Primera versión en Rebelión el 20 de junio de 2023

En la cada vez más evidente crisis energética que amenaza a nuestra sociedad, las renovables tienden a presentarse como la panacea que ha de sacarnos del atolladero, pero un análisis riguroso muestra lo vano del empeño. El ensayista y novelista José Ardillo (1969) ha investigado esta cuestión en Las ilusiones renovables, un texto publicado en 2007 por Muturreko burutazloak, y que acaba de reaparecer en el catálogo de El salmón enriquecido con varios apéndices, además de un prólogo a la nueva edición y el que se añadió a la francesa de 2015.

La interacción de los humanos con el medio en términos de energía es un asunto crucial que determina la viabilidad de las sociedades y debe ser analizado de acuerdo con las leyes de la física y la dinámica de los ecosistemas. Habida cuenta de esto, el propósito de Ardillo con Las ilusiones renovables es aproximarnos a la forma como hemos llegado a la situación actual, marcada por un agotamiento progresivo de recursos y una crisis ambiental sin parangón.  Estos problemas son estudiados en su terca realidad y más allá del ideario impuesto por la acumulación de capital y los intereses espurios de las corporaciones, es decir “sin que medie el empuje de la actual propaganda disfrazada de realismo”.

Un Moloch devorador de energía

Los primeros capítulos ofrecen un recorrido histórico y temático por los grandes empeños energéticos del capital desde el fin de la II Guerra Mundial. Éste fue un momento en el que la industrialización y tecnificación pisaron el acelerador, lo que en el caso de la agricultura significó un aumento de la energía, sobre todo procedente de combustibles fósiles, invertida en la producción de alimentos, y un uso generalizado de agroquímicos que provocaron una agresión ambiental sin precedentes. La crisis del carbón en los 50 pudo solventarse gracias al auge del petróleo que siguió, aunque éste hubo de favorecerse con golpes de estado como el que se orquestó contra Mohammad Mosaddeq en Irán en 1953. En esta época comenzó también el desarrollo de la energía nuclear civil y en 1957 hubo que lamentar ya graves accidentes en el norte de Inglaterra y los Urales.

La primera crisis global del modelo se produjo en 1973, cuando la OPEP, que había sido creada en 1960, decidió un incremento en los precios del crudo que se planteaba como una represalia por el apoyo occidental a Israel en la guerra del Yom Kippur, pero obedecía sobre todo al interés de las grandes compañías petroleras por “sangrar” a los consumidores europeos y japoneses. Fue sólo un primer barrunto de que podría llegarse a una escasez real, pero algunas mentes lúcidas como Fritz Schumacher, Iván Illich, Barry Commoner o Amory Lovins comenzaron a advertir ya en esa época sobre el camino sin retorno emprendido y vieron incluso una relación estrecha entre el control de la energía y la centralización de poder impuesta en la sociedad.

Esta conexión entre energía y centralización es diáfana en el caso de las centrales nucleares, en las que la tecnología implicada requiere siempre una seguridad extrema que aboca a una sociedad militarizada. Las circunstancias de la catástrofe de Chernóbil en 1986 y las medidas posteriores a ella muestran esto a las claras. El descrédito de esta energía no hizo más que crecer desde aquel año fatídico, pero el veto podría revertirse utilizando hábilmente la crisis en curso para adoctrinar a la gente en su necesidad. En la actualidad vemos que no faltan voces capaces de presentar las centrales de fisión como una alternativa “limpia” a los combustibles fósiles.

Respecto al petróleo, el capitalismo ha encontrado en él un instrumento tan imprescindible que cabe preguntarse qué perspectivas se abren con su agotamiento inminente. Podría sugerirse que al carecer de uno de sus resortes esenciales de poder, el sistema podría desmoronarse, posibilitando una refundación de las bases de la economía. Sin embargo, la historia enseña que las situaciones de este jaez suelen resolverse más bien en una disgregación caótica y destructiva. En cualquier caso, lo que es claro es que la existencia insensata que vio nacer el siglo XX, plagada de automóviles que derrochan el tesoro energético robado por las bayonetas en países lejanos, con un coste ambiental inasumible, toca inevitablemente a su fin.

