Primera versión en Rebelión el 7 de octubre de 2020

Felipe Alaiz vino al mundo en Belver de Cinca (Huesca) en 1887 y alistó su vida y su pluma muy joven en las batallas de la trasformación social, como periodista vocacional, escritor comprometido y anarquista militante. Su extensa obra cubre sus dos etapas, la de los sueños revolucionarios en España y, tras la guerra civil, la de los sobresaltos y miserias del exilio francés, prolongada hasta su fallecimiento en 1959 en un hospital parisino. En su faceta de reportero, firmó artículos en el diario El Sol, pero sobre todo en los periódicos y revistas ácratas, en cuya dirección también cooperó. Entre sus trabajos literarios descuellan la novela Quinet (1924), los dos volúmenes de Tipos españoles, que vieron la luz póstumamente en 1962 y 1965, y el ensayo Hacia una Federación de Autonomías Ibéricas, publicado en forma de fascículos entre 1945 y 1947.

Entre las escasas reediciones o libros recientes sobre Felipe Alaiz, cabe destacar el estudio y amplia antología de su paisano Francisco Carrasquer (Júcar 1981), que lo considera el “primer escritor anarquista español”, el opúsculo de Vicente Galindo Fontaura (Asociación Isaac Puente 1990), y la reedición de El arte de escribir sin arte con prólogo de Javier Cercas y epílogo de Juan Bonilla (Berenice 2012). Corazones blindados ha escogido para el pequeño volumen bifronte que acaba de editar en 2019 dos textos emblemáticos suyos: Arte accesible y Vida y muerte de Ramón Acín, a los que ha añadido otros fragmentos menores e interesantes fotografías y documentos de la época.

Arte accesible es en realidad el capítulo 12 de Hacia una Federación de Autonomías Ibéricas, la obra más enjundiosa de Felipe Alaiz, y está dedicado a desgranar su visión del arte. El de Belver se declara a favor de la libertad de creación, que ha de dar buenos frutos si refleja una pasión genuina, pero en contra de la mercantilización y de la crítica al uso, en la que ve sólo una mediación interesada del poder y el dinero. Defiende un impulso universal en los creadores, siempre abierto a la fusión de ideas y refractario a los dogmas nacionales, y contra lo que asemeja muchas veces una religión iniciática, aboga por una producción que impacte a las masas y no rehúya facetas populares, y que sea capaz de modelar la vida para hacer de ella una genuina obra de arte.

Felipe Alaiz critica las religiones, que se disfrazan para engañar incautos, pero advierte la sofisticación de sus métodos: “El arte no es, no debe ser una religión; pero la religión se vale de todas las artes del deslumbramiento.” No ve bien la promiscuidad de los museos y propone reunir el legado de los genios en centros específicos que den a conocer su vida y su obra, así como prestar más interés a los oficios artísticos. Incidiendo en esto, concluye con un homenaje a los tallistas granadinos que prolongan una tradición gloriosa, pero atentos sólo al lenguaje del corazón que crea, y ajenos a dogmas y academias. El volumen incorpora además dos artículos publicados en la prensa confederal, uno de 1936, canto a la pasión bibliófila del obrero en busca del saber que ha de liberarle, y reivindicación de la naturaleza contra el encorsetamiento de los museos al uso; y otro de 1938 con una defensa del creador anónimo contra la obsesión necia de la firma.

Vida y muerte de Ramón Acín es un texto de 1937 en el que Felipe Alaiz recuerda al amigo entrañable que acaba de ser asesinado, y está todo él impregnado de una emoción vibrante y sincera. Nacido en 1888 en Huesca, Ramón Acín, pintor y escultor, desempeñó en la escuela normal de esta ciudad la plaza de profesor de dibujo que consiguió por oposición. Alaiz retrata con amor al adolescente compañero de estudios en una Huesca levítica, el que le enseñó los quebrados y lo libró del infamante suspenso, y su metamorfosis luego en un joven idealista y tozudo, andariego y gran dialéctico, de carácter enérgico y dulce a la vez. En los años 30, Acín da clases y colecciona libros y cerámica en su Huesca natal, pero, fiel a sus convicciones ácratas, dinamiza también la actividad confederal en la región y organiza mítines y conferencias. Esto fue suficiente para que a primeros de agosto de 1936, junto a su compañera Concha, fuera asesinado por los fascistas. Su vida es ejemplo de aquello que decía Felipe Alaiz: “La anarquía no es un régimen, sino que es una conducta en cualquier régimen”.