Primera versión en Rebelión el 26 de octubre de 2022

Vivimos un momento de máxima incertidumbre, con una guerra en el corazón de Europa que involucra directamente a una potencia nuclear, y resulta frustrante comprobar que pocos parecen interesados en dar con la solución razonable y democrática que ciertamente existe. Estamos en fin ante un escenario peligroso que conjuga la ceguera de una Europa abocada al suicidio con nacionalismo criminal ruso y ucraniano y, en la base de todo, con la astucia de unos norteamericanos que en horas de declive han conseguido armar con sus manejos una jugada que sólo a ellos favorece.

En esta encrucijada, hay que celebrar que dos de los más reputados especialistas en política internacional, Noam Chomsky y el historiador del Sur global, Vijay Prashad, hayan unido sus esfuerzos en un volumen que analiza la gestación e implicaciones de la situación actual. El libro, titulado La retirada: Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder de Estados Unidos, acaba de ser puesto en castellano por Capitán Swing, con traducción de Francisco J. Ramos Mena, y trae un prólogo de Angela Davis. La obra se desarrolla como un diálogo entre los dos autores.

Un imperialismo de modos mafiosos

La introducción pone de manifiesto cómo el modus operandi del gobierno estadounidense, repetido cansinamente desde las guerras indias, puede resumirse en una imposición por la fuerza con modos mafiosos que el paso del tiempo ha extendido a todo el planeta. Sin embargo, es importante señalar que en los casos recientes analizados en el libro: Vietnam-Laos, Irak, Libia y Afganistán, las intervenciones, tan criminales como onerosas, se han caracterizado además por no alcanzar ninguno de los objetivos políticos con que se plantearon.

Todo se complica en el momento presente por la percepción del auge de China como una amenaza existencial, lo que hace que se multipliquen las provocaciones. En estas circunstancias es obligado insistir en que la única solución a la crisis que vive el mundo sería un empoderamiento de los organismos internacionales como alternativa a las acciones unilaterales. Sin embargo, es obvio que queda mucho camino por recorrer.

El sudeste de Asia

Las guerras de Vietnam y Laos ofrecen buenos ejemplos de cómo es posible enmascarar invasiones con retórica de “democracia” y “derechos humanos”. Otro libro de Chomsky, Los nuevos intelectuales (1969), puso sobre el tapete la atroz responsabilidad de los que consolidan con sus mentiras el discurso del poder, recibiendo en pago honores académicos, como fue el caso de Arthur Schlesinger. La retirada nos recuerda las luchas de aquellos años y cómo algunos valerosos medios independientes consiguieron concienciar a la opinión pública contra la guerra de Vietnam.

Los “Papeles del Pentágono”, filtración publicada por el New York Times en 1971, muestran que tras la ofensiva del Tet en 1968, las protestas contra la guerra que proliferaban en todos los estados fueron decisivas para llevar a la cúpula militar norteamericana a un escenario de negociación. La hermosa lección de la historia es entonces que los desvelos de los que se movilizaron en aquella ocasión para dar a conocer las espantosas violaciones de derechos humanos en Vietnam y Laos (el país más bombardeado del planeta), fueron realmente útiles para poner fin al conflicto.

Nuevos horizontes para el combate imperial

Cuando se produce la caída de Saigón en abril de 1975, por todo el mundo triunfan movimientos de liberación, por ejemplo en Mozambique unos meses antes, en Afganistán en 1978 o en Nicaragua e Irán en 1979. La estrategia imperial para combatir estos “contratiempos” fue la misma implementada en Vietnam en la última fase de la guerra, básicamente buscar a alguien sobre el terreno que hiciera el trabajo sucio, ya fuese Sadam Huseín, los contras o los muyahidines. Las guerras provocadas de este modo frustraron cualquier evolución positiva de los países que las sufrieron.

En el caso de Afganistán, la inútil guerra de veinte años librada por los norteamericanos tras los atentados del 11-S se inició con una invasión ilegítima y criminal y se desarrolló con gravísimas violaciones de derechos humanos. El interés confeso (Rumsfeld dixit) era únicamente “mostrar nuestro poderío e intimidar a todo el mundo”, la táctica seguida fue entregar el mando a señores de la guerra no muy diversos de los talibanes, en el trato a las mujeres por ejemplo, y el resultado final fue la huida con el rabo entre las piernas que todos vimos por la televisión. Hoy en el país el boicot financiero hace imposible cualquier progreso, mientras sus gentes recuerdan con nostalgia el periodo bajo control soviético, edad de oro de su atormentada historia, y a Muhammad Najibullah, presidente entre 1987 y 1992, ahorcado por los talibanes en 1996.

