Primera versión en Rebelión el 27 de diciembre de 2023

Alfonsina Storni, convertida en leyenda con su muerte trágica, nos invita a buscar el misterio de su vida en sus versos. En ellos, bajo la impronta del modernismo, la vemos evolucionar del romanticismo tardío a la vanguardia, con sentimientos siempre a flor de piel, que no son otros que los del amor desdeñado, la melancolía y la búsqueda de un sentido más allá de los desplantes del mundo. Sus frágiles nervios la atormentaron, y aunque llegó a disfrutar del reconocimiento reservado a unos pocos, no faltaron desaires y frustraciones para alimentar la duda.

Suele admitirse que el momento culminante en la producción lírica de Alfonsina Storni corresponde a Ocre, obra publicada en 1925 y que acaba de ser reeditada por Torremozas con una introducción de Luzmaría Jiménez Faro. Se trata de un libro en el que predominan los sonetos y se pone de manifiesto un dominio absoluto de esta composición, difícil y arriesgada. La rara perfección formal de estos poemas se ajusta a un lúcido mensaje de reflexión y crítica social, lo que explica que con el paso del tiempo el poemario no sólo no ha perdido interés, sino que se ha convertido en un clásico.

Mujer poeta en un mundo masculino

Hija de un hombre de negocios inutilizado por el alcohol y una maestra con inquietudes culturales, Alfonsina vivió en su infancia trasiegos y penurias, y buscó refugio pronto en versos que glosaban su tristeza. Nació en 1892 en el cantón suizo de Tizino, y de aquí viajó con los suyos a San Juan y luego a Rosario, donde comenzó a trabajar en el Café Suizo, propiedad de su padre, y tras la ruina de éste de costurera. Alistada en 1907 en una compañía teatral, recorrió durante un año el país, representando obras de Ibsen y Pérez Galdós, entre otros, y después realizó estudios de magisterio, que culminó en 1911.

Establecida en Buenos Aires, nuestra joven maestra se ganó la vida con diversos trabajos, mientras sus versos se abrían paso en revistas reputadas, como Caras y Caretas, y trababa amistad con escritores como José Enrique Rodó, Amado Nervo, José Ingenieros, Horacio Quiroga o Juana de Ibarbourou  En 1912 nació su hijo Alejandro, y en 1916 publicó su primer poemario, La inquietud del rosal, en el que se refiere desinhibidamente a su condición de madre soltera, aunque recelaba de la fama de “inmoral” que le crearía y de hecho le hizo perder su trabajo de oficinista.

En los años siguientes, Alfonsina publica versos que consolidan su prestigio literario. Es la época también de una íntima amistad con Horacio Quiroga, y cuando éste se suicida en 1937, ella le dedica un poema que presagia su propio final: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales,/ Y así como en tus cuentos, no está mal;/ Un rayo a tiempo y se acabó la feria…/ Allá dirán./ Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte/ Que a las espaldas va./ Bebiste bien, que luego sonreías…/ Allá dirán.”

Ocre supuso, como decía antes, el punto culminante de la lírica de Alfonsina, que después acusó una influencia mayor de las vanguardias. También publicó relatos breves y en 1927 se estrenó El amo del mundo, una pieza teatral en la que plasmó sus ideas y su experiencia sobre las relaciones entre hombres y mujeres. La protagonista de la obra, una madre soltera, no logra conquistar a su amado por los prejuicios de éste, y al fin es la maternidad lo que da sentido a su vida. La pieza fracasó y su autora responsabilizó de ello a director y actores y quedó profundamente frustrada.

