Primera versión en Rebelión el 14 de octubre de 2021

La historia reciente de Alemania ofrece un buen ejemplo de cómo las ideas más nobles pueden ser distorsionadas con resultados terribles. Para que esto ocurra, sólo es necesario que la mezcla de ingredientes que se agitan en la coctelera mental sea la adecuada. Ecología y nacionalismo, por ejemplo, con pródigas dosis de racismo y darwinismo social revelan un poder destructor que no puede dejar de sorprendernos.

Los pensadores y activistas norteamericanos Janet Biehl (1953), de quien reseñábamos hace poco en Rebelión la monumental biografía que dedicó a su compañero de muchos años Murray Bookchin, y Peter Staudenmaier (1965) nos muestran en Ecofascismo: Lecciones sobre la experiencia alemana, a partir de un trabajo de documentación exhaustivo, cómo la preocupación ecológica y el culto a la naturaleza fueron elementos de gran importancia en la teoría y la praxis del nacionalsocialismo. El análisis resulta aún más alarmante cuando se aportan pruebas de la pervivencia de esta inquietud ambiental en los movimientos autoritarios de hoy mismo en Alemania. El libro, tras dos ediciones inglesas en 1995 y 2011, ha sido publicado en castellano por Virus en 2019 (traducción de Paula Martín Ponz).

El ecologismo hitleriano

La primera parte de la obra, escrita por el segundo de los autores, está dedicada al ambientalismo nacionalsocialista, y comienza por rastrear sus orígenes durante el siglo XIX en E. M. Arndt y su discípulo, W. H. Riehl. Estos pensadores, paladines de un respeto reverencial por la naturaleza y un nacionalismo radical y xenófobo, alcanzaron relevancia social en el movimiento völkisch (popular), opuesto a la industrialización y la modernidad en las que veía una conspiración judía, pero no con argumentos de clase, sino a través de irracionalismo y antiurbanismo. El biólogo darwinista E. Haeckel defiende en esos años la superioridad racial nórdica en la “inevitable” lucha por la existencia y aporta “argumentos científicos” a la ideología de racismo, nacionalismo e imperialismo. Él acuña en 1869 el término “ecología”, que surge de esta forma con unas connotaciones netamente reaccionarias.

Ya en el siglo XX, el movimiento juvenil Wandervögel (pájaros errantes) es un hippismo avant la lettre que no logra articular una teoría ni una respuesta emancipadoras, y acaba sucumbiendo al canto de sirena hitleriano y su rebelión violenta contra los enemigos de la patria y el Volk ultrajados. Es éste un ejemplo magnífico de a dónde conduce el apoliticismo en tiempos turbulentos. En esta deriva son esenciales filósofos como L. Klages, pacifista obsesionado por una destrucción del planeta en la que sólo ve el maléfico resultado de la racionalidad moderna, o M. Heidegger, crítico de la tecnología y el humanismo antropocentrista y adorador de la Heimat (madre patria).

El auge del partido nazi va acompañado de una “religión de la naturaleza”, mezcla de misticismo teutónico e irracionalismo, que al humanismo moderno contrapone el organicismo, un énfasis en la subordinación de unas partes a otras en todo lo vivo. En un contexto de lucha a muerte, esta visión justifica el derecho a imponerse de la raza superior, que sería como la cabeza del organismo, y el impulso se materializa en programas como “Sangre y Tierra”, promovido entre otros por el apóstol de los cultivos orgánicos y la anexión territorial R. W. Darré. Para este personaje, ministro de Agricultura entre 1933 y 1942, la sangre alemana otorgaba un derecho inalienable y sagrado a la tierra contra “razas nómadas” como los judíos. La gran mayoría de los campesinos apoyó entusiasta a quien velaba por sus patrimonios  y vindicaba una gran Alemania agrícola, sostenible y ecológica, que surgiría de la “inevitable” expansión hacia el este en busca de Lebensraum.

