Primera versión en Rebelión el 28 de junio de 2022

Imaginamos la Edad Media como un fondo oscuro que hace destacar, por oposición, la luminosidad del universo grecorromano y la del Renacimiento, con todas sus secuelas. Son aquéllos, siglos de transición, en los que la historia de la emancipación parece hibernada, abstraída en vasallajes feudales, pestes y cruzadas, y bajo el imperio de una religiosidad arcaica, de formas agobiantes, resueltas sólo en misticismo mal trabado. Y sin embargo, los hombres y mujeres de entonces supieron cantar la libertad y recrearse en ella. Escarbando en lo que escribieron no es difícil llevarse sorpresas y mi intención aquí es explorar las más gratas.

Lo cierto es que tras la caída de Roma las rebeliones en la expresión escrita se van desgranando a lo largo del tiempo. En los siglos VIII y IX, el renacimiento carolingio fue un intento de superar el marasmo y dotar al imperio naciente de unos rudimentos literarios anclados en la estricta ortodoxia, pero muy pronto algunos se atrevieron a tantear la dimensión liberadora del lenguaje más allá de esta ortodoxia.

Clérigos y estudiantes errantes y de vida disipada comenzaron a ser conocidos en seguida como goliardos, nombre que parece venir de la gula de la que eran incondicionales o del gigante Goliat, epítome de todos los males. Estos insumisos manejaban con soltura y desparpajo una pluma bien afilada, con la que tantearon vías al margen del pensamiento dominante. Su tema recurrente era la devoción por los placeres de la taberna y el camino, pero junto a ésta no tardó en manifestarse una rebelión versificada contra la estructura social opresiva y la rapacidad de príncipes y prelados.

Aunque por entonces se iniciaba el periplo de las lenguas que se hablan hoy, los goliardos escribieron en un latín que poco a poco fue adoptando la métrica del romance. Sus composiciones influyeron poderosamente el desenvolvimiento de las formas vernáculas por toda Europa, y sus rimas obsesivas preludian, sin ir más lejos, las de Berceo o el Arcipreste de Hita. Repasaremos aquí muy brevemente las historias y las obras de los más ruidosos e inspirados entre aquellos rebeldes.

Del hedonismo a la crítica social

Era en aquel tiempo la erudición latina en Irlanda superior a la del continente, y no es de extrañar por ello que la cofradía cuente como precursor a un clérigo irlandés, Sedulio Scoto, hombre docto establecido en Lieja en 848, y autor allí de poemas que ocasionalmente cantan los placeres de la mesa. A mediados del siglo XII, Hugo de Orleans, llamado el Primado, sujeto “de mala catadura y cara deformada”, según un contemporáneo, versifica sus desventuras con amigos infieles y sin corazón en los veintitrés fragmentos que se le atribuyen, chispeantes de ingenio con sus rimas insistentes e hilarantes.

En la misma época, el Archipoeta de Colonia se presenta en su obra más conocida: “Confesión de Golías”, como un mujeriego, jugador y borracho impenitente: “Meum est propositum/ in taberna mori,/ vinum sit appositum/ morientis ori./ Ut dicant com venerint/ angelorum chori:/ ’Deus sit propitius/ huic potatori.’” (Mi propósito es morir en una taberna, con vino cerca de mi boca moribunda. Para que digan cuando vengan los coros de ángeles: ‘Tenga Dios piedad de este borracho.’) Al final del canto, sin embargo, el archipoeta expresa su arrepentimiento y su cambio de vida: “Quasi modo genitus/ novo lacte pascor,/ ne sit meum amplius/ vanitatis vas cor.” (Casi como un recién nacido, me alimento de leche fresca. ¡Que mi corazón no vuelva a ser vaso de vanidad!”)

Aún en el siglo XII, Gualterio de Châtillon inaugura la crítica social más vehemente contra la simonía de los prelados que tienen secuestrada la iglesia de Cristo: “Si quis tenet hunc tenorem,/ frustra dicit se pastorem,/ nec se regit ut rectorem,/ renum mersus in ardorem./ Hec est enim alia/ sanguisuge filia,/ quam venalis curia/ duxit in uxorem.”  (El que sigue este camino vanamente se llama pastor, ni se conduce como el que ha de conducir a otros, sumido en la pasión del vientre. Pues es la otra hija de la sanguijuela la que la curia venal toma por esposa.)

