Primera versión en Rebelión el 22 de marzo de 2021

Simon Leys fue el pseudónimo escogido por el sinólogo belga Pierre Ryckmans (1935-2014), para firmar sus ensayos sobre la situación en China durante la Revolución Cultural, recopilados en tres volúmenes: El traje nuevo del presidente Mao (1971), Sombras chinescas (1974) e Imágenes rotas (1976). La mala recepción de sus críticas por una amplia parte de la intelectualidad francesa del momento truncó su carrera académica en Francia, y le obligó a desarrollarla en el extranjero, concretamente en Australia, donde profesó en diversas universidades. Simón Leys es autor también de ensayos sobre la cultura china y obras narrativas. Ediciones El Salmón acaba de editar Imágenes rotas (trad. de Jesús García), volumen que aporta a los dos anteriores de la trilogía las confidencias recogidas en un viaje a Hong Kong, junto a algunas reflexiones y observaciones. La edición viene enriquecida con abundantes notas a pie de página que facilitan enormemente la lectura.

Testimonios

La primera parte del libro reúne revelaciones de ciudadanos de la República Popular llegados, con visado o sin él, a Hong Kong. De ellas emerge la imagen de un país en el que la vieja estructura feudal ha sido sustituida por otra, con los miembros del partido reemplazando la antigua casta de mandarines y terratenientes. Ellos alumbran el pensamiento de las masas, relegadas a un papel pasivo y a corear las consignas que vienen de arriba, aunque el autor reconozca al nuevo régimen el mérito de haber asegurado a todos la subsistencia y el alojamiento, de una forma que no consiguió el anterior. La represión de cualquier disidencia, real o imaginada, es feroz, así como la discriminación de los elementos con antepasados burgueses, de la que se dan numerosos ejemplos. Las evocaciones de escenas de hostigamiento y ridiculización de personajes “contra-revolucionarios” y quemas de libros durante la Revolución Cultural resultan estremecedoras. En los últimos años, de todas formas, se observa en el país una relajación del régimen, con el eclipse de los incorruptibles y sus afanes de “salvar a la humanidad destruyendo a los seres humanos”.

Simon Leys, un católico fervoroso él mismo, se muestra escandalizado por las opiniones sumamente favorables vertidas sobre la China de Mao por parte de clérigos escritores, viajeros por el país, y reflexiona sobre la incapacidad de algunos para ver lo que tienen delante de las narices. También señala a qué obedece, según él, el silencio aquiescente de los intelectuales chinos establecidos en el extranjero tras la revolución y que ahora regresan de visita a su tierra. Argumenta que para ellos la mejora en muchos aspectos de la vida china es evidente, y se complacen en observar que el país no es ya el caos y desastre en que lo sumió el colonialismo y ha encontrado su propio camino. Además, con parientes en él, las críticas podrían dar lugar a efectos indeseables.

El espíritu de la China de Mao

Los ensayos recogidos en el libro ofrecen estampas insólitas del país a comienzos de los años 70. No es fácil entender, por ejemplo, que los museos permanezcan cerrados durante la Revolución Cultural, con el desprecio que ello supone de un glorioso pasado milenario, pleno de luces y sombras. Indagando en la situación política, se describe en otro texto la confrontación entre el grupo de  Zhu Enlai, que esencialmente dominaba el partido y el ejército, con la facción radical maoísta de la señora Mao y sus colaboradores, embarcada en una espiral delirante de provocación, con ataques a Confucio, a la música clásica occidental o a la importación de tecnología. Afortunadamente, Zhu logró capear el temporal, y tras su fallecimiento en 1976, en enero, seguido por el de Mao, en septiembre, pudo abrirse camino la política de modernización de China, que terminó ejecutando Deng Xiaoping.

En el obituario que dedica a Mao Zedong, el autor destaca como rasgos dominantes de éste su adicción al poder y su carácter pragmático y acomodaticio. Él era en realidad un artista frustrado, obsesionado por ejercer por cualquier medio, incluido el terror, como sacerdote supremo de su visión y su férrea voluntad contra intelectuales, expertos, o el mismísimo Confucio. Su labor constructiva se esclerotizó en sus últimos veinte años en una cadena de despropósitos que torturaron la vida del país. Para Leys es evidente el contraste entre la fuerte personalidad, compleja y contradictoria de Mao, y la grisura de Chiang Kai-shek, su gran adversario. Otro obituario, dedicado a éste tras su fallecimiento en 1975, nos lo describe brutal, ambicioso e intrigante. Así fue capaz de escalar al poder del movimiento nacionalista chino (Kuomintang) y liderar después la lucha por la independencia contra los japoneses (1937-1945), contando con la colaboración de los comunistas. Derrotado por éstos en 1949, se refugió en Taiwán, donde gobernó como dictador.

La obra incorpora también un ensayo sobre la genial novela Ah Q de Lu Xun, compendió de sabiduría sobre el ser humano, y concluye con un par de “Mundanidades parisinas”, artículos en los que Leys fustiga inmisericorde a cerebros de la rive gauche, como Roland Barthes o Michelle Loi, opinadores sobre China pertrechados sólo de prejuicios ideológicos, ignorancia y ceguera. En estas páginas, Leys se muestra correoso en el cuerpo a cuerpo con los que respondieron de mala manera a sus bien fundadas críticas el régimen de Mao, y lo explica todo con aquella frase de George Orwell: “Hay que formar parte de la intelligentsia para escribir semejantes tonterías, ningún hombre corriente podría ser tan estúpido”.

Simon Leys terminó en Australia por plantar cara a la estolidez que infectaba la academia francesa en los años 70. Imágenes rotas nos permite reírnos un poco de aquellos dislates hasta que nos da por pensar cuánto de ellos sobrevive en el momento presente. Fue Georges Bernanos el que dijo: “¿Os molesta oírme hablar tanto tiempo de los imbéciles? Pues bien, más me cuesta a mí hablar de ellos.”