Primera versión en Rebelión el 26 de marzo de 2019

Cuenta Paul Avrich en su imprescindible Anarchist Portraits (1988) que cuando Pietro Gori recorrió los Estados Unidos y Canadá en su primer exilio americano fue capaz de dar, en el plazo de un año, aproximadamente trescientos mítines en los que logró interesar a innumerables personas en el anarquismo y crear así el embrión de grupos, algunos de los cuales llegarían a consolidarse. Su modo de operar no requería en muchos casos infraestructura organizativa; en un lugar apropiado y sin necesidad de local cerrado ni convocatoria previa, nuestro propagandista simplemente comenzaba a cantar, acompañándose de su guitarra, hermosas adaptaciones de temas conocidos con letras de su autoría que exponían poéticamente las ideas libertarias. La multitud congregada recibía luego, en general con pocas deserciones, una encendida y docta disertación sobre anarquismo. El procedimiento merece reseñarse porque no está exento de enseñanzas.

Pietro Gori había nacido en Messina en 1865 en una familia acomodada y dio las primeras muestras de su asimilación de las ideas revolucionarias en 1888 cuando, estudiante de Derecho en Pisa, organizó un homenaje a Giordano Bruno. El año siguiente se gradúa y publica su primera obra, Pensieri rebelli, en la que expone los fundamentos del comunismo libertario, beneficiándose de la propaganda que le supuso una denuncia con consiguiente juicio y absolución. Tras la huelga y altercados del 1 de mayo de 1990, pasa varios meses en la cárcel, y al ser liberado parte para Milán, desde donde impulsa la reorganización del movimiento ácrata en el norte de Italia, con una intensa actividad de conferenciante, creando y participando en publicaciones, e interviniendo en procesos judiciales como defensor de correligionarios encausados. La represión creciente obliga a Gori a establecerse en Lugano, y allí continúa sus tareas hasta que las autoridades suizas lo ponen en la frontera en enero de 1895 con diecisiete compañeros y tras un breve paso por la cárcel que aprovecha para componer una de sus canciones más famosas: Addio a Lugano.

Alemania, Bélgica, Holanda y en seguida Inglaterra son las estaciones del prófugo, que ese mismo año parte para Norteamérica. Allí como veíamos predicará incansable sus ideas hasta que en el verano de 1896 lo tenemos de nuevo en Londres para asistir al III Congreso Internacional Obrero. Su intención era regresar después a América para una gira de conferencias en compañía de Louise Michel, pero cae gravemente enfermo y las gestiones de los amigos consiguen que se autorice su vuelta a Italia. En abril de 1897 abre despacho de abogado en Milán sin cejar en sus labores de propagandista, pero al año siguiente se ve forzado a emigrar otra vez para esquivar una condena de doce años de prisión. Desde Marsella se dirige a Argentina, donde se instala, ejerce la abogacía y continúa su inveterado activismo, impartiendo ocasionalmente clases en la universidad. También visita Chile, Uruguay y Paraguay, aclamado en todas partes como conferenciante. Ya con la salud seriamente afectada, en 1902 regresa a su patria y allí trata de seguir con sus ocupaciones habituales hasta su fallecimiento el 8 de enero de 1911 en la isla de Elba.

Los catorce volúmenes de las Opere de Pietro Gori, publicadas por Editrice Moderna en Milán entre 1946 y 1949, contienen poesía y obras dramáticas guiadas siempre por el empeño de despertar la conciencia de sus semejantes. Dos tomos corresponden a trabajos sociológicos y otros agrupan numerosos textos de exploración y divulgación de las ideas anarquistas en forma de opúsculos, conferencias y artículos periodísticos. Según él, la tiranía y la explotación económica que cercena la libertad justifican una legítima defensa que ha de llevarnos a organizarnos y luchar por una sociedad donde cada uno contribuya de acuerdo con sus aptitudes y sea retribuido según sus necesidades.

Entre los más conocidos y reeditados de estos textos está Vuestro orden y nuestro desorden, que corresponde a una conferencia impartida en San Francisco en 1896. En ella clama contra todas las tiranías del cuerpo y el espíritu, y contra el militarismo y los dogmas religiosos con los que el poder impone su falso orden, y como réplica a éste, aboga por otro verdadero, que potencie lo mejor del ser humano. La anarquía ante los tribunales recoge su intervención como defensor en 1894 en Génova en un proceso contra treinta y seis compañeros acusados de “asociación para delinquir”. Con habilidad, Gori ensalza la belleza del ideal libertario, para el que cuenta a Cristo y Garibaldi como precursores, y pide la absolución de unos hombres cabalmente honrados que sólo se organizan para luchar pacíficamente por sus objetivos de justicia.

A nuestro protagonista le tocó vivir los años de vértigo en que se incubaba la gran tormenta del siglo XX, una era en la que las potencias imperialistas sacaban partido de los avances científicos con tecnologías militares de un poder destructivo nunca conocido, al tiempo que su dinámica expansiva preludiaba un choque inevitable. El movimiento obrero, capaz de atisbar la catástrofe, afrontaba el reto dividido y era cortejado además por los cantos de sirena nacionalistas que al fin lo arrojarían al desastre. Pietro Gori dedicó su vida a un combate que percibía que había de ser crucial para el destino del mundo. Sus versos, sus encendidos artículos, las luchas continuas que lo obligaron a conocer cárceles y exilios, nos hablan de una conciencia profundamente comprometida con la emancipación de los explotados y humillados. Él se encontraba sin duda entre lo más lúcido y combativo de un movimiento obrero que estuvo a punto de alumbrar un siglo XX muy diferente. Y la historia sigue.