Los Carmina Burana

Algunos poemas de los autores ya citados están recogidos en una extraordinaria recopilación de textos de los siglos XII y XIII descubierta en 1803 en el monasterio de Benediktbeuern (Bura en latín), en Baviera, conocida como Carmina Burana. Veinticuatro de estos fragmentos han alcanzado notoriedad después de que fueran musicados en 1935 y 1936 por Carl Orff.

Se encuentran en esta colección delicados poemas amorosos, algunos de los cuales han sido atribuidos a Pedro Abelardo (1079-1142) o imitadores suyos, pero también himnos a la primavera, la vida alegre y los placeres de la taberna. Es de notar la ambivalencia entre el impulso erótico dominante, que fructifica en versos ardientes, y el desengaño que se traduce en otros: “Res carnalis,/ lex mortalis/ valde transitoria ,/ frangit , transit,/ velut umbra,/ que non est corporea.” (El placer carnal es ley mortal y fugaz, se rompe y pasa como una sombra sin cuerpo.)

No falta en la recopilación la vena satírica, con un predominio de críticas a la curia romana que preludia el espíritu de la Reforma;”Iam mors regnat in prelatis:/ nolunt sanctum dare gratis,/ (…) sunt latrones, non latores,/ legis Dei destructores./ (…)Simon regnat apud Austrum,/ Simon frangit omne claustrum./ Cum non datur, Simon stridet,/ sed si detur, Simon ridet;/ Simon aufert, Simon donat,/ hunc expellit, hunc coronat,/ (…)iste Simon confundatur,/cui tantum posse datur!”(Ya reina la muerte entre los prelados, que a todo ponen precio. Son ladrones, no dispensadores, destructores de la ley de Dios. Simón reina en el sur y arruina todos los monasterios; si no le dan chilla, y si lo hacen ríe; roba y soborna; a éste expulsa, a aquél corona. Sea confundido este Simón que tanto poder acapara.)

En un poema se denuncia contundentemente el poder del dinero en aquella sociedad: “Nummus ubi predicat,/ labitur iustitia/et causam, que claudicat,/rectam facit curia,/ pauperem diiudicat/ veniens pecunia.” (Cuando Don Dinero arguye, se desmorona la justicia, y la causa más débil recibe el apoyo del jurado. Cuando viene Don Dinero, el pobre está sentenciado.)

La mayor parte de los fragmentos buranos son anónimos, aunque qué poema no lo es después de tantos siglos. ¿O acaso que acompañe al texto el jeroglífico o código de barras de un nombre añade algo a la lectura? En esta obra sugestiva y original debemos ver, más que hallazgos de individuos aislados, una creación colectiva del espíritu sensible y crítico de una era de transición. La lengua latina nos lega aquí sus últimos frutos líricos al tiempo que cede el testigo a las que ya en ese momento tomaban posesión del solar europeo.

Como con cualquier gran poesía, nos sorprende en los textos goliárdicos la proximidad que su música nos regala a emociones de otro tiempo, y su poder para hacerlas nuestras. Es por esto que estos versos merecen ser leídos en su forma primigenia, por la jocosidad que aportan los ritmos trepidantes del latín y el jugueteo insistente de las rimas. La estructura bien trabada nos contagia pasión por la naturaleza y sus metamorfosis, y preserva las huellas de un peregrinaje  por las pasiones y desengaños del mundo capaz de iluminarnos. En una época de hipocresías, allí aflora también rebeldía ante los arbitrariedades y exacciones de los poderosos, que nos toca muy de cerca porque, mutatis mutandis, éstas siguen siendo las mismas de hoy.

Existen varias recopilaciones bilingües que señalo a continuación, alguna de las cuales es accesible online.

Arias y Arias, Ricardo. La poesía de los goliardos. Gredos, 1970.

Oroz Reta, José y  Marcos Casquero, Manuel A. Lírica latina medieval. Tomo I: Poesías profanas. B.A.C., 1995.

Rico, Francisco. Carmina Burana. Cantos de goliardo y poemas de amor. Galaxia Gutenberg, 2018.