Fue esencial también la adhesión a estas tesis de R. Hess, segundo tras H. Göring en la línea de sucesión al Führer, y hay que decir que el máximo responsable de la industrialización intensiva, F. Todt era otro ecologista convencido que veía, por ejemplo, su ingente plan de autopistas, como “una expresión del paisaje circundante y la esencia alemana”. El principal colaborador de éste, A. Seifert, apodado “Sr. Madre Tierra” en el partido, era incluso más radical que él en estos asuntos. No obstante, tras el vuelo de Hess a Gran Bretaña en 1941 y la muerte de Todt más la dimisión de Darré al año siguiente, los opositores a estas políticas, como Goebbels o Bormann, lograron desactivarlas, de forma que en los tres últimos años de guerra no tuvieron relevancia.

 El ecologismo de la ultraderecha alemana hoy

La segunda parte de la obra, debida a Janet Biehl, estudia la situación en Alemania a comienzos de los 90, marcada por una crisis económica galopante y auge de los populistas de derecha que tratan de atajarla con nacionalismo y xenofobia. Dentro de estos grupos, cuyo arsenal ideológico son las viejas teorías descritas anteriormente, es posible distinguir tendencias diversas en su grado de anticapitalismo o en su interpretación de la historia, pero coincidentes todas en el deseo de una Alemania reunificada y sólo para los alemanes, así como en la religión naturalista y la inquietud ambiental.

La antroposofía, fundada en 1912 por R. Steiner, y financiada hasta hoy mismo, generosamente, por corporaciones como Siemens o Bertelsmann, conjuga proyectos educativos y medioambientales interesantes con disparatadas y criminales ideas racistas. En una línea similar, R. Bahro, socialista y verde en sus años mozos y después vehemente crítico de los “camaradas sin patria”, llamaba a recobrar el “lado positivo” del nacionalsocialismo y clamaba por un “Adolf verde” que salvara a Alemania de la catástrofe ambiental. Su invitación a M. Bookchin para una conferencia en 1990 concluyó en una inevitable trifulca en la que el neoyorquino insistió en la capacidad del ser humano para resolver sus problemas sin necesidad de dictaduras salvíficas.

Todos estos movimientos ponen de manifiesto una importante diferencia entre el darwinismo social de los anglosajones, que reivindica al “emprendedor” triunfante en la jungla capitalista, y el de estirpe germánica, fundamentado en la patria y la “raza”.

Lidiar con un pasado incómodo

Un amplio epílogo de Peter Staudenmaier, incorporado en la segunda edición, complementa y matiza algunos de los aspectos desarrollados en la primera y describe la recepción, perfectamente previsible, que ésta tuvo en diversos sectores.

La obra concluye con una discusión sobre las implicaciones de la información presentada para un movimiento ecologista que pretenda ser auténticamente emancipador. En este sentido, tratar de minimizar o abiertamente ignorar la militancia ambientalista de reputados genocidas es una estrategia común, pero que no resulta muy razonable. Los hechos son tercos y no cabe dudar de que la sincera preocupación por los bosques y sus habitantes o el apoyo entusiasta a una agricultura ecológica y sostenible, son compatibles e incluso pueden servir de fermento, en mentes ideológicamente perturbadas, para políticas de nacionalismo xenófobo, racismo e imperialismo.

No obstante, las afinidades y coincidencias, en aspectos concretos, entre proyectos políticos muy diversos o incluso enfrentados no es algo nuevo, y éstas no deberían ser utilizadas con mala intención para atribuir responsabilidades sin fundamento. Como Staudenmaier nos recuerda en un momento: “Si los verdes de nuestros días son culpables de algo, es de la ignorancia histórica mostrada, no de simpatías nazis.” A cualquiera le pueden surgir compañeros de viaje incómodos, y la solución es siempre saber distanciarse de ellos.

Lo que los datos aportados en Ecofascismo: Lecciones sobre la experiencia alemana muestran con claridad meridiana es que la conciencia ecológica necesita complementarse con un impulso humanista sólido y un modelo social explícito para plasmar su potencial emancipador.