Primera versión en Rebelión el 3 de abril de 2024

Hija de un polaco y una peruana, ambos de origen encumbrado, María Rostworowski (1915- 2016) vino al mundo en Lima, recorrió Europa en su juventud y tras regresar a su tierra natal y cursar estudios en la Universidad de San Marcos, desarrolló una fecunda labor historiográfica sobre aspectos variados del universo incaico. Su obra más conocida es Tahuantinsuyu. Historia del Imperio inca, cuya primera edición apareció en 1988 y que desde entonces ha sido reeditada varias veces, la última por Punto de Vista en 2023. En su amplia producción, Rostworowski estudió las culturas precolombinas de la costa peruana y abordó facetas mal conocidas, como el papel de la mujer en la sociedad prehispánica o la pervivencia de la religiosidad originaria tras la cristianización impuesta con la conquista.

Tahuantinsuyu. Historia del Imperio inca presenta una meticulosa reconstrucción del nacimiento, desarrollo y caída del Imperio incaico, con un esfuerzo por considerar, más allá de la narrativa occidental que se impuso sobre los hechos, cómo las peculiaridades culturales del mundo andino influyeron en esa trayectoria. Se trata así de una obra pionera, abanderada de un cambio de perspectiva y que se ha convertido en referencia esencial, aparte de ser el libro de ciencias sociales más vendido en toda la historia del Perú.

Historia de un imperio fugaz

Rostworowski comienza poniendo de manifiesto las diferencias entre las dos concepciones que compiten en la interpretación y descripción del mundo incaico, la de los habitantes originarios, carentes de escritura y dados a trastocar acontecimientos según el gusto del poderoso de turno, y la de los españoles, atentos sobre todo a justificar su conquista. Son dos mentalidades muy dispares, cuya pervivencia puede seguirse hasta hoy mismo y a través de las cuales el investigador debe esforzarse para aquilatar los hechos históricos.

Siguiendo a escritores españoles del siglo XVI, como el Inca Garcilaso de la Vega, Pedro Cieza de León o Pedro Sarmiento de Gamboa, entre muchos otros que recogieron las tradiciones locales, puede deducirse que la región del futuro Cusco estaba poblada desde antiguo por una diversidad de pueblos, regidos por jefes (curacas). Rostworowski nos da cumplida noticia de los relatos, más o menos míticos tejidos en torno a ellos, y de cómo al comienzo del siglo XIII el Inca Manco Cápac logró someter a las tribus que vivían dispersas en la zona, huallas, poques y lares, e inició una pujante dinastía que usó alianzas y conquistas para extender su dominio.

Hay que esperar, sin embargo, hasta en acceso al trono de Pachacútec (1400-1471), noveno Inca, para que el estado alcance las dimensiones de lo que suele considerarse un imperio. Éstas fueron acrecentadas luego por su hijo Túpac Yupanqui (1441-1493), y a duras penas mantenidas por su nieto Huayna Cápac (1467-1527). A la muerte de éste, la sucesión se debatió en una cruenta guerra civil entre dos de sus hijos, Huáscar (1491-1533), que controlaba el Cusco, y Atahualpa (1500-1533), fuerte la región de Quito. Es este último el que termina imponiéndose y ejecutando a su medio hermano, aunque sólo para recibir el mismo trato por parte de los españoles unos meses después.

La estructura social de una civilización que no usaba dinero

La entidad política creada recibió el nombre de Tahuantinsuyu, “cuatro reinos” en quechua, lo que muestra la obsesión de los incas por la división del espacio en dos o cuatro porciones equilibradas. Un aspecto crucial de este estado es que en él no se usaba dinero y los intercambios se basaban en la reciprocidad. De esta forma, en una primera etapa, gobernantes como Yupanqui, que deseaban emprender importantes obras, de depósitos de alimentos, fortalezas, caminos, etc., no tenían un dominio absoluto sobre los señores de los territorios vecinos y se veían obligados a compensarles con una variedad de presentes a fin de que que aportaran la fuerza de trabajo necesaria en los proyectos. Con el crecimiento del imperio, el Inca logró por diversos medios un control más directo sobre los curacas, pero la reciprocidad se mantuvo a grandes rasgos. Rostworowski considera que uno de los factores para la expansión territorial fue precisamente el aumento continuo de excedentes de producción exigido por la reciprocidad.

