Primera versión en Rebelión el 17 de noviembre de 2016

Ernest Mandel (1923-1995) fue un destacado economista e historiador belga, conocido también por su militancia trotskista. La mayor parte de sus obras están dedicadas al estudio de la economía y el pensamiento marxistas y la dinámica del capitalismo tardío, pero en El significado de la Segunda Guerra Mundial realiza una incursión historiográfica para analizar este conflicto desde un punto de vista económico, descubriéndolo como un corolario inevitable de la evolución del capitalismo. A lo largo del texto, los factores que lo condicionan y sus sucesivas etapas y escenarios son diseccionadas con una enorme capacidad de síntesis, desvelando los fundamentos económicos de la estrategia y los movimientos de los contendientes. Publicado por primera vez en 1986 (Verso), el libro apareció en castellano en 1991 en México (Fontamara) y ha sido reeditado recientemente en España (2015, Viento Sur y La oveja Roja) con un prólogo de Enzo Traverso.

Las causas inmediatas de la guerra se hallan en la búsqueda de espacio vital (áreas de acumulación primarias) por parte del III Reich en el este de Europa, que hacía necesario un ataque contra la Unión Soviética, objetivo evidente desde el ascenso de Hitler al poder en 1933. Entre 1935 y 1939, Alemania presiona en el este y logra la anexión de Checoslovaquia y Polonia, pero ello la lleva al escenario indeseado de una guerra con Gran Bretaña y Francia, que se niegan a admitir esas “conquistas”, mientras Stalin, por su parte, sí las daba por buenas. Esto conduce a la invasión de Francia y la batalla de Inglaterra, bifurcación irresuelta tras la cual la invasión de la URSS en septiembre de 1941 marcó el regreso a los objetivos iniciales. La burguesía alemana, sumida en una profunda crisis desde 1918, asumió el reto e incluso cuando las perspectivas de victoria empezaron a esfumarse en 1943 sus objeciones siguieron siendo patéticamente débiles. Se analiza también el papel jugado por el miedo cerval de la burguesía francesa a una posible revolución, que facilitó enormemente la caída de Francia en poder de los nazis.

Mientras tanto, en el Pacífico Japón avanzaba en la conquista de China. Mandel argumenta que el imperialismo americano no podía consentir el progreso del japonés por la misma razón que el británico no podía aceptar la del alemán. En ambos casos la amenaza para el futuro que suponía la expansión del rival era inadmisible y la guerra entre potencias imperialistas inevitable. La delicada coyuntura económica de los Estados Unidos (12 millones de parados en 1938) hacía necesario además un giro hacia el mercado mundial. Respecto a la URSS, la confianza de Stalin en que Hitler no atacaría resultó desastrosa en los meses finales de 1941, aunque la industrialización del país lo colocaba en una situación ventajosa a más largo plazo.

Las fuerzas sociales arrastradas a la contienda van a ella sin ningún entusiasmo, pero en lugares como Yugoslavia o Grecia la resistencia al invasor alemán toma enseguida el carácter de una revolución que destruye los cimientos del orden burgués. Algo parecido ocurre en el norte de Italia a partir de los meses finales de 1943. En China y el sudeste de Asia la resistencia al invasor japonés provoca una movilización de los campesinos que escapa del control de las burguesías locales y marcará el futuro de estas regiones. Procesos similares se ponen en marcha en Argelia, Egipto o Líbano contra el dominio occidental. De esta forma la II guerra mundial yuxtapone conflictos entre imperios y luchas de liberación legítimas que serían en gran parte traicionadas y aplastadas por los vencedores.

Mandel describe después las complejas operaciones de alemanes y japoneses para obtener los recursos naturales necesarios para la guerra. Sin embargo, sus cifras de producción de armamento muestran a las claras, al ser comparadas con las de los aliados, que no podían aspirar a la victoria. En el aspecto estratégico, lo más característico es el regreso a la guerra móvil, con un rol esencial para un ataque inesperado y concluyente, lo que da gran relevancia a las tácticas de engaño del enemigo y a los servicios secretos. En el mar, la capacidad de fuego aéreo es resolutiva y abre la era de los portaaviones. Se analizan en detalle los planteamientos estratégicos de todos los contendientes y una deducción importante es que el objetivo de los aliados no era “aplastar el fascismo”, sino asegurarse la hegemonía a costa de las burguesías alemana y japonesa.

Son objeto de análisis después el papel creciente de automóviles y camiones, reemplazando al ferrocarril, en algunos escenarios de esta guerra, los problemas logísticos enfrentados por los diferentes ejércitos, a excepción del americano, y las hambrunas provocadas en muchos lugares. Como contrapartida se destaca el enriquecimiento de países como Argentina, proveedora de trigo y carne, que sentó las bases para la industrialización posterior. Es este un conflicto al que la ciencia aporta innovaciones que lo influirán decisivamente: radio, radar, sónar y bombas atómicas, que favorecerán sobre todo a los aliados. Puede demostrarse que la máxima eficiencia en la investigación y producción se consigue en marcos de discusión abierta y liderazgo colectivo, pero la habilidad de regímenes dictatoriales para competir exitosamente no invita precisamente al optimismo.

