Primera versión en Rebelión el 14 de febrero de 2018

Poeta esencial en la segunda generación del romanticismo inglés, Percy B. Shelley siguió la estela de William Godwin y su Investigación acerca de la justicia social (1783), empeñándose en una crítica demoledora de instituciones de su tiempo y el nuestro como religión, monarquía o matrimonio. Fustigador, además, de las desigualdades sociales, defendió el papel de los intelectuales, a través de la persuasión y el ejemplo, a fin de promover las trasformaciones necesarias. El perfeccionamiento del ser humano se produciría así mediante la expansión de ideas liberadoras y la destrucción de las instituciones opresoras por métodos no violentos, cuyas limitaciones de todos modos comprendía. Este impulso rebelde se materializa en numerosos “escritos de combate”, que Julio Monteverde ha tenido el acierto de reunir en un volumen (Pepitas de calabaza, 2015). Poco conocidos, muchos de estos textos se editan aquí por primera vez en castellano.

Percy B. Shelley viene al mundo en una familia aristocrática de Susex en 1792, e inicia su carrera literaria muy joven con algunos escarceos con la novela gótica que ya manifiestan su ideario. En 1811, estudiante en Oxford, publica anónimamente La necesidad del ateísmo, escrito a medias con su amigo Thomas Hogg. Esta obra, cuyos ejemplares fueron quemados, le valió el honor de ser expulsado de la docta sede. En ella se refuta con argumentos filosóficos la existencia de un dios dotado de voluntad antropomorfa, aunque admitiendo la de un espíritu no escindido del ser y vinculado a la unidad esencial de este. El rechazo familiar de sus ideas le hizo renunciar a su título y llevar una vida errante marcada por inestables relaciones amorosas, crisis nerviosas, pasión por la poesía y esfuerzos impotentes por la trasformación social.

Tras su expulsión de Oxford, Shelley con diecinueve años y recién casado con su novia, Harriet Westbrook, de dieciséis, con la que se ha fugado, acude a Irlanda y luego a Gales, lugares donde se implica en un fervoroso activismo político hasta que se produce un atentado contra su vida en febrero de 1813. Quince meses después, conoce a Mary, hija de su maestro Godwin, y enamorado de ella, decide abandonar a Harriet, embarazada, que se suicidará arrojándose al Támesis unos meses más tarde. A partir de entonces, acompañado de Mary y la hermanastra de esta, Claire Clairemont, Shelley recorre Francia, Suiza, e Italia, y compone poemas marcados por un aliento utópico y textos en prosa destinados sobre todo a expresar sus ideas de reforma social. El 8 de julio de 1822, a punto de cumplir treinta años, fallece en el naufragio de su barco, el Ariel, durante una tormenta. Su cuerpo apareció diez días después y fue incinerado en la playa.

Aparte de La necesidad del ateísmo, el volumen recoge una vibrante defensa en verso del tiranicidio, escrita en sus meses en Oxford, junto a proclamas que pegó en las calles de Dublín incitando al levantamiento contra la dominación inglesa. En una nota a su poema Queen Mab ataca el matrimonio y defiende una unión libre, que no ha de implicar, según él, necesariamente promiscuidad, y en otra ensalza la dieta vegetariana que él mismo adoptó a partir de 1812, como más saludable y ética, al tiempo que reprueba el consumo de alcohol. Los asesinos es un relato inconcluso en el que describe una comunidad ideal de mujeres y hombres justos que habitan un valle de los Alpes, y el conflicto inevitable cuando entran en contacto con la civilización. Encontramos también una crítica de la tortura y la pena de muerte, y unos versos que celebran la caída de Bonaparte, el tirano, en Waterloo, aunque sin pararse a pensar lo que allí se imponía. En Ozymandias, uno de los más bellos poemas del romanticismo inglés, las ruinas de un coloso en un desierto egipcio revelan la locura del poder insaciable y despótico.

Shelley reacciona a la sangrienta represión de protestas obreras en Inglaterra con airados textos en prosa y poemas como La máscara de la anarquía, canto a la dignidad pisoteada y llamamiento a la resistencia no violenta: “Vosotros sois muchos, ellos pocos.” Compone también canciones de aliento popular que se convertirán en himnos del movimiento obrero británico: “¿Para qué alimentar, vestir y cuidar/ desde la cuna a la tumba/  a esos parásitos desagradecidos/ que drenan vuestro sudor y beben vuestra sangre?” Los levantamientos revolucionarios de 1820 en España, Italia y Grecia dan lugar a poemas llenos de esperanza como la conocida Oda a la libertad. El último texto incluido es Defensa de la poesía, donde considera al poeta un legislador y profeta que con su trabajo, ignorado por su época, marca el progreso humano hacia la libertad: “La poesía es un espejo que hace bello aquello que ha sido distorsionado.”

Recordar la vida de Percy B. Shelley nos sume en las contradicciones de un hombre que no pueden dejar de ser las de su tiempo, ni tampoco las del régimen económico que por entonces se imponía. Un joven noble inglés, rechazado por su clan y peregrino por Europa, rebelde y neurótico, sueña con cambiar el mundo con sus poemas. Su religión es una idealización del amor que lo lleva a la defensa de la unión libre, pero la triste realidad es una libido que provoca relaciones inestables y frustrantes. Su desequilibrio emocional y el panorama denigrante que contempla son sólo aliviados por la magia sonora de unos versos que expresan la pasión más profunda de su espíritu. Su música sigue aportándonos hoy rayos de luz para atisbar a través del capitalismo deshumanizador que él veía nacer y nosotros vivimos en su tecnológica y sofisticada agonía.