronales, pero su incorporación de lleno a las luchas sociales y laborales se produjo en 1976, cuando ingresó en la factoría Ford de Almussafes. El proceso lo ha descrito en De la ilusión a la indignación. 35 años de Ford en España. ¿Obreros felices y sindicalistas resignados? (L’Eixam, 2012). En 1977 un pujante sindicalismo asambleario logró movilizar a cerca de 100 000 trabajadores valencianos del metal y la construcción, por la defensa de convenios justos. No obstante, la patronal reaccionó con despidos de los elementos más activos, lo que unido a la violencia policial abortó el proceso huelguístico. Los trágicos sucesos de Vitoria el año anterior estaban también en la memoria de todos.

En los años siguientes, las elecciones sindicales fortalecieron a organizaciones menos combativas y a partir de 1982 se convirtió en mayoritaria en Ford UGT, que según Pérez Collado “ha desempeñado un papel importante en la desmovilización, y actuado en connivencia y complicidad con la empresa”. Su opinión sobre lo ocurrido desde entonces la expresó en un artículo en 2016 en el diario Levante-EMV, que lleva por título: “Los 40 años de Ford, una crónica de la precarización de las condiciones laborales”. En él se afirma: “Hoy todo está controlado por el aparato que forman los directivos de la empresa y el dócil sindicalismo que se benefició de la triste derrota de mayo de 1977. Las nuevas generaciones de empleados temporales (…) lo hacen ya con menos derechos y peor salario que los fijos de más antigüedad”.

Pérez Collado se afilió a la CNT en 1977 y desde 1989, ya en CGT, ejerció como secretario general de la sección sindical de ésta en Ford hasta su jubilación en 2022. En una entrevista recogida en el libro, reflexiona sobre sus actividades en estos años y sobre el origen de su militancia anarquista. Resalta la impresión que le produjo en sus comienzos en Ford la dinámica asamblearia y democrática de los libertarios, muy pujantes en aquel momento, opuesta a la más vertical de los partidos marxistas. Recuerda también la labor de la emisora Radio Klara, que emite desde 1982, y la del Ateneo Libertario Al Margen, inaugurado en marzo de 1986, y remarca su opinión de que el sindicalismo debe desarrollar una estrecha imbricación con los movimientos sociales.

La segunda entrevistada es Catalina Socías Picornell (1935), luchadora en el ramo de la limpieza, el cooperativismo y el movimiento vecinal, que a su avanzada edad sigue participando en reivindicaciones sociales. Ella y su hermano Damià, cura obrero, son miembros fundadores de la Associació de Veïns i Veïnes de Natzaret, el barrio de Valencia en el que viven. Esta asociación lleva más de cuatro décadas de animoso activismo asambleario y ha conseguido mejorar las condiciones de vida, extremadamente precarias en un principio, en aspectos clave como la sanidad, los saneamientos o el transporte escolar. Más allá de esto, la entidad se ha comprometido además con movilizaciones del conjunto de la ciudad de Valencia desde los años 70, junto con otras afines que se plantean como objetivo “recuperar el uso y disfrute del espacio público y la ciudad para las personas”.

En su libro autobiográfico Retalls de la meua vida (2020), Catalina rememora su infancia y juventud en el campo mallorquín, y cómo las inquietudes religiosas del ambiente en el que creció dieron paso progresivamente a una sensibilidad social que la llevó a tratar de mejorar las condiciones de vida de la gente. Tras establecerse en Natzaret en 1970, trabajó empaquetando juguetes, en un restaurante y luego en el sector de la limpieza. En este último vivió las movilizaciones que se produjeron en Valencia entre 1975 y 1978. Al ser despedida, Catalina Socías se incorporó en 1979 a POVINET, una cooperativa promovida por las propias trabajadoras que en 1995 agrupaba a cuatrocientas afiliadas. Ampliada en el grupo SERCOVAL, la empresa cumplió en 2019 su 40 aniversario.

El siguiente testimonio recogido es el de Maxi Moro (1955) y Nicol Navas (1942), obreras y sindicalistas del textil en la empresa Little Kiss. La conflictividad social vivió un incremento vertiginoso a mediados de los 70, que agudizó la espiral represiva, y un buen ejemplo de ello es lo que se describe en el caso de esta firma, fabricante de lencería y líder en el sector, radicada en el municipio de L’Eliana. La oposición al régimen de explotación a que estaban sometidas las operarias, con obligación de horas extraordinarias mal remuneradas y otros atropellos, desembocó en movilizaciones y paros entre los que merece destacarse el de sesenta y un días en 1981. En este largo proceso hay que subrayar la toma de conciencia de las trabajadoras y la implicación de la mayoría de ellas en las protestas que se promovieron, aunque el balance tenga también su parte negativa, con esquiroles,  despidos y una desconvocatoria final de la huelga por falta de fuerza.

