Primera versión en Rebelión el 28 de marzo de 2017

La gran transformación, obra capital del economista húngaro Karl Polanyi (1886-1964), fue escrita en los años finales de la II guerra mundial como un intento de rastrear las causas de lo que él percibía como el fin de una civilización. Su conclusión es que el auge de los totalitarismos que se producía en aquel momento tenía su origen en las propias contradicciones del capitalismo. El libro desmonta desde una perspectiva antropológica las falacias de los viejos gurús del liberalismo, y el rigor de su análisis explica que la obra conserve plenamente su vigencia en un tiempo en que variantes remozadas de esa teoría toman el relevo. Es de agradecer, por ello, la aparición de una nueva edición castellana (Virus, 2016, trad. de Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría), que contribuirá a mostrar el despropósito de una doctrina económica que convierte al cosmos y todos sus seres en mercancías.

El predominio absoluto del mercado que se instaura en el siglo XIX no tiene antecedentes en la historia. La antropología indica más bien que reciprocidad y redistribución son los conceptos esenciales en culturas de muy diverso grado de complejidad, y que el ser humano actúa para garantizar su estatus, sus derechos y conquistas sociales, más que por el afán de poseer bienes materiales, de forma que es el principio de uso el que domina y no el de beneficio. Ya Aristóteles advertía de los peligros de una producción centrada en el lucro como algo no natural al hombre y que no ponía límites a su codicia.

Polanyi describe cómo el mercado surge en los orígenes de la actividad económica como marco que hace posible el trueque. Su expansión y universalización es progresiva, y en la Europa que sale del feudalismo tiene un hito importante cuando en los siglos XV y XVI la intervención del estado quebranta el proteccionismo de las ciudades para imponer el sistema mercantil y su reglamentación a escala nacional de la vida económica. No obstante, hay que esperar al siglo XIX para que el mercado autorregulado pase a dominar ésta con sus tres pilares básicos: la economía de mercado, el librecambismo y el patrón oro.

Todo se convierte en mercancía en ese momento, incluida la tierra y la fuerza del trabajo, que hasta entonces habían tenido estatus y leyes propias, y el móvil de la ganancia deviene en fundamento de la existencia humana. Polanyi describe en detalle el desarrollo de este proceso en la Inglaterra de finales del XVIII y comienzos del XIX, y sus efectos desastrosos sobre las condiciones de vida de las masas populares. La miseria y degradación que se originan entonces minan las bases mismas de la sociedad, y son comparables a las que asuelan otras regiones del mundo en aquellos tiempos con la expansión colonial.

Pero la sociedad genera procesos de resistencia contra la nueva tiranía instaurada. En Inglaterra Robert Owen predica la formación de cooperativas y el apoyo mutuo como bases de una organización social diferente, y los cartistas se empeñan en una valiente lucha por el sufragio universal. Por todo el mundo occidental, el sindicalismo demanda una mejora de las condiciones laborales, al tiempo que las naciones crean bancos centrales para mitigar las tensiones de la economía y recurren a medidas proteccionistas sobre tierra (aranceles), trabajo (legislación social) y dinero (política monetaria).

En 1914, la competencia entre potencias imperialistas degeneró en un conflicto armado que produjo como consecuencia la revolución rusa. A partir de entonces, las crisis de la economía tomaron un sesgo distinto, pues el socialismo se convirtió a los ojos de la burguesía en una amenaza demasiado seria para su rol dominante, basado en la propiedad. El fascismo fue la violenta forma de conjurar este peligro, y un análisis detallado demuestra que la complejidad de las variantes que éste asumió sólo puede explicarse con una razón de gran calado como la que se propone. Se trataba de salvar la economía usando una receta política extrema.

Karl Polanyi aporta en La gran transformación argumentos antropológicos que desmontan las falacias del pensamiento único y dejan meridianamente claro que la labor destructiva del capitalismo actúa contra nuestra propia naturaleza y puede, por tanto, ser revertida. Nos pone con ello, sin demora posible, ante el reto de diseñar y construir otro mundo en el que el ser humano no sea tratado como una mercancía y pueda hacer realidad el anhelo de justicia y libertad que está escrito en sus genes.