Primera versión en Rebelión el 6 de noviembre de 2018

Axel Österberg (1911-1968) fue un poeta, periodista y traductor sueco comprometido desde muy joven con el anarquismo. En julio de 1936 se encuentra en Barcelona, y cuando se produce la intentona fascista, participa en la sublevación popular que toma el control de la ciudad. También envía artículos a la prensa libertaria de su país y se responsabiliza de las retrasmisiones radiofónicas de la CNT-FAI para Escandinavia. Aunque abandona Cataluña en octubre de ese mismo año, desplegará una intensa campaña de apoyo a la España republicana, de la que forma parte la publicación en noviembre en Estocolmo de Tras las barricadas de  Barcelona, recopilación de sus crónicas periodísticas. La edición de La linterna sorda que acaba de aparecer presenta una traducción de Concha Moral e incorpora un postfacio de Ana Muiña sobre la fraternidad sueca en la guerra de España.

Las nueve crónicas siguen los eventos revolucionarios. La noche del 17 al 18 de julio los ánimos expectantes estallan y la clase obrera trata de hacerse con las armas que lleva tiempo exigiendo, pero la acción no se desencadena hasta la madrugada del domingo 19, cuando la tropa sale a la calle y empieza la batalla por la ciudad. Axel está en la barricada de Sans a primera hora, y ve cómo una granada deja allí once muertos. “Con supremo desprecio a la muerte, los trabajadores apenas armados arremeten contra los fusiles de los fascistas”. A primera hora de la tarde se han capturado incluso cañones que disparan contra sus antiguos dueños, y con el crepúsculo sobre las calles ensangrentadas cae prisionero en Capitanía general el propio general Goded, cabecilla de la revuelta. Esa noche arden iglesias y el autor ve en ello la destrucción de los símbolos de una opresión secular y de los edificios desde los que durante ese mismo día se ametrallaba al pueblo.

Österberg es testigo, en unas calles inundadas de entusiasmo popular, de la partida de las columnas que van a liberar las provincias en manos de los fascistas, Zaragoza en primer lugar. En seguida comienza también la reestructuración de la economía. En todos los sectores los obreros se hacen cargo de la producción, y la eficacia con que ésta sigue demuestra que lo natural no es el régimen de explotación, sino la autogestión, lo que le hace afirmar: “Quien se atreva hoy a hablar sobre el anarcosindicalismo como una idea hermosa, pero poco realista, está ciego o le impulsa una evidente mala fe.” Sin embargo, las noticias que la prensa burguesa de todo el mundo presenta sobre lo ocurrido se extienden en relatos de violencias dantescas que nuestro sueco se esfuerza en desmontar con sus propias experiencias, preservando con documentos y pruebas el buen nombre de la revolución.

La diferencia entre el norte y el sur de Europa le resulta evidente cuando compara el tibio reformismo de allí, que tan bien conoce, con la decisión de ir a por todas y el coraje que ve a su alrededor. Sobra valentía, pero hay una enorme escasez de armamento, y ese es el problema. Además, la relación con el gobierno de Madrid es tensa desde el principio, lo que se ve por ejemplo cuando se dan órdenes para una movilización que el proletariado catalán, volcado en la formación de milicias, no acepta. En la última crónica, fechada en septiembre, asistimos al entierro en Barcelona de algunos caídos en el frente en una multitudinaria manifestación de dolor y reconocimiento. Es la época aún en la que la ciudad hierve del entusiasmo rojinegro y de emancipación proletaria que encontrará George Orwell cuando llegue a ella en navidades, y describirá en su Homenaje a Cataluña.

El postfacio de Ana Muiña pasa revista a la solidaridad sueca con la Revolución española, liderada por el sindicato anarquista SAC, que incluyó una intensa propaganda, ayuda económica y boicot a la España franquista. Además de esto, la República española contó con un apoyo mayoritario de la sociedad sueca, que se tradujo en dinero, alimentos y material médico. Unos 550 voluntarios suecos lucharon contra el fascismo en el frente, integrándose sobre todo en las Brigadas Internacionales. Se recuerdan los nombres de algunos de los combatientes y sanitarios que demostraron con los hechos su solidaridad. Cuando un gran número de supervivientes regresaron a su país en diciembre de 1938, heridos o mutilados muchos de ellos, hubieron de enfrentarse al paro, al estar marcados como proscritos, y a “campos de trabajo” durante la guerra mundial. Se describen también varios casos de anarquistas suecos perseguidos y represaliados por las organizaciones estalinistas, tanto en la España republicana como luego en su país.

Como siempre, la edición de La linterna sorda es magnífica. Debe reconocerse el esfuerzo que se ha hecho para enriquecer con notas y aclaraciones el texto original e ilustrarlo con fotografías de las calles de Barcelona en aquellos días memorables y con documentos de la época. El objetivo de los artículos periodísticos recopilados en Tras las barricadas de Barcelona era informar a los suecos a los que iban destinados de lo ocurrido en España, así como imbuirles de la transcendencia de lo que Axel Österberg presenta como una victoria decisiva de la clase obrera y “un punto de inflexión en toda la historia de la humanidad”. Pasado el tiempo, sigue emocionándonos en ellos su crónica a flor de piel de una gesta y unas transformaciones sociales que muy pronto habrían de enfrentarse a dificultades excesivas.