Primera versión en Rebelión el 18 de octubre de 2023

Alba Piñol Farré, natural de Manresa, estudió sociología en París y ha trabajado como periodista y administrativa. En la actualidad reside en Canarias, pero vivió largos años en Túnez, que le aportaron un conocimiento privilegiado de la sociedad y la cultura magrebíes. Sus publicaciones literarias son relativamente recientes y comprenden cuatro relatos aparecidos en antologías, Siluetas en el aire (Avant, 2017), colección de narraciones breves, y Mañana será otro día (Dyskolo, 2020), una incursión en el infierno de las mujeres maltratadas.

Esencias del Mediterráneo, recién editada por Dyskolo, es su primera novela, y nos presenta a la joven y rebelde Marta en los meses clave en que conoce en París a Tahar, un muchacho tunecino del que se enamora, y viaja con él a su tierra para comenzar allí una vida juntos. La diferencia de culturas y las historias previas de los dos jóvenes que les salen al encuentro en el largo camino, harán que el sentimiento que les une sea puesto a prueba, al tiempo que desfilan paisajes y gentes de las dos fachadas del Mediterráneo. La novela se construye sobre todo con el relato de Marta, aunque Tahar intercala algunos capítulos.

Europa

La primera parte comienza con la vida en París. Marta y Tahar, estudiantes recién licenciados, ella en sociología y él en economía, ambos comprometidos políticamente, se conocen en enero de 1973 durante una movilización, y el flechazo entre ellos es instantáneo. Marta se debate entre la sombra de un exnovio que quedó en Barcelona y sus planes para el futuro, de completar sus estudios y ser reportera en zonas de conflicto, pero Tahar es cariñoso y persuasivo… El amor de ella es tan intenso como para seguirle cuando regrese a su país, aunque le inquietan las misteriosas cicatrices de las que él se niega a revelar nada.

En sólo cuatro meses contraen matrimonio, y tres veces nada menos, ante las autoridades francesas, en el consulado tunecino y en una iglesia católica, lo que permite a Marta conservar su nacionalidad española y sus apellidos. Son deliciosos los capítulos que narran la impresión de ambas familias al conocer el noviazgo. La sorpresa en Túnez, por el carácter indómito del muchacho, y el alivio, porque ha cumplido ya los treinta, dejan paso a un sincero entusiasmo cuando llega una foto de Marta. En Cataluña hay oposición inicial y luego fría aquiescencia, pero los padres de la novia acuden a París para la boda. 

Unidos por su amor y la voluntad de compartir sus vidas, los recién casados retan al destino, queman sus naves y emprenden viaje. Tras tratos vejatorios en la aduana española, el Mediterráneo, sólo un olor al principio pero pronto un destello de azul infinito, es la caricia de un regreso a casa. En Cañas del Segre, pueblo natal de Marta, las protestas y reticencias de su familia son descorazonadoras, aunque la abuela se encariña con Tahar.

En Barcelona los dos disfrutan de la compañía de los amigos de ella, que enseña a su marido sus rincones favoritos de la ciudad. En el viaje en tren hasta Málaga, los dos se emborrachan de Mediterráneo. Cuando salen de España, el equipaje ha aumentado con tres juegos de sábanas de lino, primorosamente bordadas por la madre de Marta, y una máquina de fotos, regalo de los amigos barceloneses.

África

En Melilla, Marta percibe ecos de Málaga, pero pisar por vez primera el inmenso continente la entusiasma y zocos y mercados le aportan impresiones de otro mundo. Atraviesan el Rif en un destartalado y abarrotado autobús, en compañía de Constança y Salah, una pareja de amigos parisinos, en realidad ella portuguesa y él argelino, también recién casados, que viajan al país de él por un asunto familiar grave. El primer día de camino les depara un angustioso control de la Guardia Nacional en busca de armas de contrabando, pero para Marta la inquietud llega sobre todo al ver cambiado a Tahar, extrañamente apasionado con Constança. Tras una noche sin amor y sin sueño, ella siente que un muro ha crecido entre los dos. Un texto intercalado de Tahar confirma lo que el lector barruntaba. Él y Constança tuvieron una relación intensa que concluyó abruptamente.

Tras ocho horas de papeleo en la frontera, en Orán las parejas se separan. A Marta y Tahar les quedan cuatro días en tren para llegar a Teburba, el pueblo de él, en el norte de Túnez, jornadas plenas de sorpresas: la huella hispana en Orán, el carácter de los habitantes del país, algo duro, como de gentes que “miran la vida de cara”, y no “la sobrellevan”, como sus vecinos marroquíes. Presencian una operación policial contra una red de trata de blancas, y una indisposición de Marta por el calor es tratada sabiamente por una pasajera empapándole el pelo con agua de menta. La de esta tierra es una vida insólita en la que el reloj es un adorno que no mide el tiempo; lo hacen el giro del sol y las llamadas del muecín. Marta pregunta a Tahar por su comportamiento con Constança, pero él se resiste a responder. Sin embargo, en un texto que él intercala, expresa su profundo amor por su esposa y su despreció a Constança, con quien sólo vivió una enajenación.

