Primera versión en Rebelión el 20 de diciembre de 2023
La amplitud y hondura de la obra literaria de Lev Tolstói (1828-1910) hace que en cualquier momento pueda sorprendernos la aparición de un texto suyo desconocido en castellano, aunque enormemente sugestivo y valioso. Esto es lo que acaba de ocurrir con Mi viaje al otro lado de la realidad, libro recién publicado por Errata Naturae que relata la crisis espiritual del autor de Guerra y paz a comienzos de la década de 1880, cuando su conversión a un anarquismo sui generis, cristiano y pacifista, dio un vuelco a su visión del mundo y del sentido de la literatura.
Un conde escritor (1828-1881)
De origen noble, Lev Tolstói viajó de joven por el sur de Rusia y sirvió en el ejército durante la Guerra de Crimea, pero pronto se volcó en una labor de novelista en la que, impregnado del espíritu del realismo, triunfante de aquella, diseccionó con arte y profundidad psicológica la sociedad de su tiempo. Respecto al inconformismo que va a caracterizar más tarde su obra, diversos testimonios indican que el joven literato criticó enseguida el orden social. Así, ya en 1857, tras presenciar en París una ejecución pública, escribe a un amigo: “La verdad es que el Estado es una conspiración diseñada no sólo para explotar, sino sobre todo para corromper a sus ciudadanos. De ahora en adelante, nunca serviré a ningún gobierno en ninguna parte.”
Poco después, en 1861, Tolstói trabó amistad en Bruselas con Pierre-Joseph Proudhon, exiliado allí por entonces. Tras noches enteras de conversación con el teórico del anarquismo, nuestro conde regresó a Rusia decidido a instalarse en el campo y prestar más atención a sus semejantes. Con este propósito puso en marcha un novedoso plan educativo, alérgico a la disciplina, en la escuela que había fundado en su propiedad de Yásnaia Poliana, y ejerció como juez de paz tratando de ayudar a los campesinos. En 1866 actuó además como defensor, en un tribunal militar, de un soldado acusado de golpear al oficial que ordenó darle una paliza por su borrachera. El infeliz fue condenado por ello a muerte y ejecutado, y este episodio le causó a su novel letrado un impacto mayor, según propia confesión, que el de una desgracia familiar.
Estos desvelos fueron compatibles con una intensa creatividad, materializada en infinidad de relatos cortos y las novelas: Infancia (1852), Adolescencia (1854), Juventud (1856), Felicidad conyugal (1859), Los cosacos (1863), Guerra y paz (1869) y Anna Karénina (1878), consagradas por el paso del tiempo como joyas imperecederas de la literatura universal.
El punto de inflexión: un viaje al otro lado de la realidad (1881)
La gestación y alumbramiento del texto que nos ocupa fueron laboriosos, lo que es comprensible considerando la ruptura revolucionaria que marcaron para su autor. Éste llevaba por entonces una doble vida, fiel por un lado a su vocación de escritor, y atento por otro a los problemas sociales que le inquietaban, sin que entre las dos tendencias hubiera una comunicación estrecha. Los protagonistas de las obras antes citadas, por ejemplo, no muestran preocupación excesiva por las penurias de las clases desfavorecidas. En 1881 nuestro novelista regresa a Moscú tras una larga temporada en el campo y su experiencia de la ciudad le va a provocar en este caso una honda conmoción. Con sus cavilaciones pergeña un artículo que es rechazado en la revista a la que iba dirigido y sólo verá la luz en 1901, tras ser ampliado. Éste es el texto que ahora aparece en castellano, en traducción de Antonio García y precedido del prefacio que Émile Zola preparó para la primera edición francesa.
Tolstói nos hace partícipes de sus vivencias y reflexiones. Habituado en otro tiempo a la ciudad, ve ahora en ella demasiadas cosas que le resultan insoportables. Los sonidos de silbatos que llegan hasta su casa de la calle Jamóvniki -hoy museo dedicado a su memoria-, le perturban, y más cuando se entera de que sirven para marcar, con insistencia odiosa, el ritmo de trabajo de los niños, mujeres y ancianos que en las fábricas que rodean su mansión se agotan en jornadas extenuantes por un salario de hambre. Fulminado por la vergüenza y la rabia, el padre de Anna Karénina emprende entonces una investigación de las “zonas oscuras” de la urbe, barrios obreros, hospicios y asilos. La humanidad doliente que allí descubre le hace sentir terriblemente mal, como miembro favorecido e influyente de la sociedad que tan cruelmente trata a sus gentes. Era preciso hacer algo, pero tenía que pensar exactamente qué.
