Primera versión en Rebelión el 8 de abril de 2020

La obra del norteamericano Murray Bookchin (1921-2006) se apoya en un examen de las estructuras de poder y las revoluciones del pasado, y representa probablemente el intento teórico más consistente de buscar el encaje del anarquismo en la lucha contra el capitalismo de hoy mismo. Nacido en el Bronx, ya con nueve años militaba en las juventudes comunistas, pero su antiestalinismo lo llevó a ser expulsado del partido en 1939. Tras una breve etapa trotskista, el anarquismo fue la siguiente estación de su viaje ideológico, hasta que en los años 60 su pensamiento dio un giro novedoso al comenzar a considerar como elemento fundamental la degradación ambiental que genera el capitalismo. Sus textos de esta época exploraban una síntesis de ecologismo y anarquismo, y esta inquietud lo animó también a fundar en Vermont en 1974 el Institute for Social Ecology.

A mediados de los 90, muy crítico con la deriva primitivista, irracionalista e individualista de algunos sectores del anarquismo, Bookchin se distanció del movimiento y se refugió en un análisis histórico y teórico que le permitió elaborar el concepto de una organización social autogestionada y de democracia directa, a la que denominó comunalismo o municipalismo libertario. La próxima revolución, el libro que nos ocupa, integra nueve ensayos aparecidos entre 1990 y 2002, que sintetizan estas ideas y fueron reunidos en un volumen en 2015 por su hija Debbie y Blair Taylor. La versión castellana acaba de ser publicada por Virus (2019, trad. de Paula Martín Ponz)

El proyecto comunalista

Nuestro autor comienza presentándonos el comunalismo, concepto nacido durante la Comuna de París de 1871. Este término sirve para describir una estructura basada en municipios gestionados por democracia directa y que se asocian libremente en una confederación. Para la forma política resultante propone el nombre de municipalismo libertario y a su juicio se trata del único sistema que permite resolver los dos efectos perniciosos del capitalismo: la explotación de los seres humanos y la degradación del medio ambiente. Respecto a la tecnología, convertida hoy en arma de destrucción, Bookchin opina que podría ser de gran ayuda en una sociedad bien administrada.

Los textos recogidos exploran diversos aspectos del municipalismo libertario. Se discuten las posibilidades que puede ofrecer una municipalización de la economía, que la ponga al servicio de las necesidades de los ciudadanos y construya una alternativa sólida y pegada al terreno a los desastres de la globalización impuesta por el capital. Respecto a la mecánica de la democracia directa, Bookchin se declara partidario de aprovechar las herramientas tecnológicas, y de renunciar en ocasiones a lograr un consenso, y seguir la opinión de la mayoría en aras de la eficacia y la agilidad. Por otro lado, no hace ascos a participar en elecciones municipales con programas claros basados en las ideas que defiende, para implementar políticas que erosionen el poder estatal. Se apunta también la necesidad de “parcelar” las megaurbes en unidades más fáciles de gestionar.

Los retos que plantea la estructura confederal pueden superarse con un respeto escrupuloso a la idea de que el poder fluye de abajo a arriba y los representantes sólo administran las directrices elaboradas por la base. El intercambio de productos entre comunidades, más allá del lucro que fomenta el capitalismo, puede ser una extensión del principio comunista de proveer a cada una de éstas de acuerdo con sus necesidades. Esta organización horizontal, sustentada en la democracia y la solidaridad, será la forma de liberar a la humanidad de la lacra del nacionalismo, peste persistente a través de los siglos y coartada para la opresión estatal.  

El último ensayo incluido, “El futuro de la izquierda”, es un llamamiento a superar las limitaciones que Bookchin ve en los dos campos dominantes en ella, marxista y anarquista, atrapado el primero en impotentes estrategias reformistas y lastrado por sus derivas autoritarias, e incapaz el segundo, abismado muchas veces en un individualismo estéril, de afrontar cuestiones clave organizativas y respecto al poder. Para nuestro autor, el comunalismo representa la síntesis que garantiza la autogestión de la sociedad con una estructura democrática y federada.

La vía revolucionaria

Muy crítico con las versiones “blandas” del ecologismo, que se quieren compatibles con el capitalismo, Murray Bookchin considera que la crisis ambiental no es un problema de “hábitos de vida”, sino que exige una transformación radical del sistema. Aunque pone énfasis en el carácter esencialmente noviolento de los cambios que propone, queda de manifiesto a lo largo de la obra la necesidad de que la estructura que se debe ir creando se plantee como una alternativa al capitalismo. Tratar de coexistir con éste no es viable, pues su dinámica es fagocitar y destruir todo lo que amenaza su principio de acumulación. En un momento del libro su autor expresa la incompatibilidad de los dos sistemas con una imagen muy clara: “Intentar ganarse a la ‘comunidad empresarial’ y que adopte una sensibilidad ecológica (…) sería como pedir a los tiburones que viviesen de comer hierba o ‘persuadir’ a los leones de que se tumbasen a reposar amorosamente al lado de los corderos.”