Primera versión en Rebelión el 1 de mayo de 2024

La nómina de sociedades organizadas de forma auténticamente democrática y autogestionada en los últimos siglos desgraciadamente no es muy amplia, y resulta grato siempre que se difunda información sobre experiencias de este tipo de gran interés pero mal conocidas. La comuna libertaria que se desarrolló en Manchuria entre 1929 y 1932 afectó a más de dos millones de personas en un territorio con una extensión de casi la mitad de la de España y aunque al fin fue desmantelada por el imperialismo japonés, aporta enseñanzas valiosas para el futuro, como se nos demuestra en Manchuria, la revolución olvidada, aparecido inicialmente en 2015 con un prólogo de Michael Schmidt y que Descontrol acaba de recuperar. Su autor es Emilio Crisi, historiador argentino que ha publicado ya varios libros sobre procesos revolucionarios del siglo XX en Latinoamérica y Europa.

Las noticias previas existentes sobre la comuna de Manchuria corresponden sobre todo a fuentes comunistas y nacionalistas que la contemplaron con hostilidad. A ellas hay que añadir un libro publicado en 1986 por Ha Ki-rak, historiador coreano que recolectó informaciones y testimonios de supervivientes de la experiencia. El trabajo de Crisi ha consistido en una evaluación crítica de todas las fuentes disponibles, a fin de construir un relato lo más ajustado posible a la realidad de los hechos.

Las ideas libertarias en Corea

El libro nos acerca a la atormentada historia de Corea en los últimos siglos, con una sociedad feudal cuyos gravosos impuestos condenaban a los campesinos a la miseria. Las revoluciones se sucedían con el paso del tiempo, pero no alteraban la estructura, sino que sólo reemplazaban los grupos dominantes. A comienzos del siglo XX se extiende por el país la influencia anarquista, que llega de China después de haber penetrado en el Extremo Oriente, principalmente desde la península ibérica, a través de los puertos de Macao y Manila, ciudad donde ya se crea un sindicato de esta tendencia en 1903. En las décadas de 1910 y 1920, el movimiento gremial ácrata se extiende pujante por China y de ahí hacia Corea, Japón y el sudeste de Asia.

Otro hito importante se produce a partir de 1894 con la invasión japonesa de Corea, estado vasallo de China en aquel momento, que culminó con la anexión por los nipones de la península en 1910 y llevó al extremo la miseria de las clases populares. Como resultado de esto, centenares de miles de personas se vieron forzadas a emigrar hacia el norte, a Manchuria, donde se sumaron a los habitantes originarios de la región y a todas las gentes, procedentes de diversas zonas de Asia que en aquella época convulsa habían encontrado allí refugio.

En esta situación, crecía en Manchuria y Corea el rechazo al imperialismo japonés que imponía su férreo dominio, y en este contexto el anarquista Shin Chae-ho publica en 1923 su “Manifiesto de la Revolución Coreana” en el que plantea una lucha que había de ser simultáneamente contra esta opresión extranjera y contra la explotación económica del hombre por el hombre. Se observa así que el anticolonialismo va en este caso indisolublemente unido al objetivo de la revolución social.

En los años siguientes se organizan grupos libertarios por toda la península y se editan varios periódicos. Especialmente relevante es la Federación Anarco-Comunista de Corea, que surge en 1929 aglutinando tres divisiones regionales entre las que va a destacar la labor de la Federación Anarquista de Corea en Manchuria (FACM), la cual se plantea enseguida establecer zonas liberadas con sociedades igualitarias en las áreas rurales del nordeste de Manchuria. Esta región, rodeada de montañas y limitada al norte por el río Amur, presentaba una economía basada en el cultivo del arroz y reunía rasgos favorables para emprender esta tarea, pues en ella se había desarrollado a partir de 1920 una exitosa lucha guerrillera contra los invasores japoneses y además la propaganda anarquista había progresado mucho.

Historia de la Comuna de Manchuria

Manchuria ha sido siempre codiciada por sus vecinos: China, Rusia, Corea y Japón, y lo va a seguir siendo en el siglo XX, pero en 1929 las condiciones resultaban favorables para que se creara allí una sociedad independiente de estos poderes externos, igualitaria y autogestionada. El factor clave para ello fue el compromiso con la ideología ácrata de algunos mandos destacados del ejército que lideraba la lucha contra los japoneses, y el comienzo del proceso puede datarse en octubre de 1927, en una reunión en la estación de tren de Mudanjiang, en la que participaron representantes de la FACM y jefes militares.

El plan que se elaboró en aquel momento consistió en promover una autogestión de las comunidades agrarias, capaz de asimilar en el futuro a los pequeños grupos que trabajaban dispersos. Se rehuyeron deliberadamente los “ismos”, pero el plan esbozado contemplaba un sistema de federación de comunas libres de raigambre netamente anarquista. Se hacía un llamado a los militantes a “llevar la vida” de un campesino más, alejándose del perfil del revolucionario profesional, y el proyecto se dotaba además de un programa educativo y formativo para niños y jóvenes, pero también destinado a los adultos, basado en los principios de la escuela racionalista.

La estructura federal integraría como eslabón básico las asambleas que regirían las aldeas y empresas cooperativas, cuyos representantes elegidos deliberarían en Conferencias de Distrito y en la Conferencia General. Estos delegados no tenían ningún privilegio y se aceptaba la norma rectora de: “De cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad”. 

La propuesta revolucionaria fue bien recibida en numerosas comunidades campesinas y el proyecto se puso en marcha, aunque en un primer momento algunos puestos administrativos y ejecutivos debieron ser nombrados, con el compromiso de proceder a elecciones en cuanto fuera posible. El 21 de julio de 1929 se dio por formalmente constituida la Asociación del Pueblo Coreano en Manchuria (APCM) y en los meses siguientes los delegados recorrieron la región llevando la estructura hasta sus últimos rincones. Los campesinos, acostumbrados al feudalismo salvaje, aceptaban complacidos un modelo basado en la ausencia de explotación y el respeto a las decisiones libres de las personas. Según un documento de la época: “La organización se extendió por toda el área como reguero de pólvora”. Además, se trabajaba para dotar a las comunidades de adelantos técnicos, como molinos de arroz, lo que mejoraba sus condiciones de vida.

El asesinato en enero de 1930 del general Kim Jwa-jin, uno de los principales líderes del proceso, en el que pudieron estar implicados tanto los japoneses como los comunistas chinos y coreanos, fue un duro golpe, pero la organización siguió funcionando y defendiéndose contra enemigos cada vez más poderosos. Durante 1931 se intensificaron los ataques por parte de los japoneses desde el sur y los comunistas chinos desde el norte, con lo que la situación se fue complicando progresivamente, y es de esta forma como, fatalmente, en marzo de 1932 cayeron los últimos bastiones de la comuna y el territorio quedó integrado en el Manchukuo nipón. Los sufridos campesinos de la región regresaron de aquella a su régimen secular de esclavitud, hostigamiento y hambrunas.

Emilio Crisi nos ofrece en Manchuria, la revolución olvidada la crónica detallada de una experiencia original y sugestiva, y nos demuestra que como hemos visto en la Ucrania majnovista, la España libertaria de 1936 o el México zapatista, la vieja idea de la libre organización y federación, simple y seductora, puede germinar y dar frutos prodigiosos en los ámbitos culturales más diversos. La lucha inevitable con construcciones odiosas del poder propició en aquel caso, como en tantos otros, una derrota que sabemos bien que nunca es definitiva.