Primera versión en Rebelión el 8 de septiembre de 2020

Medio siglo de distancia da ya para entender lo que significó aquello. La rebeldía, juvenil e idealista, pedía grandes transformaciones, argumentó y gritó, pero se enfrentaba a algo demasiado sólido. El relativo bienestar de la clase media al final de los “treinta gloriosos” jugaba en contra, y mirar la utopía cristalizada al otro lado del muro tampoco ayudaba, precisamente. El balance de fuerzas era desastroso, y la fiebre quijotesca, sin alternativas viables, tuvo que conformarse con cambios cosméticos, distensión en las formas y un sucedáneo de revolución sexual. Los mejores lo entregaron todo en aquel estallido y vivieron luego más que nada para lamer sus heridas, pero muchos otros, tras despertar del sueño, renegaron de él y se aprestaron a escalar la pirámide social. Pronto vimos en las alturas rostros que se dieron a conocer en las barricadas: “Ya somos todo aquello contra lo que luchábamos a los veinte años”.

Pero a pesar de todo, lo cierto es que aquellos días de mayo la razón alumbró relaciones distintas en la universidad y la fábrica, y un mundo nuevo comenzó a asomar por las resquebrajaduras del viejo. ¿Cómo fue la experiencia de los que estuvieron allí? Ana Muiña y Agustín Villalba han tratado de responder con Esplendor en la noche (La linterna sorda, 2017), sumando testimonios y recogiendo documentos y fotos sobre el movimiento. Ellos mismos introducen el libro con un glosario que sintetiza las claves: el arrebato de imaginación y creación, anónima y al servicio del pueblo, los “Comités de acción”, la huelga general y las ocupaciones para organizar la autogestión, sin olvidar la violencia desencadenada ni las tensiones con la CGT y el PCF. Los jóvenes llevaban la voz cantante, pero había también veteranos como Cipriano Mera, que en su francés macarrónico trataba de enseñar a los novatos a construir barricadas.

Tomás Ibáñez (1944), exiliado por entonces en París, nos acerca a hechos en los que participó, como la manifestación del primero de mayo y las tumultuosas protestas estudiantiles de los días siguientes, recibidas con escepticismo en la sede de la CNT el día 10. A partir del martes 14 se multiplican las ocupaciones de fábricas, aunque la CGT controla y entorpece el proceso. El sábado 18 Francia está prácticamente paralizada y la noche del viernes 24 la violencia es extrema, pero por entonces cambian las tornas y el 30 de mayo una marea humana apoya a De Gaulle en los Campos Elíseos. Hay bolsas de resistencia obrera aún, pero son sofocadas en poco tiempo. El 10 de junio, Tomás es expulsado de París. En otro breve texto intenta explicar el estallido: cuando el antagonismo de las reivindicaciones genera un vacío de poder es la hora de la creatividad, y en ese sentido, mayo fue un ensayo continuo de gestión desjerarquizada y espacios liberados, un derroche de voluntad y vértigo emancipadores que, arruinado, dejó una estela de suicidios en los meses siguientes. Hubo que esperar a 2011 para que el espíritu de la revuelta antiautoritaria renaciera en el movimiento 15M.

Ariane Gransac (1942) y Octavio Alberola (1928) defienden en su texto la actualidad de mayo del 68 al pervivir las opresiones que lo engendraron, y plantean el enigma de una revolución desencadenada, no por la escasez, sino por la ausencia de libertad en la “abundancia” capitalista. Analizan después el papel jugado por los jóvenes ácratas españoles, espoleados por su compromiso antifranquista y desencantados por igual del sistema que amenazaba engullirlos y las estrategias fosilizadas de las organizaciones sedicentemente revolucionarias. Ariane y Octavio fueron detenidos en febrero de 1968 en Bélgica, pero ella fue excarcelada a tiempo para vivir las luchas y esperanzas del mayo parisino. Ariane reflexiona en otro texto sobre la liberación de las mujeres en el contexto de aquellas movilizaciones, y denuncia el error común de tratar de igualar su poder al del hombre, con lo que se ignora la dimensión auténtica de la emancipación de unos y otras.

Claire Auzias (1951) era en mayo del 68 una estudiante de secundaria en Lyon comprometida con el movimiento anarquista. El día 3 va a su primera manifestación y a partir de entonces se sumerge en la hiperactividad de la huelga, los debates, las asambleas… Recuerda la alegría de los anarcos, “vestida de teoría muy liviana”, frente a la rigidez de trotskistas y maoístas, y sobre todo la mezcla de “cansancio y luminosidad”  del ambiente. Claire vivía la revolución como un proyecto que desbordaba carnés y siglas, todo juego y barahúnda, hasta que el día 24 su hermano mayor y un compañero la sacaron manu militari de una barricada. Para los más jóvenes, aquellos días supusieron un despertar adornado con retazos y ecos de los ensueños más hermosos de la historia.

Lola Iturbe (1902-1990), militante y periodista libertaria, cofundadora de Mujeres Libres, vivía por entonces exiliada en Francia junto a su compañero Juan Manuel Molina, “Juanel”, y contribuye al volumen con un texto que comienza relatándonos un paseo por el Barrio Latino el día 11, tras una noche de disturbios, entre efervescencia juvenil, carteles revolucionarios y retratos de Mao. Reconoce el idealismo y el coraje que se derrochó allí, pero sus recuerdos de julio de 1936 en Barcelona le permiten aquilatar la diferencia entre una revolución y su simulacro. En 1968, jóvenes de todo el mundo se rebelaron contra el autoritarismo que constreñía sus vidas y París se convirtió en su emblema. Con ello, los poderosos temblaron por un momento, pero el impulso se agotó rápido porque no estaba bien enraizado en el cuerpo social.

Miquel Amorós (1949) reivindica la aportación de la Internacional Situacionista al movimiento de mayo. Ésta se había dado a conocer en los años anteriores con un proyecto mestizo de vanguardia artística y organización revolucionaria, y había planteado una crítica demoledora del mundo universitario y sus miserias, que hacía extensiva a la enajenación consumista de la clase obrera en la que denominaba “sociedad del espectáculo”. Cuando la Sorbona es liberada y proliferan huelgas por todo el país, son los situacionistas los más combativos a la hora de llamar el día 16 desde el Consejo de Ocupación de la Sorbona a “la ocupación inmediata de todas las fábricas de Francia y a la formación de consejos obreros”; sin embargo, estalinistas y trotskistas se unen al punto contra esto. Marginados con artimañas, pero conscientes de la trascendencia del momento, los partidarios de profundizar en la convergencia con la autogestión proletaria ocupan entonces el Instituto Pedagógico Nacional de la calle Ulm y tratan de seguir la lucha desde allí mientras las huelgas se apagan progresivamente. El comienzo del fin llega el día 26, cuando CGT, patronal y gobierno firman los acuerdos de Grenelle que preludian el regreso a la normalidad, y en unas semanas el sueño liberador se estrella contra la alienación de la sociedad de la abundancia y la división de la clase obrera tras medio siglo de derrotas.

Resplandor en la noche recoge análisis y testimonios sobre la penúltima revolución francesa, las convulsiones de un mes de mayo de hace medio siglo en que París se convirtió en icono de la resistencia contra el monstruo capitalista. Sus páginas nos acercan a los argumentos de unaefervescencia emancipadora que supo organizarse y nos legó lecciones imborrables, pero a través de ellas conocemos también sus limitaciones, divisiones y contradicciones, que abocaron a un fracaso inevitable. La edición de La linterna sorda rebosa además de fotografías y documentos, testigos perdurables del fulgor de aquellos días insólitos.