Mamen Soler (1961)aporta una experiencia de lucha contra el proyecto de la Zona de Actividades Logísticas (ZAL) del Puerto de Valencia, un proyecto ilegal, según varias sentencias judiciales, que se pretende que sea sustituido por un espacio verde que conecte el cauce del río Turia con el Parc Natural de L’Albufera. En una entrevista, Mamen recuerda su infancia y juventud en un área próxima a Valencia, entre huertas y muy cerca del mar, y describe cómo ya antes de la ZAL diversas infraestructuras urbanas invadieron esta zona rural, arruinando la vida de sus gentes: desvío del Turia, subestaciones eléctricas, depuradoras, vías férreas y autovías.

La implicación de Mamen Soler en las luchas por la defensa del territorio comenzó en los años 90 y en 2022 ejercía como secretaria de la Associació de Veïns i Veïnes de La Punta-La Unificadora. Una cronología del proceso muestra la constitución en 1994 de la sociedad estatal Valencia Plataforma Intermodal Logística, en la que participaban todas las administraciones, y la aparición en respuesta de movimientos cívicos y vecinales dispuestos a oponerse a la destrucción del territorio. A Tornallom, un documental de 2005 dirigido por Enric Peris y Miguel Castro, expone el contraste entre un idílico mundo rural y la invasión de las máquinas que derriban viviendas y aplanan campos de labor. Las expropiaciones y deportaciones no cesan, pero las movilizaciones en la calle tampoco, ni la resistencia judicial, que está dando sus frutos.

Sobre las luchas en el sector de la enseñanza nos informa Vicent Maurí (1960), maestro y sindicalista, militante en partidos de izquierdas desde muy joven. Él aporta su testimonio sobre las grandes movilizaciones de finales de los 70 para reivindicar el autogobierno del País Valenciano, combatidas a sangre y fuego por la derecha. Maurí se afilió al Sindicat de Treballadors de l’Ensenyament del PaísValencià (STEPV) y en 1987 accedió a su Secretariado Nacional. De esta época de luchas, recuerda, entre otras, la huelga de 1988 por la homologación retributiva con otros funcionarios, y la de diciembre de ese año, huelga general contra el gobierno de Felipe González. Además de las condiciones laborales del profesorado, el STEPV trabaja por la defensa de la escuela pública como un derecho para el conjunto de la ciudadanía y en la promoción del valenciano.

Ximo Jordán (1944), ebanista jubilado, sindicalista y activista en los yayoflautas, recuerda en una entrevista que entró pronto a trabajar en una fábrica de muebles y en 1962 emigró a París, donde siguió en las mismas labores. Allí vivió el mayo de 1968, como militante del PCE y el PCF. En 1973 regresó a su tierra valenciana y empleado en una gran empresa, se afilió a CC OO. Después lo haría a Intersindical Valenciana y Esquerra Unida del País Valencià.

Jordán aporta su testimonio sobre las movilizaciones de los años 70 en Valencia. La huelga de 1974 en el sector del mueble se saldó con mejoras en el convenio que sirvieron de inspiración para otros sectores. Para Jordán, la clave de estas luchas reside en un buen conocimiento de la situación real de la empresa y los problemas de los trabajadores. Considera un error “ponerse radical desde el primer día”.

Ya jubilado, el veterano sindicalista participa en el movimiento de los yayoflautas, en defensa de las pensiones públicas y el estado de bienestar en España, proyecto ya con éxitos notables en campañas como la de 2012 contra la impunidad financiera en Bankia.

Ventura Montalbán Gámez (1954), otro obrero del mueble y sindicalista de Comisiones Obreras, recuerda su infancia de pobreza y represión en el campo cordobés. Trasladado a Valencia en 1963, con catorce años comienza a trabajar, aunque para ser dado de alta en la seguridad social hubo de esperar hasta la década siguiente, época de luchas en la que ingresa en el PCE y CC OO. En aquel tiempo, todos los militantes hacían un gran esfuerzo por extender en lo posible la crítica del sistema capitalista, y la negociación de los convenios iba asociada a charlas y reparto de publicaciones para desarrollar la conciencia social.

Montalbán rememora sus luchas, ya en los 80, en el sindicato de la Madera de CC OO, que se superponen con las actuaciones más “políticas” de huelgas generales o campañas anti OTAN. A partir de 2000 surgen nuevos problemas en relación con la explotación de los trabajadores inmigrantes, cuyo número crece extraordinariamente. Jubilado desde 2019, Montalbán insiste en la necesidad de una movilización continua, desde el convencimiento de que el capitalismo es irreformable y supone una ambición infinita que pone en riesgo la propia vida humana sobre el planeta.