En sus últimos años nuestra poeta disfrutó de un merecido reconocimiento, viajó en 1930 y 1934 a Europa, y de todas partes se la llamaba para impartir conferencias y cursos, pero sus nervios y su frágil salud le amargaban la existencia. En 1935 fue operada de un cáncer de mama y la enfermedad le dejó secuelas. Se convirtió entonces en una mujer huraña y le rondaba la idea del suicidio. En torno a la una de la madrugada del 25 de octubre de 1938, en una noche sin luna, Alfonsina abandonó la habitación que ocupaba en una pensión de Mar del Plata y se dirigió a la playa La Perla. La versión romántica dice que se internó lentamente en el mar, pero parece más probable que se arrojara a las aguas desde la escollera en la que se halló uno de sus zapatos. Su entierro en el cementerio de La Recoleta fue una multitudinaria manifestación de dolor popular.

Poemas de amor y desamor

Ocre revela desde su propio título que, en su autora treintañera, los venenos del amor han destilado ya un poso de reflexión madura y otoñal. La primera parte del libro agrupa cuarenta y cinco sonetos italianos, en alejandrinos o endecasílabos, que muestran a una poeta dominando sus recursos expresivos y ajustándolos con perfección a las ideas que desarrolla. Se suceden asuntos diversos: recuerdos de infancia y juventud, del amor que enciende el alma, de sus tormentos y del fruto del hijo que justifica todo. No faltan tampoco cavilaciones vestidas de lirismo o de sabia ironía, sobre el misterio de la vida que pasa y la muerte que acecha.

Irrumpe a veces en estos sonetos una naturaleza espléndida, contrapunteando las emociones humanas, y la juventud feliz halla su paisaje en las sierras cordobesas, o el deseo vago e inmaterial en el cielo estrellado. También Buenos Aires está diseccionada, casi mágicamente, en su brumosa tristeza. Sin embargo, las inquietudes de Alfonsina regresan recurrentemente al amor desdeñado, las despedidas odiosas, y el lamento de ser una “mujer mental”, una amante demasiado intelectual, siempre postergada. Ése es su leitmotiv.

En los sonetos de Ocre, tan impecables en su forma, no encontramos rastro de rigidez cansina, adornos fútiles ni artificio. La palabra se ciñe como un guante al pensamiento, y la expresión es certera y sobria. Estas cualidades colocan a Alfonsina Storni, por derecho propio, en el más selecto club de los grandes maestros de esta composición en castellano, los poquísimos que logran que suene perfectamente acordada y descubren cada vez, infinitas veces, como un juego, la alquimia poderosa de los catorce versos.

La segunda parte del poemario reúne trece fragmentos con formas variadas en las que la célula básica suelen ser cuartetos o serventesios, pero hay una predilección también por las rimas pareadas. En conjunto, los asuntos siguen siendo los mismos de la primera parte, aunque con un tono más informal y jocoso. Hallamos otra vez aquí amonestaciones a los varones y su concepción venatoria del erotismo, muy en la línea del “Hombres necios que acusáis…” de Sor Juana Inés. Hay además agradecimiento por el don de la palabra, que redime, y un poema en el que la mente atormentada busca su refugio en una conciencia nueva, que diluye el deseo y encuentra al fin su paz en el “olvido perenne del mar”.

Más allá de la leyenda tejida en torno a ella, Alfonsina Storni nos interpela sobre todo con la música de unos versos en los que supo volcar su vida. Mujer en un mundo demasiado masculino, tuvo que luchar para que se reconociera su talento, y sufrió lo indecible en guerras de afectos con varones altaneros e inconstantes. De esa frustración nacieron muchos de sus poemas, y a través de ellos nos asomamos a los rituales de un mundo canalla que desgraciadamente sigue siendo el nuestro. Su experiencia estaba ceñida a esas coordenadas, pero ella supo trascenderlas con intuiciones profundas, cargadas muchas veces de humor y de ironía.

En Ocre, Alfonsina Storni alcanza una perfecta madurez en las ideas y la expresión formal, lo que ha convertido este poemario en un clásico de las letras universales. Inmune al tiempo, ésta es una de esas raras obras capaces de construir con palabras una belleza destinada a ser gozo y libertad para todos.