Primera versión en Rebelión el 25 de febrero de 2020

Si hay una característica que marca la existencia de Ernst Toller (1893-1939) es que a lo largo de toda ella jamás resistió la tentación de comprometerse con las causas que consideró justas, lo cual es mucho decir, teniendo en cuenta la época que le tocó vivir. Lamentablemente, hoy apenas es conocido en estas tierras por cuya libertad lo entregó todo, pero es cierto que hay gente luchando por deshacer el entuerto, y cada vez son más frecuentes publicaciones y representaciones de su teatro. Además, varias editoriales (la última de ellas, Pepitas de calabaza en 2017) han impreso versiones castellanas de su relato autobiográfico Una juventud en Alemania (1933). Éste es un texto de valor literario e histórico extraordinario, en el que nos describe sus vivencias de joven judío de familia acomodada en un fragmento polaco del imperio alemán, su paso por las trincheras de la Gran Guerra, su participación en la Revolución alemana de 1918-1919, y los años de cárcel a que fue condenado por ella, en los que inició su carrera de dramaturgo.

Tras su liberación en 1924, Toller continúa escribiendo para el teatro y a partir de 1931 desarrolla un enorme interés por la república que, con afanes reformistas, ve nacer en nuestro suelo. Ese mismo año viene aquí por primera vez. En el volumen que acaba de editar Comares (2019), Ana Pérez, profesora de literatura alemana en la Universidad Complutense de Madrid, sintetiza en un estudio preliminar el periplo biográfico de Ernst Toller y nos ofrece después una amplia selección de textos suyos sobre España, espigados, traducidos por primera vez al castellano y anotados por ella misma.  El libro trae una introducción de Dieter Distl, presidente de la Ernst Toller Gesellschaft.

Una biografía apasionante

Ana Pérez profundiza en la dimensión humana de Toller, con sus luces y sombras, en su idealismo, desinterés y trabajo infatigable, pero también en su egocentrismo y su inestabilidad emocional, con episodios depresivos cada vez más frecuentes. Nos acerca además a sus obras teatrales, exploradoras siempre de caminos de libertad y solidaridad contra velos de patrias y mentiras. Durante la República de Weimar, Toller llegó a ser uno de los dramaturgos alemanes más conocidos, y la memoria de su compromiso revolucionario y los años de cárcel que le acarrearon hacían de él, a pesar de no militar en ningún partido, una conciencia viva de los ideales de la izquierda.

Exiliado tras el ascenso al poder de Hitler, cuya amenaza había sido de los más firmes en denunciar, Toller se convierte en la voz de todos los perseguidos por el régimen nazi. En Londres, donde vive con protección policial, contrae matrimonio en 1935 con la actriz Christiane Grautoff, veinticuatro años más joven que él, mientras episodios depresivos ensombrecen su vida. En 1936 viaja a los EEUU para una gira de conferencias, y el año siguiente firma un contrato con la MGM como guionista, que no fructificará. Abandonado por su mujer en julio de 1938, se concentra en una ambiciosa campaña internacional de ayuda al famélico pueblo español. Tras la derrota de la república, arruinado y endeudado, sin saber el destino de sus familiares alemanes, y abismado en una de sus crisis depresivas, Ernst Toller se ahorcó con el cordón de su bata en un hotel de Nueva York.

Artículos de 1932

Toller viaja por España desde octubre de 1931 hasta marzo de 1932, y se detiene sobre todo en Madrid y alrededores, Andalucía y Barcelona. Los textos reunidos, publicados en periódicos y revistas alemanas, recogen sus impresiones de Sevilla y Toledo y de la fría grandeza de El Escorial. Montilla y Jerez son templos de los licores más selectos, pero muestran también la diferencia entre la gestión de un capitalismo patriarcal y otro de mentalidad puramente empresarial. En una corrida de toros, a nuestro viajero le horrorizan los caballos destripados y la tortura del toro, pero hay momentos en que llega a entusiasmarse con la sinfonía de colores y la danza riesgosa y grácil de la lidia.

Hay conversaciones con el expresidente Alcalá Zamora, y Victoria Kent, directora general de Prisiones, que lo autoriza a visitar la cárcel de Sevilla, “sucia cloaca indigna de seres humanos”, más terrible que cualquiera de las muchas que ha visto hasta entonces. A Toller lo atrae más que nada departir con las gentes del pueblo, que relatan su triste vida: miseria y explotación de los marineros de Málaga y los jornaleros de Fuengirola, descritas en su negra realidad. Y voces de los sindicalistas que luchan contra los desmanes del capital con estrategias diversas: Buenaventura Durruti cree llegado el momento de ir a por todas, mientras un relojero de la CNT, ¿Ángel Pestaña?, considera necesario prolongar aún la fase de organización.

El carácter español, que Toller encuentra orgulloso, hospitalario e individualista, le satisface, y este último rasgo explica para él el arraigo del anarquismo en nuestro suelo. Abomina de la marginación de las mujeres, y reflexiona sobre el poder de la Iglesia, que acumula propiedades y oprime conciencias. Ve con entusiasmo el afán de los nuevos gobernantes por construir escuelas, aunque no se le escapa que el oprobio del trabajo infantil es un triste corolario de la miseria y la explotación, y que éstas continúan tras el cambio de régimen: “Lo que una revolución deja sin hacer en los primeros días, ya no puede recuperarlo después”.

Textos de 1938 y 1939

Toller volvió a visitar nuestro país en marzo y abril de 1936, y tras la sublevación, exiliado en los Estados Unidos, sentía la necesidad imperiosa de acudir a arrimar el hombro en la lucha. Así, tras intervenir en París en el III Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura, en julio de 1938 lo tenemos en Barcelona, donde permanecerá siete semanas, intercalando viajes a Madrid y al frente de guerra. Sufre la terrible experiencia de los bombardeos, y contemplando el hambre que se enseñorea concibe un ambicioso plan de recabar ayuda internacional para paliarla. En él se compromete inmediatamente, pero tropieza con intrigas de conveniencia política que son analizadas en detalle en el libro. Lamentablemente, además, sus gestiones por todo el mundo coinciden con la debacle militar de la II República, con lo que al fin lo conseguido sólo pudo ser destinado a los refugiados

Entre los textos de esta época presentados está la intervención de Toller en el congreso de París, alegato por la firmeza frente al fascismo y llamamiento a los intelectuales. Se incluye también una alocución radiofónica al presidente Roosevelt para que lidere un proyecto internacional de ayuda a la población civil española. Encuentro en Barcelona es un hermoso ejemplo de las sorpresas que nos depara el pañuelo que es el mundo y nos ilustra sobre la trascendencia de los gestos nimios. Apuntes para un libro esquematiza la historia del plan contra el hambre en España, enumerando telegráficamente impresiones y gestiones, idas y venidas, apoyos y zancadillas.

Ernst Toller nunca dejó de debatirse entre su impulso de artista y un compromiso activo contra las injusticias que le parecía irrenunciable. Con él aprendemos, sin embargo, que estas dos dimensiones de acción resultan ser al fin una misma. En un momento de su discurso de París, nuestro dramaturgo confiesa que lo que lo guía en su trabajo literario es únicamente la responsabilidad de dar forma al sufrimiento impuesto a los seres humanos, con el fin de tratar de hacer algo por liberarlos de él. Recordar el coraje que Ernst Toller demostró en tantas ocasiones es un grato deber y un estímulo, al igual que lo es leer sus escritos, porque sus luchas son la misma que nos reclama hoy.