Gloria Martínez Navarro (1948), nacida en Marruecos, llegó con seis años a Valencia y a los catorce dejó los estudios para trabajar en empresas diversas hasta terminar recalando en Ford, donde permaneció hasta su jubilación. Su sensibilidad social le vino a través de grupos cristianos de base en el barrio obrero de Orriols, al norte de Valencia capital, con movilizaciones para mejorar las precarias condiciones que allí se vivían. Después, tras su incorporación a la factoría de Almussafes en 1976, el mismo año de su inauguración, participó activamente en la lucha sindical. Las dos huelgas de 1977 se saldaron con cincuenta y ocho despidos, y Gloria vivió la frustración y rabia de haber abandonado a sus compañeros. Fue entonces cuando CC OO y UGT coparon la representación. En 1979 siguieron otros catorce despidos de sindicalistas.

Martínez  ejerció la responsabilidad de delegada en el comité de empresa de Ford, pero tras años de intensa implicación, progresivamente fue distanciándose de la actividad sindical. Sólo mucho tiempo después, en las movilizaciones del 15M, sintió renacer el espíritu asambleario y genuinamente democrático que caracterizó el sindicalismo autónomo de los años 70. Como resumen de su experiencia en la multinacional, Gloria resalta la inhumanidad de la cadena de montaje y los ritmos de trabajo agotadores, un aprendizaje, en realidad, para la docilidad social.

El último testimonio es el de Alberto Guerrero Peyrona (1946), jesuita, trabajador manual y sindicalista en Comisiones Obreras, que vio en el sacerdocio un camino para poner su vida al servicio de sus semejantes, sobre todo los más desfavorecidos. Él supo hacer compatibles los estudios de filosofía y teología con trabajos de peón, pero fueron estos últimos los que le enseñaron en qué consiste la explotación capitalista; aprendió después el oficio de tornero.

En los años 60 y 70 los curas obreros fueron protagonistas en muchos conflictos sociales. Alberto Guerrero entró en 1972 a trabajar en una gran empresa valenciana de aisladores de alta tensión y en 1975 fue elegido enlace sindical por CC OO. Participó en la huelga general de noviembre del año siguiente, lo que causó su despido. Las luchas y el proceso judicial se saldaron con la readmisión en aplicación de la ley de Amnistía de 1977. La militancia de Guerrero en CC OO lo llevó a ser elegido delegado en 1978 y en 1983 a convertirse en liberado del sindicato, pero tres años después cambió radicalmente de escenario y viajó a Nicaragua para comprometerse con la Revolución sandinista.

La experiencia como párroco en un distrito rural cercano a la frontera con Honduras sirvió a nuestro jesuita para tomar conciencia del racismo y miseria seculares, y la perversidad del imperialismo norteamericano, verdugo de cualquier intento emancipador. Conoció luego las movilizaciones de los maestros en México en 1989, y entre 1994 y 1996, en Burundi vivió de cerca la impunidad de los militares y la angustia de los campos de refugiados. En 1999 acudió a tratar de auxiliar a las víctimas de la guerra de Kosovo y sufrió los desastres de la ayuda humanitaria mal organizada.

Tras regresar a Valencia, Guerrero realizó diversos trabajos en el Hospital la Fe de esta ciudad, que concilió con el activismo en asociaciones de apoyo a inmigrantes y viajes a Ecuador y Marruecos para colaborar en tareas sociales.

Para que no venza el olvido

El final de la dictadura franquista supuso un momento extraordinario en el que por toda España surgió poderoso un sindicalismo asambleario, realmente transformador, que planteaba un camino de progreso y lucha contra la explotación. La respuesta del sistema no se hizo esperar, en forma de una represión salvaje que se llevó por delante las vidas de muchos obreros y se compaginó con la promoción de un “sindicalismo blando”, dispuesto a doblar la espalda y conformarse con migajas.

Valencia fue uno de los territorios donde estas luchas tuvieron mayor calado y Enric Llopis nos muestra en ¡A la huelga! la realidad del proceso, a través de los testimonios de diez de sus protagonistas. El libro nos sumerge en las vicisitudes de unos años de intensa agitación social, en los que personas con ideologías diferentes, cristianos y marxistas, libertarios y ecologistas, fueron capaces de aunar esfuerzos con metas comunes de progreso en movilizaciones sindicales principalmente, pero también ambientalistas y vecinales. El relato se completa con una descripción del reflujo que siguió a la marea, cuando los grandes objetivos quedaron arrumbados en una claudicación que coincidió con el comienzo de la fase neoliberal del capital, una época de exacerbación de desigualdades, precarización y crisis globales de los intentos emancipadores.

Otro aspecto a destacar en el libro es el empeño puesto en presentar a lo largo de él y de forma minuciosa, todos los trabajos previos, obra de investigadores, historiadores o textos autobiográficos de los propios protagonistas, que sirven para dibujar una imagen lo más completa y fiel posible de las trascendentales luchas de aquellos años.

¡A la huelga! hace retornar a la superficie lo que el poder quiere que se sumerja en el olvido, y nos demuestra que la solidaridad y la movilización son tan posibles como necesarias, y que cuando la conciencia despierta, gentes muy diversas son capaces de unirse para combatir los desmanes del capital.