Tratando de esbozar una alternativa al desastre en marcha, un capítulo está dedicado a las ideas sobre energía de algunos clásicos del anarquismo, de Piotr Kropotkin a Murray Bookchin. El recorrido demuestra que la mayor parte de los pensadores libertarios, tras diagnosticar la explotación económica y sus causas, a la hora de hacer propuestas se suman a los ideales de una tecnificación que habría de facilitar la vida humana en el nuevo mundo. Ardillo critica que en este análisis no se tenga en cuenta en general el declive de los recursos, pero en el otro extremo censura luego también a los primitivistas, dispuestos en su insania a abolir la agricultura, que considera que rompen con el proyecto emancipador del anarquismo clásico.

Perspectivas para el futuro

La gran apuesta del sistema frente a la situación creada con el agotamiento de diversas fuentes de energía son las renovables, pero un repaso cuidadoso de las alternativas en la agenda resulta francamente descorazonador. Las centrales nucleares de fusión no están ni se las espera, el hidrógeno verde enfrenta dificultades sin cuento y los proyectos solares y eólicos, analizados en detalle se revelan incapaces de sustituir a los combustibles fósiles. Tal parece que no existen opciones viables para seguir alimentando de kilovatios hora nuestro loco mundo.

Paralelamente a esto, otro aspecto preocupante es que el movimiento ecologista, nacido con pretensiones de superar el modelo social imperante en el convencimiento de que la matriz energética de una sociedad sólo podría ser desmontada juntamente con sus estructuras de poder, deambula mayoritariamente hoy por senderos reformistas, sin atacar el núcleo del problema. Para Ardillo esto resulta terrible, pues en su opinión “no necesitamos alternativas a las energías convencionales, sino una salida forzosa del mundo energético donde nos han introducido y nos hemos dejado llevar.” Para él, la solución pasa inevitablemente por detener la dinámica explotadora y ecocida del capitalismo.

La nueva edición de Las ilusiones renovables incorpora tres artículos como apéndices. “Interrogantes sobre el cenit del petróleo”, de 2013, muestra cómo la confianza en una transición suave tras el declive del petróleo, apoyada en avances tecnológicos, no parece muy fundamentada, y se intuye más bien la emergencia de crisis y conflictos globales. “El gran laboratorio climático, o cómo reducir el planeta a una olla a presión”, de 2020, critica la deriva del viejo ecologismo, comprometido con la búsqueda de una sociedad menos centralizada e industrial, hacia un activismo volcado en demandar medidas a los estados contra el calentamiento global, con lo que “acepta un campo de batalla diseñado por sus enemigos y falsificadores”. “Contra la colapsología. Por una ecología libertaria sin cuenta atrás”, de 2020, comienza mostrando lo difícil que es hacer predicciones en contextos de crisis y con base en ello, reivindica para la ecología, más allá de profetizar colapsos, el cuestionamiento de una forma de vida fatal para el planeta y sus habitantes. Como estrategias, Ardillo es partidario sobre todo de la difusión de ideas, las experiencias colectivas de autogestión y la lucha defensiva y pacífica contra las agresiones que el sistema no deja de infligirnos.

Las ilusiones renovables describe puntualmente el camino que nos ha traído donde estamos, y con generosidad de datos y argumentos ayuda a comprender una situación en que esquilmados los recursos energéticos, el entramado económico que nos domina propone una opción de recambio inviable y de negras perspectivas. La difícil coyuntura es imprescindible que se convierta en un momento de reflexión para todos, porque frente a la dinámica enloquecida del capital, que nos conduce al desastre, la única alternativa es construir una forma de vida más sencilla, respetuosa con nuestros semejantes y el planeta que nos cobija.