La tercera y última parte del libro recoge las impresiones de Marta con su nueva familia. La alegría exagerada, casi loca, del recibimiento que les deparan, termina provocando en ella inquietud cuando su marido se va con sus amigos y la deja sola en un ambiente demasiado extraño. Que hombres y mujeres coman en mesas separadas, con ellas atentas a las necesidades de ellos, no le parece bien, pero piensa que no difiere mucho de lo que se estila en España. Su sobrina Hayet se convierte en su traductora, amiga y consuelo ante las dudas y temores.

La nueva vida crea rutinas. Marta ayuda en las faenas domésticas a Salja, la madre de Tahar, que le recuerda a su abuela; así va aprendiendo el dialecto tunecino. Tras la cena, juega a las cartas con los hombres. Lleva mal, sin embargo, que luego él desaparezca con sus amigos hasta la madrugada. Un día tiene un ataque de claustrofobia y decide salir a dar un paseo, lo que provoca cierto revuelo. Al fin consigue hacerlo, acompañada de sus sobrinos adolescentes. Las mujeres de su familia, cariñosas y comprensivas, son su refugio y entre ellas es feliz, aceptada como una más.

Tras el fallecimiento de una joven prima suya, que abate a toda la familia, Tahar se siente estúpido y culpable por lo abandonada que tiene a su mujer, y al fin opta por cambiar de vida. Se sincera además con ella y le revela el significado de las cicatrices que surcan su cuerpo y el papel de Constança en su pasado, con lo que Marta comprende lo absurdo de sus celos. La obra concluye con la nueva vida de la pareja, que se establece en la capital del país y busca trabajo al tiempo que disfruta de turismo por los alrededores. Los fines de semana son para regresar al hogar familiar y a la compañía de los suyos.

Un viaje para construir el futuro

En el comienzo del libro nos asombra la magnitud de la apuesta de la protagonista, y la empatía que nos produce su entusiasmo es una clave del éxito de la narración. Así, cuando surgen dificultades y dudas, el lector queda atrapado en la trama. Aunque Marta va de la mano del guía más sabio e influyente, que gobierna todo desde el corazón, los secretos de Tahar siembran desconcierto y el reto de otra cultura y costumbres muy diferentes no ayuda precisamente a calmar los ánimos. No obstante, al fin nuevas sonrisas iluminan el ajetreo de los días y ella comprende que el viaje ha merecido la pena.

Otro atractivo de la obra son los ambientes tan diversos retratados, todos ellos sugestivos y trazados con mano maestra. La vida parisina de los estudiantes extranjeros, sus fiestas e inquietudes, al igual que la boda y las complicaciones que acarrea, se perciben nítidamente reales y ello nos identifica también con la historia. Las dos mitades del viaje, entre la reglamentada Europa y los barullos e imprevistos de África, parecen irreconciliables hasta que el Mediterráneo funde todo con su luz mística y comprendemos que la odisea, regida por el amor, que siempre acierta, no va a fracasar. En el continente al que éste la ha conducido y que acaba de pisar por vez primera, Marta encontrará el calor de una nueva familia, aunque para ello tenga que aprender un idioma y muchas otras cosas.

La historia de 1973 que se nos cuenta en Esencias del Mediterráneo va a ser leída en estos tiempos convulsos que vivimos, y al hilo de ello pienso que ofrece también una reflexión valiosa. Éste es un momento en que se agudizan los conflictos globales, y la islamofobia y la xenofobia crecen desbocadas en Europa. El mundo privilegiado del norte cierra sus fronteras y crea una imagen del otro a la medida de su miedo y su odio. Se niega la historia, se dulcifica el horror del colonialismo y se impone un relato basado en mentiras. Yo me atrevo a ver en el idilio entre Marta y Tahar, que cruza tantas fronteras y rompe tantas convenciones, la posibilidad real de un encuentro entre los dos mundos que hoy quieren enfrentados, un encuentro armonioso que puede mejorar a las dos partes.

Somos tan torpes que este grande y hermoso mar, cuajado de islas, que nos une, hemos conseguido que nos separe. Existe un proyecto, tibio y descarriado, de unión europea, pero a nadie se le ocurre expresar lo más sensato que podemos imaginar, que sería una unión política, democrática y confederal, entre las dos riberas de nuestro mar. Las guerras púnicas decidieron el triunfo del latín en el entorno del Mediterráneo, pero la revancha semítica no tardó en la orilla sur, con lo que al fin quedaron dos mundos inconexos. Hoy además la dinámica perversa del capital apuesta por fronteras infranqueables entre el núcleo y la periferia. La realidad es terrible y es tiempo de darnos cuenta de que es necesario reaccionar.

Esencias del Mediterráneo con su viaje iniciático y su fusión de mundos es un buen argumento para comprender la clave humana del asunto.