En el Tahuantinsuyu, aparte de la élite gobernante y los sacerdotes y administradores ligados a ella, las estructuras de poder locales se mantuvieron a lo largo de su breve historia, con lo que nos permiten atisbar una organización social antigua. Los curacas disponían de tierras, cuyos productos servían para atender a ancianos, huérfanos y viudas. Había también campos del Inca y de los sacerdotes, pero la mayor parte de la superficie cultivable era propiedad de las comunidades, que cada año asignaban a las familias parcelas para su subsistencia, de acuerdo con el número de hijos. El trabajo era obligatorio, pero se exigía a cada uno según sus capacidades. Los campesinos debían contribuir además por turnos a las grandes obras públicas a través de la institución denominada mita, y al servicio militar. Otras clases sociales las constituían los pescadores y los comerciantes que redistribuían excedentes por medio del trueque. Típicamente, de la costa se enviaba pescado seco a las sierras, recibiendo a cambio otros alimentos y lana.

Resulta sorprendente que una cultura que no usaba la rueda y no conocía la metalurgia del hierro, presentara sin embargo una enorme sofisticación en su arquitectura, en su tecnología agrícola y en la utilización del suelo. Los incas fueron maestros en la construcción de terrazas, reforzadas con muros de contención, que aprovechaban las laderas de los cerros, canales, montículos y hoyas, en el uso de fertilizantes orgánicos y en la adaptación de los cultivos a la topografía y el clima tan arduos con que lidiaban.

Un proceso interrumpido

El libro nos presenta en detalle la historia de un pequeño señorío en Cusco, en el corazón de los Andes, que a partir del siglo XIII consiguió expandirse  y desarrollar una forma política con muchas características originales, como eran la ausencia de dinero y el rol esencial de la reciprocidad en los intercambios que fundamentaban la estructura social. Sin embargo, una conjunción de infortunios puso fin al experimento en muy poco tiempo. A comienzos del siglo XVI la sucesión al trono degeneró en cruenta guerra civil y ello coincidió además con la llegada de extranjeros provistos de tecnología militar superior y dispuestos a quedarse con todo.

Rostworowski remarca no obstante, que junto a estas causas “visibles” del colapso del Tahuantinsuyu, no pueden dejar de mencionarse otras “profundas”, entre las que señala la falta de una conciencia unitaria contra al invasor y el descontento creciente de los señores provincianos ante la política cada vez más autoritaria de los incas. Según ella, las contradicciones internas del sistema tuvieron un papel importante en su declive, al hacer imposible una respuesta coordinada y eficaz a la agresión exterior.

Profundizando en esto, es importante considerar que la fase “imperial” trajo consigo un incremento de los servicios de armas y una pérdida de poder de las élites y las poblaciones locales frente a la oligarquía cusqueña. El resentimiento a que esto dio lugar hizo nacer un deseo de sacudirse la influencia inca, con lo que los españoles fueron frecuentemente bien recibidos e incluso auxiliados en su impetuoso avance. Sólo las miserias y sufrimientos que se abatieron sobre el pueblo después, durante la colonia, hicieron nacer la añoranza de un pasado que en resumidas cuentas no había sido tan malo.

Tahuantinsuyu. Historia del Imperio inca, de María Rostworowski, es una crónica de un estado que floreció en el siglo XV con una estructura económica y social original, basada en muchos casos, y a diferentes niveles, en valores como la solidaridad y la reciprocidad. Esta experiencia quedó lamentablemente truncada por la llegada a aquellas tierras del tsunami colonial, que comenzó a drenar sus recursos hacia centros lejanos. Se instalaron así en el corazón de los Andes el culto al dinero, el capitalismo y los faustos de la modernidad.