El uso propagandístico de la radio fue general por parte de todos los contendientes, y en el caso de poblaciones ocupadas, la confiscación de receptores fue la forma habitual de impedir el acceso a noticias del otro bando. El antifascismo fue el recurso ideológico fundamental utilizado por las burguesías de los países aliados para velar su propio carácter imperialista, mientras por parte de Stalin, nacionalismo ruso y eslavismo fueron también ingredientes importantes. Japón y Alemania hicieron uso sobre todo del chovinismo nacionalista y el racismo, elemento este último que Mandel enlaza certeramente con una larga tradición de genocidios, por ejemplo en África (esclavismo) o América (conquista). No obstante, en este panorama sombrío la conciencia de clase de los explotados logró prender su llama en diversos lugares y tras la guerra avivó hogueras espectaculares en Yugoslavia o China.

La segunda parte de la obra presenta un esbozo de los “acontecimientos y consecuencias” esenciales del conflicto. Los movimientos iniciales de Hitler, analizados en conjunto, revelan, a pesar de las grandes conquistas que aportan al III Reich, indecisión y retrasos atribuibles en parte a los aliados italianos, que hacen que el invierno sorprenda a su ejército a las puertas de Moscú. Además, la resistencia rusa fue mucho mayor que la prevista y sus reservas fueron subestimadas. En este sentido fue decisivo el papel del ataque japonés a Pearl Harbour, que permitió a Stalin disponer de sus fuerzas del extremo oriente para la lucha en Europa. Tras esta apertura, las alianzas de las potencias emparejan a los que comparten enemigos, aunque debe destacarse el juego cauteloso de Churchill y Roosevelt, que escatimaron su apoyo a la URSS en espera de que los dos contendientes del frente oriental se desangraran mutuamente.

En 1942 y el inicio de 1943 ya hay anticipos de un veredicto final para el conflicto en Stalingrado y Midway, batalla esta última donde Occidente lava la humillación por la fácil conquista de sus zonas de influencia por todo el sudeste de Asia. De este modo, los Estados Unidos pasan a dominar cada vez más en su coalición con los británicos, que se enfrentan en la India a una resistencia provocada en gran parte por sus comportamientos racistas ante el avance japonés. Congelada así la ofensiva, 1943 verá la contundencia del contraataque en el Pacífico, en las estepas de Rusia y en Sicilia, con hitos decisivos en Guadalcanal y Kursk, donde Alemania pierde definitivamente la iniciativa en el frente oriental. Es una guerra de desgaste en la que los aliados llevan las de ganar con su ventaja en recursos, mientras comienza un bombardeo sistemático de las ciudades alemanas que a pesar de las destrucciones originadas no consigue desmoralizar a la población.

1944 es el año del asalto final al III Reich, marcado por un retraso sorprendente en el frente italiano, que resiste hasta abril de 1945. Esta demora, debida sobre todo a la superioridad táctica de Kesselring sobre los mandos aliados, junto con la combatividad desesperada de los alemanes en Arnhem y las Ardenas, en busca de victorias que favorecieran una paz por separado en el frente occidental, terminaron entregando Budapest, Viena y Praga al Ejército Rojo, mucho más vigoroso que lo que Hitler pensaba. Mientras tanto, en el Pacífico, Gran Bretaña, Francia y Holanda tratan de reconstruir sus imperios coloniales a rebufo del empuje norteamericano, que concluye lanzando un serio mensaje a la URSS con sus bombas atómicas. Permitiendo la permanencia del emperador en el poder, Truman apuesta por Japón como un centinela contra el comunismo en esa región del globo.

Concluida la guerra, la división en zonas de influencia reflejará sobre todo las posiciones alcanzadas en el campo de batalla, en un escenario en el que el debilitamiento de las grandes potencias imperialistas verá surgir la hegemonía indiscutible de los Estados Unidos y la URSS. No son desdeñables, sin embargo, las luchas de liberación nacional que se activan por todo el mundo, entrelazadas a veces con la revolución social. La Guerra Fría nace ya con la “doctrina Truman” en marzo de 1946, pero son el plan Marshall y las reformas de 1948 las que le dan su fisonomía definitiva; los países ocupados por la URSS se convierten entonces en estados clientelares, y a partir de 1955 se engloban en una alianza militar, mientras los Estados Unidos se concentran en liderar una expansión sin precedentes de la economía capitalista.

El significado de la Segunda Guerra Mundial aporta una síntesis enormemente valiosa de los mecanismos económicos implicados en el conflicto. La lectura también pone ante nuestros ojos hechos fundamentales que no tienen cabida en el relato oficial, como los procesos de liberación que se superponen a las operaciones bélicas y son aplastadas en muchos casos por los vencedores. La marea de destrucción y barbarie del capitalismo emerge de aquellos años sangrientos con un rostro nuevo, marcado sobre todo por el dominio imperial de los Estados Unidos. Este se apoya en una industria militar de una pujanza desconocida en la historia, que hace valer su poder justo cuando el viejo colonialismo toma la forma de una opresión económica igual de tiránica y fuente continua de conflictos.