Primera versión en Rebelión el 3 de enero de 2018

El prolífico y multipremiado Hans Magnus Enzensberger (Baviera, 1929) cultiva la escritura sin desdeñar género alguno, aunque tal vez sean las aproximaciones histórico-biográficas su venero más reseñable. Entre éstas merece destacarse la de 1964 sobre Al Capone y el crimen organizado de Chicago, que le sirve para explorar con agudeza las conexiones entre mafia y capitalismo. Amante de la lengua castellana y las historias de nuestra piel de toro, en El corto verano de la anarquía (1972) conjura un coro de voces para crear un retrato caleidoscópico e inolvidable de Buenaventura Durruti. Cuando ya octogenario descubre en el sótano de su casa carpetas con manuscritos suyos de los años 60 y 70, bosquejados en visitas a Rusia, Cuba o Camboya, decide reutilizarlos en Tumulto, publicado en castellano por Malpaso (2015, trad. de Richard Gross), que resulta ser su personal ajuste de cuentas con los intentos revolucionarios más emblemáticos del  siglo XX.

Rusia en 1963

El capítulo inicial del libro apenas requirió reelaboración y corresponde a su primer viaje a Rusia, realizado en 1963 para participar en un encuentro de escritores al que también acudían Jean Paul Sartre, William Golding, Mijaíl Shólojov o Iliá Ehrenburg, entre muchos otros. Visitan Leningrado y Moscú, con itinerarios controlados y previsibles, y son recibidos a orillas del Mar Negro por Jruschov, que en un discurso interminable y laberíntico defiende sus cambios y aboga por el entendimiento entre los dos bloques, su “coexistencia pacífica”, para la que pide la adhesión de sus presuntamente influyentes huéspedes.

Rusia en 1966

Las notas de este otro periplo por la URSS le dieron a su autor más trabajo a la hora de darles forma final. Estaba ya Leonid Brézhnev en el poder y la represión de la disidencia se recrudecía, pero a él, invitado por la todopoderosa Unión de Escritores Soviéticos, se le permite moverse libremente por el país acompañado de un intérprete. Esto fue tras unos días en Bakú para asistir a un congreso de escritores por la paz en el que reinaba un desorbitado e histriónico Yevtushenko. Allí conoce a María Makárova (Masha), estudiante de filosofía, fruto de los amores de Konstantín Fadéiev, pope del realismo socialista, y la poeta Margarita Aliger, protegida por sus conexiones y un premio Stalin, pero en las fronteras de la disidencia. Masha lleva el apellido del marido de Margarita, un compositor, y apenas habla alemán, por lo que las conversaciones con ella son en inglés. Se convertirá en Frau Enzensberger el año siguiente, y el romance entre ellos es pronto el argumento esencial en “una Venecia negra, industrial, animada por gatos y gaviotas”.

Viene después el viaje con su intérprete, en el que el autor visita Taskent, Bujará y Samarcanda, prodigios de la civilización islámica y un hervidero étnico bajo la pax soviética. Luego de Almá-Atá a Irkutsk, punto de entrada para los deportados a Siberia, de los decembristas al gulag, Bratsk con su industrialización desenfrenada y el lago Baikal. En Novosibirsk conoce por primera vez una kommunalka, una antigua vivienda burguesa compartida entre estrecheces por varias familias. Como ocurre en estos casos, por todas partes aparece gente interesante a los que nunca volverás a ver. Por las noches ayuda a redactar los informes que su acompañante ha de preparar sobre él para el KGB. Iluminan estas páginas destellos de la vida soviética y su rigidez burocrática, con lujos culturales, leyes ocultas y penurias inexplicables.

Regresa en el transiberiano a Moscú, donde se reencuentra con Masha, pero ha de partir hacia Georgia unos días para las ceremonias de un aniversario literario. Allí comprueba que hay lugares en los que no ha muerto aún el culto a Stalin. Enzensberger vivía por entonces en Noruega con su mujer y su hija, pero decide romper amarras para dar paso a la novela rusa que nació en Bakú. Un dosier que publica ese año en la revista Kursbuch sobre la rebelión de Kronstadt en 1921 cancela todo su crédito en la Unión de Escritores, que tan buenos momentos había propiciado.

Un mundo en ebullición (finales de los 60 y años 70)

Entre recuerdos de la contracultura berlinesa, India y Rusia, el autor se interpela a sí mismo para hablarnos de su divorcio y su nuevo matrimonio en junio de 1967 en Moscú, de sus difíciles relaciones con Masha, que no soporta la vida en Alemania, y de la instalación de ambos en octubre en América, cuando son contratados por una Universidad de Nueva Inglaterra. En enero viajan a Cuba para asistir a un congreso de escritores. Después de éste, deciden quedarse una temporada, pero en seguida él está otra vez de camino: California, la Polinesia Francesa, Australia. Su destino es Camboya, donde el príncipe Sihanouk lo ha invitado. Luego, tras deambular con Masha por Cuba durante tres semanas, permanecen en La Habana a la espera de que el gobierno les encomiende algún trabajo; viven de hotel y observan la vida, versión tropical de la rusa. Cuando consiguen una casa, reciben a amigos como José Lezama Lima o Heberto Padilla. A Enzensberger le toca también bregar en los campos: plantando cafetos en torno a la capital, y en la zafra de 1969.

El autor es crítico con la revolución cubana, en la que advierte una deriva mesiánica y un rosario de errores y fracasos económicos que abren paso a la corrupción. Después de esta experiencia, siguen recuerdos de Praga en efervescencia antisoviética, y de Berlín, donde Ulrike Meinhof y Andreas Baader, cuya lucha reprueba como ofuscada e inútil, buscan refugio en su casa tras la fuga de Andreas de la cárcel. La sección final del libro, dedicada a los 70, es tal vez la más prescindible, y recoge fragmentos de una época percibida como de normalización. Es también cuando se separa de Masha, que en 1972 se instala en Inglaterra con una beca del King’s College de Cambridge. En el otoño de 1991 puso fin a sus días.

A través del tumulto

Es bien sabido que todos los gobiernos tienen una deuda permanente con el mundo de la “cultura”, y que organizar congresos para escritores o repartir premios son actividades a la que ninguno parece capaz de sustraerse. Con dos bloques ideológicos violentamente enfrentados, el mayor mérito fue sin duda el de los que consiguieron ser agasajados a la vez por las dos partes en conflicto, privilegio que nuestro autor perdió en 1966 con su desafortunado dosier sobre la comuna de Kronstadt. Hasta ese momento, supo aprovechar la coyuntura para recorrer el mundo, buscando siempre los territorios más relevantes desde el punto de vista de la trasformación social; eran los años 60 del siglo XX y lo que nos cuenta tiene a veces un interés que da su mayor atractivo al libro.

Mientras se suceden en su país algaradas y conatos revolucionarios de menguada base, que él juzga baldíos y disparatados, Enzensberger se las arregla para estar siempre en otra parte, errante por un escenario de ruinas y sin dejar de lamentar lo mal que andan las cosas. Entre el ridículo y el fracaso, elige el fracaso, que es mucho más digno, y su principal obsesión es presentarnos a los escritores que auscultan en cada lugar los signos de la frustración inevitable. Tumulto es una obra desigual que a ratos divaga y nos decepciona, pero otros descubre con sus impresiones de viaje fragmentos de mundos desaparecidos que es necesario retener y paisajes emblemáticos del desengaño que alumbraron las quimeras del siglo XIX.