Resulta extraordinaria la arrogancia del poder imperial que destruye y asesina por todo el planeta sin aceptar nunca ninguna responsabilidad. Entre 2010 y 2020 se calcula que se realizaron catorce mil ataques con drones, que provocaron la muerte de miles de civiles inocentes, entre ellos cientos de niños. La declaración de Noam Chomsky a una periodista en 2015 de que: “Estados Unidos es el mayor país terrorista del mundo” resultó muy polémica, pero desde luego se ajusta a la realidad de los hechos. Sólo la eficacia de los burócratas que esconden o maquillan los crímenes, y la complicidad de los intelectuales y los mass media, hacen posible la ignorancia en que nadamos como pez en el agua. Hay que reconocer, no obstante, que mutatis mutandis y en mayor o menor grado, así fue con todos los imperios.

En Oriente Medio, se constata la insólita torpeza de George W. Bush, que apartando del poder a los talibanes en 2001 y a Sadam Huseín en 2003, consiguió consolidar la influencia iraní en la región. Las crueldades de los norteamericanos, durante el régimen de sanciones y la posterior invasión de Irak, ampliamente expuestas en el libro, perjudicaron gravemente sus propios intereses. Pocas veces en la historia se hallan ejemplos tan diáfanos de un empecinamiento criminal contraproducente para su autor.

La invasión de Libia en 2011 es otra clara muestra de un conflicto exacerbado por los norteamericanos, que en este caso boicotearon los esfuerzos de mediación de la Unión Africana. Las operaciones de la OTAN provocaron incontables muertes de civiles, y el resultado final fue sólo la transformación del país en zona catastrófica y un fortalecimiento del terrorismo islámico en toda la región. La reclusión de los migrantes que huyen del África arrasada en infames campos de concentración auspiciados por Occidente es sólo un aspecto más del desastre.

Otra cuestión de gran interés y poco conocida, de la que se aportan detalles en el libro, es que los Estados Unidos no han firmado los convenios internacionales contra los crímenes de guerra o el genocidio, por lo que hay que concluir que están “legalmente” autorizados a cometerlos.

¿Un imperio en retroceso?

La clave del momento presente tal vez sea el auge tecnológico y económico de China, empeñada además en la integración eurasiática a través de la Organización de Cooperación de Shanghái y en la construcción de la red comercial global de la Nueva Ruta de la Seda. Estos ambiciosos proyectos son contemplados con creciente hostilidad por los Estados Unidos, que juegan sus cartas mientras incrementan el ingente gasto de su ejército y renuevan su red de bases militares.

En este contexto, la guerra de Ucrania ha sido una buena jugada norteamericana, que resucita a la OTAN y hunde a Europa. Sin embargo, debe reconocerse que, al mismo tiempo, el eje Moscú-Pekín se ha fortalecido y en el resto del mundo aumenta la presión hacia la multipolaridad y la no alineación. Otras consecuencias funestas del conflicto son la crisis global de alimentos y la renuncia generalizada de los gobiernos a implementar medidas contra el cambio climático.

¿Sería posible sacar a la ONU de su marasmo y establecer mecanismos para evitar las acciones unilaterales? No parece sencillo, pero el libro concluye con una nota de esperanza: “La partida no ha terminado. Todavía hay tiempo para un cambio de rumbo radical. Conocemos los medios. Si hay voluntad, es posible evitar la catástrofe y avanzar hacia un mundo mucho mejor.” Hay que decir, sin embargo, que tal como está la conciencia de los ciudadanos en los países que en realidad deciden, cuesta imaginar vías para un avance significativo.

Como siempre ocurre con estos autores, la plétora de información que presentan resulta enormemente útil para el lector interesado en la situación que vivimos. No es baladí esto, porque la base de todos nuestros problemas es probablemente la ignorancia. En alguna ocasión escribió Noam Chomsky que si fuéramos conscientes de lo que los criminales que lo gobiernan están haciendo con el mundo, saldríamos a la calle sin dudarlo para exigir una revolución.