El atribulado escritor comienza por atender las necesidades más urgentes y próximas, y demanda para ello ayuda de amigos y conocidos, pero pronto comprende que nadie va a auxiliarle en esta misión y que sus esfuerzos naufragan en el piélago de las penurias existentes. ¿Qué hacer pues? Lo fundamental es entender la situación, y en seguida halla algunas claves. Se da cuenta de que él mismo es parte de una clase explotadora que “con engaños fraudulentos priva al pueblo de lo necesario”, y razona que “si pretende socorrer a los hombres lo primero que debe hacer es dejar de explotarlos”. Concluye también que en esta sociedad basada en la injusticia, el dinero se convierte en el instrumento esencial y representa una forma nueva de esclavitud, “impersonal”, que sustituye a la de épocas pasadas y corrompe todos los sentimientos humanos.
Tras revelarnos estos descubrimientos, en la segunda parte del libro, Tolstói contrasta las reflexiones anteriores con ejemplos concretos, como el de un caso desastroso de explotación impuesto en las islas Fiyi durante la expansión colonial, o el vivido en el campo ruso con la abolición en 1861 de la servidumbre “feudal”, que sólo sirvió para transformarla en otra de nuevo cuño, “capitalista”, al mantener las estructuras de propiedad existentes. ¿Qué hacer, entonces? Nuestro filósofo encuentra una respuesta muy sencilla en el Evangelio: “Que quien tiene dos túnicas dé una a quien no tiene ninguna, y el que tiene qué comer haga lo mismo.” La redistribución es la única alternativa, pero no como caridad discrecional, sino como imperativo de justicia.
Instalado en el campo, Tolstói vivirá a partir de ahora humildemente. Viste como un muzhik y ejerce el oficio de zapatero, aunque no obliga a su familia a abandonar su vida habitual. Su conciencia le exigía renunciar a todas sus posesiones, pero hasta el final de sus días no se planteó seriamente esta opción extrema.
El apóstol de un mundo nuevo (1881-1910)
A partir de esta gran crisis espiritual, las obras narrativas de nuestro autor, como La muerte de Iván Ilich (1886), La sonata a Kreutzer (1889) o Resurrección (1899), marcadas por la nueva mentalidad, alternan con ensayos plenos de crítica social: Confesión (1884), ¿Cuál es mi fe? (1884), ¿Qué es el arte? (1897), Contra aquellos que nos gobiernan (1900), La ley de la violencia y la ley del amor (1908) o La esclavitud de nuestro tiempo (1909). En estos textos se defiende una visión novedosa del mundo, anarquista y pacifista, basada en una interpretación radical del evangelio.
Como consecuencia de la nueva perspectiva, Tolstói menosprecia su vida anterior y en una entrada de su diario en 1908 llega a decir: “La gente me ama por esas bagatelas, Guerra y paz, etc., que les parecen muy importantes”. En ¿Qué es el arte? discute la relevancia artística de Dante, Rafael, Goethe, Shakespeare, Beethoven y otros, y plantea que “cuanto más nos entregamos a la belleza, más nos alejamos del bien”. Para él, la moral es prioritaria y esencial, aunque la estética pueda ser su mejor aliado.
El cuestionamiento del orden social por parte de Tolstói era cada vez más radical e incluso llegó a hacer planes de repartir sus propiedades a los pobres, lo que agudizó las desavenencias conyugales. En la noche del 10 de noviembre de 1910, asqueado de todo y dispuesto a pasar el resto de su vida de la forma más humilde que fuera posible, abandonó su casa. Fue una huida imprudente, pues en unos días el resfriado que sufría derivó en una neumonía mortal. Seis médicos intentaron salvarle, pero a sus ofertas de ayuda, él sólo respondía: “Dios arreglará todo”. Cuando le preguntaron si necesitaba algo, dijo: “No quiero que nadie me moleste”.
Dos personajes y escritores bien diferentes vivieron con el nombre de Lev Tolstói: un novelista capaz de retratar toda la complejidad y las íntimas contradicciones de la sociedad rusa de su tiempo, y el promotor de una fe nueva, apóstol de la no violencia y la conversión interior como vías hacia un mundo que superase la explotación capitalista. Mi viaje al otro lado de la realidad nos permite sumergirnos en las experiencias y reflexiones que provocaron tal transformación.